Si hay un componente indescifrable pero decisivo en la forma de crear condiciones de triunfo o de derrota es lo emocional. No importa la aptitud, la calidad o la técnica. Fue el castañazo astral que se come con los dos goles árabes lo que enredó a Argentina todo el resto de ese partido, lo que hizo que el arranque contra México fuera impreciso e imprevisible, lo que puso a moquear como no se vio nunca a Pablo Aimar, un tipo del cual en una entrevista en El País de Madrid de 2003 dijo Zinedine Zidane: “Es el mejor de la liga”.
El Turco Salum, que mira muy bien el fútbol y que trabajó mucho tiempo en Deportes en La Capital, dijo al terminar el partido contra Polonia que una de las circunstancias más notables del juego fue que Molina rehusó patear centros y que cada vez que llegaba cerca de la línea de fondo rearmaba la jugada con un pase hacia atrás buscando el reinicio del esquema. Fue una instrucción que todo el equipo cumplió escrupulosamente. Como pocas veces se vio, Polonia regaló las bandas. Pero no fue por error: buscaban que los extremos argentinos tiraran centros confiados en la altura impresionante de sus zagueros.
Y Scaloni, que es Aníbal con su rebaño de elefantes, lo sabía. Y les dijo a los jugadores que no cayeran en esa fácil tentación. Que buscaran siempre los agujeros en velocidad porque para un grandote por arriba es sencillo pero por abajo no tanto. Molina tiró el centro cuando vio un agujero y no fue alto, sino al pie de Mac Allister, que aunque le pegó mordida la mandó adentro.
Pero estábamos con las emociones. Argentina pudo desplegar el miércoles el mismo juego que le valió la Copa América, la finalissima ante Italia con baile y un largo invicto porque mejoró su ánimo. Recuperó la confianza y fue con eso que la técnica adormecida por lo sensorial despertó. Argentina saca del medio en el segundo tiempo y con quince toques la guarda. Diez minutos después, Julián Alvarez culmina una acción con 27 pases previos. Uno más que el gol legendario de Cambiasso a Serbia y Montenegro en 2006, que recibe homenajes rutinarios en la prensa deportiva.
Esa sensibilidad alimentada por la confianza fue la brújula para un partido donde Argentina sometió anímicamente a un equipo sin brillo que, es cierto, no salió a jugarle de igual a igual, pero que llegó al Mundial dejando afuera a Suecia y que ahora lideraba el grupo. Argentina salió con tal afán ofensivo que a la media hora de juego ya había generado más tiros que en todo el partido contra México.
Al final del primer tiempo había tirado siete tiros hacia el arco que podían entrar. Según el sitio de estadísticas Opta Analytics, el último equipo que registró más tiros en una primera mitad de Copa del Mundo también fue Argentina contra Hungría en España 82. Un partido que la Argentina conducida por Maradona, que hizo dos goles en ese juego, disputó con hambre caníbal, ya que al igual que en este debut tuvo una derrota en el primer partido, contra Bélgica 0-1
Y si bien Polonia no asustaba a nadie (no le daba el cuero pero no se lo había propuesto tampoco) no le habían hecho un gol en los dos partidos previos ni en toda la primera mitad contra Argentina. El arquero Wojciech Szczesny hasta había detenido de modo magistral el penal de Messi. Pero el rastrón de Mac Allister le rompió una marca de siete horas de fútbol de su selección sin goles. Fue el tiro número 40 que el arquero recibió en todo el torneo y el primero que llegaba a la red.
El esquema medroso y conservador de Polonia estuvo a punto de dejarlo fuera de la Copa del Mundo. Sobre todo cuando México que ganaba 2 a 0 convirtió un tercero que fue anulado. Finalmente el descuento de Arabia Saudita le dio el pase por un gol a favor más. Lo que le garantizó a Polonia ubicarse en una segunda fase de un Mundial desde 1986. El arrollador juego de Argentina sin que se concretara la ventaja traía las nubes negras de aquel partido de 2002 contra Suecia, donde el asedio albiceleste chocaba contra una muralla defensiva. Pero esta vez, con paciencia y dos golazos, se abrió. Y con eso el componente emocional del seleccionado, esa energía que había movido los imanes de todas las brújulas, vuelve a subir y, esperemos con ansias, a impactar en el juego.