Maxi Falcone es diseñador gráfico, ilustrador y desarrollador web. Publicó el libro Esquizomedia y forma parte del colectivo de humor gráfico Alegría.
Por Virginia Giacosa
Maxi Falcone es diseñador gráfico, ilustrador y desarrollador web. Publicó el libro Esquizomedia y forma parte del colectivo de humor gráfico Alegría.
Dice que tiene un problema de memoria: no es bueno para recordar nombres, apellidos y ciertas palabras de uso frecuente. Pero también dice que encontró un método para sortear esas lagunas mentales: hacer analogías que le sirvan de anclaje visual o sonoro. De ese modo explica Instagramsci, el título de su último libro editado por el sello Rabdomantes, que condensa con humor el nombre de la red social de las “fotos” (que tiene más de 1.440 millones de usuarios activos al mes y 500 millones diarios) y el del filósofo marxista italiano, Antonio Gramsci.
Cuando empezó a trabajar en las viñetas de Instagramsci, Falcone fantaseó con una escena: Gramsci haciéndose “selfies” junto a sus amigos. Y entonces la dibujó. Subió la ilustración a su Facebook y en pocas horas pasó de tener 200 seguidores a tener mil. “El hecho de que se haya viralizado tanto me invitó a seguir con el personaje en formato serie”, cuenta.
A lo largo del libro se ve a un Gramsci rodeado de congéneres como León Trotski, Karl Marx, pero también personajes como Michel Foucault, Gilles Deleuze, pasando por un Jesús de Nazareth y hasta un Baby Etchecopar. En las viñetas de Falcone, Gramsci se muestra en la cárcel (donde pasó más de diez años encerrado por el régimen fascista italiano y desde donde escribió sus emblemáticos cuadernos) pero también en escenas más pedestres como una mesa de bar o un picado de fútbol. También aparecen en las viñetas sucesos contemporáneos como la marea verde que llenó las calles en 2018, el Golpe de Estado en Bolivia, la pandemia que comenzó en 2020 y algunas apariciones del presidente Alberto Fernández.
Sin embargo, no sólo de aquella lluvia de “likes” nació la serie que luego se convirtió en libro. En ese momento, Falcone estaba desempleado y además de la crisis que conlleva el no tener un trabajo fijo atravesaba otra debacle: la del descreimiento en la política y sobre todo en ciertas organizaciones sociales en las que había participado activamente.
“De un momento a otro me quedé sin espacio militante, sin empleo y sin ahorros (producto de tanto tiempo de trabajo mal pago) y también implicó que un montón de gente a la que consideraba amiga me dejara de hablar. ¡Fue horrible!”, dice.
En el último capítulo de la serie The Playlist se narran las idas y venidas de muchos artistas que tienen miles de seguidores pero que no llegan a reunir el dinero necesario para pagar el alquiler. Algo de esa ficción se refleja en lo que Falcone cuenta que sentía por aquellos días en que hizo los primeros chistes de Instagramsci: sus dibujos se viralizaban pero él apenas podía subsistir.
A pesar de eso una de las primeras cosas que se propuso con el proyecto fue no ponerse oscuro ni perder el optimismo. Como si acaso apelara a las ideas gramscianas tomó a la cultura como potencia vital para para moverse y hacer circular ideas y debatirlas.
Corrido de la militancia, pero sin perder el interés en la política, la economía y el debate público, el autor metió todos esos ingredientes en los dibujos que componen el libro. “Creo en la política como una herramienta para cambiar la realidad, pero hoy por hoy me parecen más interesantes las cosas que se hacen por fuera del Estado y la función pública”, dice.
El tópico por excelencia en toda su producción es el viejo conflicto social de la lucha de clases o unos pocos tengan mucho, algunos algo y las grandes mayorías nada. Pero la forma de contar hoy esa puja, difiere mucho de lo que era en los años 90.
En la escena contemporánea, dice Falcone, “ya no se puede dibujar al patrón fumando un puro y diciendo frases cínicas a un obrero que trabaja para él. Los actores son diferentes y hay que usar la imaginación”. Y completa: “La migración de los hijos de trabajadores hacia el sector autónomo de servicios, que a pesar de estar en una situación más precaria que la de sus padres se auto perciben emprendedores y sólo son pobres que tienen su fuerza de trabajo como única herramienta de explotación, por ende, terminan explotándose a sí mismos”.
La producción de Falcone encaja perfecto en un cuadrado de 1080 px por 1080 px ideal para ir al feed de Instagram y además tiene mucho del lenguaje directo del meme. Lejos de molestarse con la comparación, el autor se identifica con esa mirada y reconoce la urgencia actual que demanda menos inversión de tiempo y más rapidez de publicación (aunque eso implique perder calidad visual) para generar el impacto.
“Como historietista debo decir que Instagramsci no es una historieta, es un meme dibujado. Incluso podría decir que por esto mismo liberé un poco el dibujo. Digamos que me sentí a menos obligado a ser un buen dibujante. Hice un dibujo más suelto, buscando más la precisión de lo que se cuenta por encima del virtuosismo”, cuenta el colaborador del periódico El Eslabón.
¿Se puede hacer humor con cualquier cosa? ¿Hay algún tema que los humoristas no deberían tratar? ¿Hay barreras que al momento la sátira debería respetar? ¿Puede un chiste herir los sentimientos de un colectivo? ¿Es válido pedir que el humor se autocensure o se disculpe? Hasta Ricky Gervais le dedicó un monólogo al tema en el cual entre otras cosas dice: “Un cómico debe llegar a zonas tabú en las que no estuvieras antes”.
Falcone recuerda que alguna vez lo escuchó a Ezequiel Campa explicar que “el humor lleva las de perder siempre cuando se le preguntan por sus límites frente a otras formas discursivas”.
“¿Alguien se pregunta cuáles son los límites periodismo? ¿Y qué hay de los límites de la poesía? ¿Puede un editorialista decir absolutamente cualquier cosa frente a una cámara? ¿Un senador en pleno debate en el Congreso tiene límites sobre lo que puede o no decir? Debatí muchísimo sobre el asunto de la cancelación en cada presentación de Instagramsci. Y varios me acusaron de liberal, pero creo firmemente en el derecho de cualquiera a decir cualquier cosa. También creo en el derecho de debatir sobre lo que se dice o simplemente ignorarlo. Hasta hace un tiempo un candidato sumaba adeptos cuando aparecía gritando por todos los medios. Eventualmente empezó a quedar entrampado en sus propios dichos y ahora le recomendaron que ya no hable más para poder seguir en marcha”, dice.
Para el autor, la batalla cultural debe darse sin caer en la censura o el punitivismo y disputando sentidos desde la producción, la parodia, el debate. “Hoy es más fácil cancelar un chiste en redes que un libro de mil páginas. La cancelación tiene mucho de negligencia y desorden de la atención. Algo propio de estos tiempos donde la gente tiene el cerebro quemado por el celular, las redes sociales, y el multitasking”, concluye.