Ser docentes o dos entes. La escuela de hoy, que sobrevivió a la pandemia pero conserva mucho de la prepandémica, nos enfrenta a un desafío y tenemos que optar en base a nuestro posicionamiento ante el vínculo pedagógico. Podemos elegir ser docentes o ser dos entes. Que más allá del juego de palabras, implica elegir qué tipo de educadores queremos ser.
Llevo casi 29 años intentando habitar escuelas, que es la forma en la que me gusta referirme a mi trabajo tras poder transitar diferentes funciones. El asumir distintos roles en mi carrera me permitió ver cómo los cambios que se producen en la sociedad no son ajenos a la escuela. Porque la escuela es una institución social donde existe un otro por el que nuestra tarea tiene un sentido. Esa alteridad de la que habla Carlos Skliar.
Es en ese momento en el que podemos elegir ser dos entes —distanciados con un otro— o docentes vinculados con el otro, capaces de generar un espacio y un momento de encuentro que acompañe, que sostenga, que contenga, que de visibilidad a esos jóvenes que ingresan a nuestras escuelas. No solo para que ingresen, sino también para que permanezcan y les permitamos cumplir el sueño de egresar.
La categoría de institución social que conserva la escuela como ámbito es la que me invita y me hace docente con un otro y me lleva a que en esa relación de búsqueda de descubrir nuestros estudiantes pueda desplegar mi ser persona. La subjetivación que requiere el reconocimiento del otro en los nexos pedagógicos, es la que me va a permitir construir un ser docente diferente que deje impronta, huellas, marcas.
En una ciudad convulsionada, que interpela continuamente nuestra tarea, seguimos descubriendo a quienes eligen permanecer cobijados en la escuela. Que la eligen porque se sienten cómodas y cómodos abrazados en un vínculo afectivo que no se limita solo a impartir conocimientos, sino que busca construir un vínculo humano, sin poner en perjuicio las asimetrías que hace a la relación docente-alumno, pero sí que permite un reconocimiento, un empoderamiento y da respeto y entidad a la tarea pedagógica.
Esa alteridad que nos interpela es la que nos moviliza, la que hace que nos duelan las noticias cuando un o una adolescente pierde la vida en un enfrentamiento. Que nos duele porque conocemos sus historias, porque conocemos a las familias, qué les pasa y qué les falta. Y muchas veces lo que les costó transitar la escuela y lo importante que era para ese joven estar con otras y otros a pesar de su realidad.
Hoy ese compromiso muchas veces se refleja en actitudes que ponen en jaque esa forma de transitar la carrera docente, porque las amenazas y la violencia no distingue. Y hoy también estamos siendo víctimas de la misma violencia que le saca la vida a nuestras alumnas y a nuestros alumnos. Una violencia que nos mata, que va tomando diferentes nombres propios, con historias que cargamos en nuestras espaldas, nuestros corazones y que inundan las aulas.
Ante esta violencia, es que hay quienes apuestan a “ser docentes”, comprometiéndose, dando una mano o un abrazo, compartiendo el estar en las aulas con ese otro; o simplemente paralizarse, distanciando ese vínculo para sacar la humanidad y ser junto a esa joven o ese joven “dos entes”.
No es para criticar, es solamente a los fines de poder comprender lo que está pasando en nuestras escuelas, con quiénes podemos encontrarnos y desde dónde nos posicionamos para intentar educar.