Levingston trató de hacer su versión de La Hora del Pueblo y reunió a segundas líneas del desarrollismo, la democracia cristiana, el radicalismo intransigente, la democracia progresista y la neoperonista Unión Popular, cuidándose de no participar a los radicales del pueblo y a los peronistas, que conversaban con Lanusse. En febrero otra jugada contra el jefe del Ejército, relevó a Manrique del Ministerio.
El nuevo gobernador de Córdoba, José Camilo Uriburu, anunció que iba a cortar de un solo tajo la “víbora” de la subversión, en un momento de constante agitación política y gremial en la provincia mediterránea. Los sindicatos dispusieron una huelga general para el 12 de marzo, apoyada por el estudiantado universitario. El día 15 la violencia estalló. Durante toda la jornada hubo enfrentamientos y saqueos. Fue el Viborazo.
El lunes 22 los comandantes le pidieron al presidente que la Junta tuviera atribuciones legislativas. Este lo consideró una intromisión en los asuntos de gobierno y decidió entonces relevar a Lanusse y designar en su lugar al general Cáceres Monié. Pero ningún jefe movió un dedo y el que terminó relevado fue Levingston. Lanusse se convirtió en presidente de la Nación manteniendo la jefatura de su fuerza.
Acompañaron al flamante mandatario Luis de Pablo Pardo que continuó en Relaciones Exteriores. Ferrer siguió en Economía y Trabajo hasta mayo, en que fue reemplazado por el desarrollista santafesino Juan Quilici. Rubens San Sebastián se hizo cargo de Trabajo. El brigadier Ezequiel Martínez quedó a cargo de la recientemente creada Secretaría de Planeamiento y Acción de Gobierno. Edgardo Sajón, periodista de vasta experiencia fue a Prensa y Difusión. Jaime Perriaux a Justicia -posterior líder del Grupo Perriaux o Azcuénaga- y Gustavo Malek a Educación. Manrique regresó a Bienestar Social. El Ministerio del Interior fue para Arturo Mor Roig, hombre de confianza de Ricardo Balbín.
Lanusse llamó, el 1 de mayo desde Río Cuarto, en ocasión de crearse la Universidad Nacional de esa ciudad, a un Gran Acuerdo Nacional, el GAN, “para terminar definitivamente con las luchas estériles que durante largos años han dividido a la familia argentina”. El llamado fue recibido con más desconfianza que aceptación. Sin duda contó con el apoyo de Balbín y del vocero de Perón, Jorge Daniel Paladino, pero no mucho más. ¿Sería una transición o una salida electoral? ¿El candidato de unidad sería Lanusse?
Los propósitos de Lanusse debían contar con el aval de Perón. En abril envió a Madrid al coronel Francisco Cornicelli a entrevistarse con el caudillo exiliado. El brigadier Jorge Rojas Silveyra, un antiperonista visceral pero de suma confianza del presidente, fue designado embajador en España con el objetivo de restituirle a Perón el cadáver de Evita.
Mientras tanto los ex presidentes Onganía y Levingston, cada uno por su lado, mantenían encuentros con civiles y militares, con la esperanza de volver a tener un rol protagónico en la política nacional y complicarlo a Lanusse. El 12 de mayo, el general Eduardo Labanca, amigo de Onganía encabezó un intento de golpe que fue descubierto antes de estallar.
Los militares nacionalistas estaban vinculados con distintas figuras políticas, como Arturo Jauretche, José María Rosa, Marcelo Sánchez Sorondo y Jorge Abelardo Ramos entre otros. Parece que, en 1969, el teniente Julián Licastro conoció al pensador Juan José Hernández Arregui quien se convirtió en el nexo con los mencionados. Estos militares miraban interesados el proceso revolucionario, de corte nacionalista, que llevaban adelante los militares peruanos durante la presidencia del general Juan Velasco Alvarado.
El 4 de mayo de 1971 apareció un nuevo diario, La Opinión, un matutino que salía de martes a domingo, sin fotos, ni sección de deportes, en tamaño tabloide y con notas escritas y firmadas por un staff de destacados periodistas y políticos: Miguel Bonasso, Aída Bortnik, Roberto Cossa, Guido Di Tella, Juan Gelman, Mariano Grondona, José Ignacio López, Zelmar Michelini, Tomás Eloy Martínez, Leopoldo Moreau, José María Pasquini Durán, Juan Carlos Portantiero, Kive Staiff, Rodolfo Terragno y Horacio Verbitsky. El director fue Jacobo Timerman, el antiguo amigo de los azules, inventor de Primera Plana.
El 23 de julio aterrizaron en el aeropuerto de Salta el presidente transandino Salvador Allende y su esposa, Hortensia Bussi de Allende. Fueron recibidos por Lanusse e Ileana Bell. Lanusse conocía las dificultades por las que atravesaba el gobierno de la Unidad Popular, por lo que acordó que la Argentina le entregaría a Chile una determinada cantidad de ganado en pie y prometieron encontrarle una salida al tema del Beagle. Ambos mandatarios mantuvieron una cordial relación.
En agosto, el coronel Héctor Cabanillas, que había intentado asesinar a Perón en 1955, partió a Milán. Ahí se juntó con Jorge Rojas Silveyra. Iban a desenterrar los restos de María Maggi, viuda de Magistris, supuestamente fallecida el 23 de febrero de 1951 para llevarlos, en una furgoneta Citroen, a Madrid. En la noche del 3 de septiembre de 1971, Rojas Silveyra y Cabanillas le entregaron a Perón, en su casa de Puerta de Hierro, los restos mortales de Evita. Lanusse esperaba una respuesta positiva de Perón a su propuesta del GAN. Éste solamente pidió una fecha cierta para las elecciones.
El jefe del Regimiento 24 de Infantería de Río Gallegos, coronel Horacio Ballester, llegó a Buenos Aires para tener una serie de encuentros con otros militares. Los nacionalistas del Ejército no se quedaban quietos. El teniente coronel Florentino Díaz Loza, jefe del Regimiento de Tiradores Blindados 2 de Olavarría, el del Azul, coronel Manuel Alejandro García y su segundo, el teniente coronel Fernando Amadeo de Baldrich decidieron derrocar a Lanusse y llamar inmediatamente a elecciones. ¿Hubiera sido así?
Contaron con la promesa de apoyo de algunos jefes de la Fuerza Aérea, como la del comodoro Francisco Pío Matassi. En la Aeronáutica el peso de los nacionalistas era mucho mayor que el de los liberales, especialmente por la influencia que tenía entonces el teórico nacionalista y ultracatólico Jordán Bruno Genta, aunque también hubo otro nacionalismo vinculado a posiciones industrialistas y desarrollistas.
Tenientes, capitanes y mayores se encontraron en un intenso estado deliberativo, principalmente en las bases de Villa Reynolds y de El Plumerillo. La conducción de la Fuerza sabía lo que acontecía, pero prefirió no intervenir y controladamente dejar hacer; quizás hasta el mismo comandante Rey fue tentado con la idea de ser el cuarto presidente de la moribunda Revolución Argentina.
Los tanquistas y los aviadores contaron además con el respaldo del ex presidente Levingston y con otros oficiales de los pasados a retiro por Lanusse. También participaron oficiales de triste notoriedad después de 1976: Edmundo Ojeda, el jefe de la Federal; Rogelio Villarreal, secretario de Presidencia de Videla; el último comandante en jefe, Cristino Nicolaides, y el criminal jefe de la policía bonaerense Ramón Camps.
El 8 de octubre, Díaz Loza salió a la cabeza de sus tanques. Lo siguió el jefe del Escuadrón de Ingenieros Blindados 1, mayor Horacio Pancheri. El mayor Julio César Zabala ocupó las instalaciones de LU32 Radio Olavarría, desde donde iba a transmitir los habituales comunicados. Balldrich también movió sus tanques, seguido por el capitán Juan Manuel Pérez Brenna, de Tandil.
El general Leandro Anaya fue el jefe de la represión. Movilizó los infantes de la Brigada de Palermo y los tanques de Magdalena, hacia el centro de la provincia de Buenos Aires. Mientras tanto el jefe del V Cuerpo con asiento en Bahía Blanca, general Miguel Ángel Ceretti, marchó por la ruta 3; cercarán a los insurrectos en Saladillo.
En la Fuerza Aérea, Rey había intentado evitar que Matassi participara de la revolución mandándolo en comisión a Francia pero, sorpresivamente, el comodoro regresó en un vuelo de Aerolíneas Argentinas y terminó, con arma en mano, secuestrando la nave. Aterrizaron en el Aeropuerto uruguayo de Carrasco para aprovisionarse de combustible y despegaron rumbo a Villa Reynolds. Sin embargo, la pista estuvo intencionalmente obstruida, lo mismo que la de Río Cuarto. Sólo quedó dar la vuelta hacia El Plumerillo, antes de que se vaciara el tanque del avión. En la base mendocina, un grupo de jóvenes oficiales se sublevaron a último momento. Aterrizado el avión, todos se abrazaron emocionados, pero la escena fue interrumpida cuando alguien avisó que García, Ballester, Díaz Loza y Balldrich se habían rendido y se encontraban detenidos. El comandante en jefe y presidente saboreó su victoria sobre los insurrectos, pero el gusto del triunfo tenía un sabor algo amargo: la revuelta había sido en el corazón de “su” Caballería.
El gobierno no supo o no pudo utilizar a su favor el triunfo militar. Perón recrudeció sus diferencias y cambió de vocero. Héctor Cámpora, que había sido presidente de la Cámara de Diputados, reemplazó al contemporizador Paladino. José Ber Gelbard, un exitoso empresario con distintos vínculos políticos (y que será ministro de Economía de Perón) buscó, sin éxito, que Lanusse y Perón llegaran a un acuerdo.
La violencia política continuó en aumento durante 1972. En marzo el E.R.P. secuestró a Oberdan Sallustro, presidente de Fiat. El empresario italiano terminó asesinado. En abril mataron al general Juan Carlos Sánchez, jefe del II Cuerpo. La idea de Lanusse de lograr que Perón condenara la acción armada nunca se concretó.
De todas formas el gobierno siguió el rumbo de llamar a elecciones en 1973, previa reforma constitucional que elaboraron prestigiosos juristas como Germán Bidart Campos, Bonifacio del Carril, Carlos Fayt, Mario Justo López, Julio Oyhanarte y Alberto Antonio Spota entre otros. La Constitución fue modificada en su fase instrumental: los próximos Poderes Ejecutivo y Legislativo, serían elegidos por un período de cuatro años de duración; se suprimían definitivamente los colegios electorales estableciendo el voto directo de los ciudadanos; se impondría el sistema de doble vuelta o balotaje y se sumaría al Senado un tercer integrante por cada Estado provincial.
El 7 de julio, Lanusse, durante la habitual cena en donde las FF.AA celebran la Independencia Nacional, anunció en su discurso que no habría más ninguna proscripción sobre ciudadano argentino alguno que quisiera ser candidato a presidente, aunque había una condición: no ocupar cargos políticos y estar presente en el país antes del próximo 25 de agosto. Así Lanusse se excluyó de ser candidato. Quedaba saber si Perón volvería o no antes de esa fecha. El 27 de julio, ante un auditorio colmado, en el Colegio Militar, Lanusse insistió con el regreso del General y ante una pregunta respondió que creía que a Perón “no le da el cuero” para volver.