Para aportar claridad a las discusiones La Capital dialogó con la pedagoga Carina Kaplan, quien reflexionó sobre la necesidad de reorientar los ejes del debate actual y pensar en la utilidad pedagógica del sistema de repitencia. Doctora en educación por la Universidad de Buenos Aires (UBA), magíster en ciencias sociales con mención en educación por Flacso, investigadora del Conicet y autora de varios títulos en su especialidad, Kaplan explica que la repitencia es una de las estrategias que históricamente encontró el sistema educativo frente a aquellos estudiantes con trayectorias escolares que “no encajan” o no responden a lo que el sistema demanda. Frente a esto, pone en cuestión que la discusión parta y se centre en esta estrategia, y dice que hay que reubicar el eje del debate, poniendo el foco en el corazón de la práctica pedagógica.
La educadora propone correrse de la creencia de que la evaluación y la calificación son fines en sí mismos, e insta a debatir sobre cómo mejorar la propuesta pedagógica para garantizar aprendizajes y evitar la repitencia como medida penalizadora de aquellos estudiantes que no se adapten al sistema. Habla de un debate socialmente necesario y hace hincapié en la importancia de generar consensos y tener la valentía de patear el tablero y preguntarse honestamente sobre la utilidad de una práctica naturalizada en el sistema educativo argentino.
—En un posteo reciente, planteaste que es necesario debatir sobre la utilidad pedagógica de la repitencia, porque ese debate permite correrse de la idea de que el éxito o el fracaso escolar es un problema individual. ¿Cómo estás viendo que se desarrolla este debate social?
—En primer lugar, me interesa sostener que la repitencia no puede ser pensada como un castigo. Desde esta convicción, también estoy convencida que abordarla como una estrategia aislada del régimen académico nos corre del debate social profundo que a mi criterio deberíamos darnos, centrado en qué y cómo aprenden los niños, las niñas y jóvenes en la escuela. El interrogante sobre la utilidad o inutilidad de la repitencia gira en torno a cómo generar una estructura de oportunidades que permita concretizar aquellos aprendizajes significativos que como sociedad decidimos transmitir. Discutir la repitencia implica poner en cuestión el sistema de organización escolar, bajo una concepción superadora del tiempo y de los logros escolares. El debate nos invita a contextualizar los aprendizajes y a salirnos de la creencia de que la evaluación y la calificación son fines en sí mismos. Me interesa poner el acento en la justicia curricular, es decir en cómo democratizar los procesos de enseñanza y aprendizaje que abarcan desde saberes para la construcción de la convivencia ciudadana hasta la construcción de saberes para la vida. Hay que tener en cuenta que no todos los niños y jóvenes aprenden del mismo modo y por lo tanto, que la escuela tiene que brindar recursos de acuerdo a esas singularidades. La escuela es un lugar donde se reúne lo común y donde los sujetos transitan bajo experiencias y trayectorias singulares, en función de sus condiciones sociales, recursos culturales y las propias características del estudiante. Si la discusión empieza por la repitencia, entonces comienza por una de las estrategias que históricamente el sistema educativo ha encontrado frente a estas trayectorias que “no encajan”, que se han considerado de “fracaso”. ¿Es el niño que debe encajar en el sistema o la escuela debe ajustarse a sus necesidades y tiempos? Creo que necesitamos más pedagogía y menos castigo, porque a veces la repitencia termina siendo un hecho punitivo. En las políticas educativas y en las experiencias institucionales hay transformaciones que pueden recuperarse para repensar seriamente si la repitencia resuelve el problema de la desigualdad de desempeños escolares o bien lo agrava. Mencionemos también que, desde una perspectiva comparada, en otros sistemas educativos del mundo la repitencia es una excepción. Hay que ser valientes para patear el tablero y preguntarse por su utilidad generando consensos, así que bienvenido el debate y las alternativas que se van proponiendo para afrontar las dificultades de que todos aprendan.
—Sobre el término castigo, ¿percibís en la sociedad una demanda punitivista fuerte?
—Nosotros tenemos una idea de que hay premios y castigos, y que si no ejercés recompensas y beneficios entonces ahí empieza el facilismo y da todo lo mismo y no es así. Hay una la idea de que con mayor punitivismo la sociedad va a ser más justa. La pregunta que hay que hacerse es si la repitencia ayuda efectivamente a mejorar los aprendizajes de esos estudiantes.
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La pedagoga propone estructurar otras formas de enseñanza y aprendizaje, y trabajar la autoestima de los alumnos.
—En los debates a veces se plantea la puja entre una escuela que contiene a sus estudiantes (eliminando la repitencia), a costa de la calidad educativa. ¿Qué mirada tenés sobre estos argumentos?
—Creo que esa es una dicotomía falsa, porque en la medida que el sistema se democratiza, que ofrezcamos mejor estructura de oportunidades, que los recursos sean más variados y pertinentes, los aprendizajes van a ser más acordes a las necesidades de los niños y a lo que nos proponemos como sociedad en términos de transmisión de conocimientos y valores. Creo que hay que dejar de poner el foco en los problemas del estudiante, porque sino la repitencia sirve como una excusa para poner el problema en el niño y no cuestionar al sistema de enseñanza. Para mi el debate es al interior del campo pedagógico, hay que discutir la práctica pedagógica. La realidad es que cuando fracasa un niño fracasa el sistema, por eso lo que hay que pensar es cómo mejoramos las propuestas pedagógicas y la organización escolar. Si no, lo que sucede es que no estamos pudiendo garantizar ese aprendizaje y penalizamos al estudiante. Si la repitencia es la antesala de la exclusión y del abandono, entonces no sirve y representa una respuesta conservadora. En cambio, si la repitencia posibilita estructurar otras formas de aprendizaje, que permitan a ese niño la apropiación crítica de los conocimientos, enfrentaremos el desafío de encontrar alternativas innovadoras. Para mí ese es el planteo.
—¿Se corre el riesgo de delimitar el tema a una problemática individual?
—Claro, y aparte no estamos ofreciendo alternativas. Aprender es difícil para todos. Hay algunos niños que en función de lo que se les transmite en la escuela tienen más ajuste de acuerdo a sus condiciones sociales y culturales, entonces me parece que esa es la discusión, lo demás es falso. Porque en la medida que se enseñe mejor y los chicos aprendan, tal vez no tengamos que utilizar la repitencia como recurso. El tema es cuál es el sentido de la repitencia, esa es la pregunta, cuál es la utilidad pedagógica. Es importante decir que se debate la repitencia en el marco de la necesidad de construcción de trayectorias escolares significativas, reponiendo el valor central que tiene la escuela en nuestras sociedades como territorio de promesas y esperanzas. Donde se depositan sueños y donde se busca llegar a mayores niveles de justicia.
—A veces sucede que el estudiante repitente genera bajas expectativas en los docentes, en un posteo hablás de este fenómeno como el “efecto Pigmalión”, ¿podés explicar este concepto?
—Se trata de falsas creencias que generan falsas expectativas. Lo que mostró Pigmalión —a través de experimento que se hizo en la década del 60 en Estados Unidos por dos psicólogos sociales— es que en la medida que las creencias y expectativas del maestro sobre las posibilidades de aprender de un estudiantes sea baja, ello va a hacer que ese estudiante se autoperciba de menor valor y por lo tanto no obtenga altas calificaciones o no tenga un buen desempeño, y por lo tanto, construya una autoestima baja. Lo que mostró el efecto Pigmalión es que el maestro tiene un poder enorme, al percibir y clasificar a los niños. Lo que vengo estudiando es a cerca de la creencia social de que el que repite es el burro, el que no sabe. Hay como una serie de etiquetamientos a partir de la repitencia que generan efectos sobre la constitución de la autoestima del estudiante. El tema es cómo hacer para que la repitencia no se transforme en un estigma.
—Con esa creencia del repitente como fracasado, ¿La repitencia funciona como estigma social?
—Sí, a veces funciona como un estigma social. De hecho, si no fuese así la gente no lo escondería. Fijate como le cuesta a un niño o a una niña decir que es repitente, y como le cuesta a su familia aceptar la repitencia. Las personas se avergüenzan porque funciona como un estigma que marca y etiqueta a aquel que no puede, no llega o ha fracasado. Vivimos en una sociedad que distingue entre los ganadores y los perdedores, y los repitentes forman parte del enjambre de los perdedores. Estas estrategias reeditan algo del discurso social acerca de los winner y los loser, por eso me parece que la escuela necesita pensar más en cómo hacer para incluir a las grandes mayorías y cómo transmitir una convicción pedagógica de que todos pueden aprender en la medida que generemos esas condiciones. En mis investigaciones me he dado cuenta que, en virtud de las experiencias escolares que han tenido distintas generaciones del sistema educativo, en general a quienes han repetido no se les ha hecho una propuesta pedagógica superadora, sino todo lo contrario. Más que repetir, lo que hay que hacer es trascender esas condiciones ofreciendo mayores recursos y herramientas, y una de esas herramientas para mí tiene que ver con la construcción de la autoestima. Cuando el estudiante percibe que el otro lo mira con bajas expectativas y no confía en sus capacidades y posibilidades, tenderá a autoexcluirse, a silenciarse, a tener un sentimiento de vergüenza e inferioridad. Los estigmas están muy vinculados al orden emotivo escolar.
—¿El docente tiene el poder de elevar o hundir al estudiante, no?
—Yo digo que se trata del poder de la mirada y el poder de la palabra, esos son los dos poderes maestros.
—¿Hay mucho por trabajar en la formación docente para quebrar esta creencia que es estigmatizante sobre el alumno repitente?
—Como bien señalás, se trata de estereotipos y estigmas sociales que hay que trabajarlos con cada generación que se compromete con el ejercicio de la docencia. La investigación educativa ha avanzado en ese plano y hay que generar más instancias de formación y sensibilización, lo que denomino educar la mirada del docente respecto del estudiante. Y también educar la mirada de la familia, si asumimos que la repitencia puede ser de alguna utilidad pedagógica. Si la familia se avergüenza o el niño se siente menos, eso significa que la repitencia tiene efectos no deseados, que quizá no están formulados en los documentos oficiales, pero que nosotros lo hemos documentado en nuestras investigaciones. La repitencia no es necesariamente un estigma, lo que sí digo es que puede tener como efecto socio-psíquico un proceso de estigmatización.
Pensar la democracia
—Se cumplen 40 años de la vuelta a la democracia y el Ministerio de Educación de la Nación planteó trabajar el tema en las escuelas. ¿Qué balance podés hacer sobre el compromiso que en estas cuatro décadas ha logrado el sistema educativo con los valores democráticos?
—El sistema educativo es una institución y un elemento central para la construcción de ciudadanía democrática. Creo que estos años hemos avanzado en recuperar la memoria histórica de lo que significó la dictadura, pero también en los procesos de reparación que implica transitar por ese camino de la memoria. Para construir una sociedad más justa es necesario revisar todos los resortes de la democracia, y particularmente en nuestro caso, la micropolítica en las escuelas. La experiencia pedagógica en nuestro país ha sido acompañada por los movimientos sociales y de derechos humanos, como el de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. La democracia es básicamente un acto pedagógico de transmisión cultural, con esperanza y justicia. Trabajar con la memoria de la dictadura en las escuelas responde a la invitación que nos hace Adorno en su obra imprescindible La educación después de Auschwitz: “La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación”.