Cada 1º de julio, en la Argentina, los peronistas nos sentimos llamados a expresar algo de lo mucho que admiramos a Juan Perón, lo que nos dejó como enseñanza, algún recuerdo, una anécdota.
Cada 1º de julio, en la Argentina, los peronistas nos sentimos llamados a expresar algo de lo mucho que admiramos a Juan Perón, lo que nos dejó como enseñanza, algún recuerdo, una anécdota.
A 44 años de su partida, se sigue apelando a la figura de un líder que transformó de raíz la política nacional. Y buscando un aporte novedoso, leyendo los medios de la época, me detuve ante el título de un diario. "1º de julio de 1974: Cuando se terminó el peronismo". No importa qué periódico tituló así, muchos años después de aquel día triste de 1974. Interesa, eso sí, que desde ese titular, una vez más, se interpretaba que el peronismo había llegado a su fin. Curioso, luego de casi cuatro décadas —el artículo está fechado en 2011— se recordaba al General dando sepultura a su legado más importante en el mismo momento de su ingreso a la eternidad.
Me pregunté sobre cuántos líderes políticos se seguiría escribiendo en cada efemérides de su fallecimiento, pero fundamentalmente cuántos de ellos habrían dejado en pie un movimiento que siguiera despertando tantas pasiones y mantuviera su potencia y vigencia como ocurre con el peronismo.
Pero más allá de eso, el recuerdo de Perón siempre desata pasiones encontradas, lo cual demuestra que sus ideas, su obra, dividen aguas, porque de eso se trata la política: si todas y todos pensáramos igual, si todo anduviera en perfecta armonía, no sería necesaria la política.
Y Perón puso sobre el escenario político dos proyectos de país. No los inventó. Los mencionó, los mostró, algo que hasta entonces nadie había hecho más allá del pizarrón: lo puso de manifiesto en los hechos, y eso generó amores y odios.
De los odios, muchos hablaron y muchos hablarán. Más me motiva recordar el amor de su pueblo, expresado en aquella muchedumbre de más de un millón de personas que bajo la lluvia no quiso quedarse sin despedir a su líder. Lograron hacerlo, pasando frente a su féretro, dicen los registros, 135 mil mujeres, hombres y niños.
Los diarios de aquellos días reflejan la importancia mundial que tuvo la muerte del general Perón: cuando se conoció la noticia, el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, y el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Leonid Brezhnev, estaban reunidos en Moscú. Ambos decidieron interrumpir el encuentro de inmediato y ordenaron a sus respectivos gabinetes adherirse al duelo.
Es que acababa de morir un líder político que había generado la atención del mundo por casi tres décadas. Desaparecía un estadista que planteó, frente a un mundo bipolar, la incómoda y original tesis de la Tercera Posición. A nadie resultaba indiferente Perón, estuviera en el gobierno o en el exilio.
Entre el 1º y el 2 de julio, en todo el mundo las banderas de los países se mantuvieron a media asta, incluida la de la ONU, algo que se repitió en los estadios alemanes, donde se disputaba el Mundial de Fútbol, y en todos los partidos que se jugaron aquel día el juego fue interrumpido durante un minuto en homenaje a Perón. Ni antes ni después un mandatario argentino llegó a despertar de ese modo la atención del mundo ante su partida.
Casi un mes antes de su fallecimiento, Perón recibió un consejo profesional de su médico personal, el doctor Jorge Alberto Taiana, padre del ex canciller: le dijo que no convenía que realizara el viaje a Paraguay programado para el 6 de junio de 1974, invitado por el gobierno del país hermano para participar del acto de devolución de los trofeos de la sangrienta Guerra de la Triple Alianza.
La idea de devolver esos trofeos, banderas y armas que la Argentina retenía desde aquel conflicto fratricida, fue del propio Perón. El viejo general, que siempre condenó aquella guerra por haber sido fogoneada desde Gran Bretaña y por haber aniquilado a casi toda la población masculina del Paraguay, que por entonces era una emergente potencia económica e industrial, se negó a seguir las recomendaciones de su médico y viajó a Asunción para ayudar a cerrar uno de los capítulos más tristes de la historia latinoamericana. A 26 días de aquel épico gesto, Perón entraba en la inmortalidad.
Ese gesto de entrega, uno de los últimos, sirve para entender que el general Perón siempre se sintió parte de un proyecto colectivo, que no se dejó llevar por sus ambiciones personales o su conveniencia. Seguramente si hubiese permanecido en el exilio, lejos de su tierra, hubiese podido vivir algunos años más.
Sin embargo, el viejo líder jamás ponderó esa posibilidad, por delante sentía que estaban su pueblo y la patria, algo que todo peronista debe asumir, hoy más que nunca, como un mandato político ineludible.