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Recién a comienzos de 2010 se reinició la saga con cuatro homicidios más, de los cuales tres fueron esclarecidos con la condena a prisión perpetua de Martín Santoro, el mayor de los tres hermanos verduleros que fueron los principales sospechosos. La Justicia determinó que utilizaba un modus operandi: elegía a las víctimas por conocerlas como clientas y en ese marco de confianza entraba a sus casas sin necesidad de forzarlas, una vez allí las mataba para poder robarles. Las críticas a la investigación, sobre todo de parte de los vecinos que participaron de un fuerte activismo exigiendo justicia, se basaron en que no podría haber hecho nada solo. Que hubo irregularidades por las cuales no logró esclarecerse la participación de presuntos cómplices.
La saga
Las crónicas de La Capital de aquellos años contaron que María Inés Gómez tenía una costumbre como otros habitantes de la zona: comprarle flores a un vendedor que recorría el barrio desde hacía varios años. Aquel 20 de enero, cerca de las 11, los vecinos la vieron conversando con ese hombre y unas horas después les llamó la atención que la puerta de su casa estaba entreabierta. Allí vivía sola desde el año 2000, cuando había regresado desde Italia, adonde planeaba regresar para visitar a su hijo.
Los vecinos, alarmados pero sin animarse a entrar, llamaron a la policía y unos minutos después agentes de la comisaría 5ª ingresaron a la vivienda. A primera vista se encontraron con el lugar revuelto y al caminar unos metros, llegando a un patio trasero, se encontraron con la mujer desplomada en el suelo. Tenía golpes de un elemento cortante en la cabeza, la habían asesinado.
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Poco más de un año después, el 19 de enero de 2010, otra vecina del barrio fue hallada asesinada y con señales a su alrededor de que también la habían asaltado. A Concepción Lavore, jubilada municipal de 73 años, la encontraron en su casa de Suipacha 2124. Tenía una bolsa en la cabeza con un nudo sobre el cuello y su cuerpo estaba en descomposición hacía varios días.
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Los investigadores supusieron, por el desorden que había en la casa, que a la mujer la habían asaltado. También anotaron un dato que les llamó la atención a los pesquisas: ni la puerta de calle, ni las ventanas del frente o las aberturas del patio estaban forzadas. Un elemento que podía abonar la hipótesis de que él o los homicidas conocían a la víctima y habían logrado entrar a la casa bajo su confianza.
Tres meses después ocurrió un nuevo homicidio, pero aunque fue en otra localidad al tiempo se supo que tenía conexión con la misma saga. El 13 de mayo de 2010 José Ramón Savini, de 74 años y conductor radial, fue hallado asesinado en su casa de Zavalla, a 30 kilómetros de Rosario. Tenía una puñalada sobre las costillas del lado izquierdo, una herida que luego se supo le había afectado los órganos vitales.
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Hacía dos días que sus familiares más cercanos, hermanos y sobrinos, no sabían nada de José. Tampoco había asistido a la FM Proyección, donde desde hacía seis años conducía de lunes a viernes su programa "El patio de los abuelos". Cuando sus allegados fueron a la vivienda notaron que la puerta de calle estaba sin llaves y al ingresar se encontraron con el hombre, que según los posteriores informes médicos había muerto al menos 30 horas antes. Los investigadores anotaron lo mismo que en los casos anteriores: los ingresos a la vivienda no estaban forzados.
Dos semanas más tarde, el 27 de mayo de 2010, con características similares fue hallada asesinada Susana García, docente jubilada de 74 años. Vivía sola en su casa de Riobamba 3036, donde la encontraron estrangulada y con un golpe en la cabeza en medio de un desorden que a los investigadores también los condujo a la hipótesis de crimen en contexto de robo.
Tan solo seis días después, y a pocas cuadras de distancia, otra mujer mayor fue asesinada en su casa. A Olga Osello, de 88 años y jubilada de la Junta Nacional de Granos, la hallaron en su vivienda de Viamonte al 1500. Una joven del barrio que la asistía, dado que ella vivía sola y tenía dificultad para moverse, notó que la puerta de la casa había sido violentada. Al no tener respuesta de Olga llamó a la policía y así fue que dieron con las señales de otro crimen: la mujer tenía varias heridas de arma blanca en el cuello y el pecho.
Un poco de luz
Como reacción a estos dos últimos crímenes, si bien Olga Osello no era del barrio Parque, unos 200 vecinos se manifestaron al día siguiente para exigir seguridad y justicia por la saga de asesinatos por entonces sin resolver. Entre ellos hubo dos ex funcionarios del poder judicial: el ex juez de Menores Juan Leandro Artigas, y el ex juez de Instrucción Jorge Eldo Juárez, quienes residían en la zona y acompañaron los reclamos.
Entre los manifestantes también estuvo Roberto Santoro, un histórico verdulero del barrio que atendía hacía años su local de Riobamba y Francia. Dos días después el hombre manifestó su asombro ante los investigadores de los homicidios cuando tres de sus cuatro hijos fueron detenidos como sospechosos. Martín, Federico y Cristian, entonces de 33, 25 y 22 años.
Acusado. Martín Santoro, flanqueado por sus abogados, fue el único de los detenidos que llegó a juicio oral.
Acusado. Martín Santoro, flanqueado por sus abogados, fue el único de los detenidos que llegó a juicio oral.
En la investigación encabezada entonces por el juez de Instrucción Juan Andrés Donnola se unieron varios aspectos de cada hecho que condujeron a las sospechas de que habían sido cometidos por las mismas personas. Una línea que comenzó a confirmarse con la intervención telefónica a los hermanos Santoro y posibilitó así una hipótesis: utilizaban la verdulería de su padre para detectar posibles víctimas, se aprovechaban de su confianza como clientas e incluso les llevaban pedidos a sus casas.
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Cuando Martín Santoro fue aprehendido en su casa de Villa Gobernador Gálvez los investigadores detectaron, también, las evidencias que permitieron conectar también el asesinato de José Savini, ocurrido en Zavalla. Tenía en su poder un piano electrónico, un acordeón y un equipo de música que pertenecían a la víctima. Además una huella hallada en la escena del crimen coincidía con un calzado del sospechoso, que también era dueño de un vehículo similar al que un testigo había visto en la casa de Savini.
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Por ese hecho quedó detenida una joven empleada de la verdulería que era de Zavalla y conocía a la víctima. Pero tanto ella como otras seis personas, que habían quedado presas como sospechosos de encubrimiento, fueron sobreseídas por falta de mérito. Lo mismo ocurrió al tiempo con los hermanos Federico y Cristian Santoro, quedando solo Martín comprometido de cara al juicio.
El juicio oral comenzó el 2 de diciembre de 2013 con Martín Santoro, entonces de 37 años, como único acusado y con más de tres años de prisión preventiva. El devenir de las investigaciones de cada homicidio llevó a que solo le endilgaran la autoría en tres de ellos: el de Concepción Lavore, el de José Savini y el de Susana García. Tras diez días de debate el tribunal compuesto por los jueces María Isabel Mas Varela, Roxana Bernardelli y Juan José Tutau dictó la pena de prisión perpetua para Santoro como autor de tres homicidios criminis causa, medida que fue confirmada por la Corte Suprema de la provincia en septiembre de 2015.
En los días de las detenciones de los Santoro los vecinos del barrio estaban en completo aturdimiento y las sensaciones muy divididas. El recordado diputado provincial Aldo Strada, que vivía en la zona, paladeaba entonces la conmoción junto a los vecinos. “Es como si una aplanadora nos hubiera pasado por encima. La mitad cree y la otra mitad no puede creerlo”, resumió. “Qué puedo decir de cómo debe sentirse ese padre. Toda mi vida lo vi levantando cajones: va al mercado a la madrugada, viene, vende y se vuelve a ir”, narró otra de las vecinas. “La esposa de Roberto, Mari, habrá fallecido hace diez años y siempre estaba allí con él. Sus hijos son tipos amables y son tan laburantes como el padre”.
Los recuerdos
La zona del barrio Parque que hace 15 años fue epicentro de los homicidios y las movilizaciones vecinales todavía presenta marcas de aquellos días convulsionados. La verdulería "Roberto" que atendía el padre del condenado como homicida cambió de dueños y nombre. La casa de la primera víctima de esta saga, crimen que no pudo ser esclarecido, fue renovada prácticamente en su totalidad y allí hoy funciona una peluquería. A metros de allí, sobre la esquina de Coffin y Francia, está el comercio atendido por uno de los hermanos Santoro.
Pero el mayor testimonio de esta historia está en los vecinos. Algunos sienten angustia al momento de recordar estos hechos y prefieren el silencio. Lo atribuyen al temor a desestabilizar cierta tranquilidad que logró recuperar el barrio. "Eso ya es viejo, es pasado", dijo un hombre que tomaba fresco en la vereda una mañana de estos días. "No voy a hablar de eso. Uno de los asesinos sigue por acá, además yo no sé si ustedes son realmente de La Capital", apuntó otra vecina. En el barrio, más allá del fallo judicial que puntualizó en solo uno de los hermanos, siempre se habló de "los verduleros".
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La cuadra de Coffin al 3000 donde ocurrió el primer homicidio de la saga.
Foto: Celina Mutti Lovera
En cambio hay vecinos que eligen otra forma de recordar estos sucesos que espantaron a los habitantes del barrio. En ese marco un antiguo comerciante contó una versión extraoficial de cómo comenzaron a esclarecerse los homicidios. "Un vecino vino una tarde y me preguntó si no había visto pasar un pibe, flaco y de pelo corto, que le había querido robar, que le parecía que era uno de la verdulería. Entonces fue, hizo la denuncia y como estaban los asesinatos dando vuelta le hicieron las escuchas. Ahí empezaron a hacer los seguimientos y lo agarraron", describió.
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"Cuando los agarraron era invierno. Yo tipo siete de la tarde cerraba el negocio. Pasé por acá a las siete y cuarto y vi que había un patrullero y un montón de gente", recordó el hombre. "Ahí le dije a un vecino: me parece que agarraron a los mataviejas, así les decíamos y hubo bronca acá con ellos", agregó. "Cuando se armó todo el problema estaban muy bien económicamente ellos. El padre estaba todo el día laburando. La verdad que no sé qué le pasó por la cabeza al muchacho que empezó a hacer eso", se preguntó sabiendo que quizás nunca conocerá una respuesta que explique aquel tiempo de terror.