Lo que a la postre fue la famosa década de los 90 con el peronismo liberal inventado por Carlos Menem reinando de principio a fin, había arrancado con pronóstico sombrío para el justicialismo santafesino, que gobernaba la provincia desde el restablecimiento de la democracia. Vernet había sido el mandatario del 83 al 87 y su sucesor (decidido por la entonces “Cooperativa” del PJ), Víctor Reviglio, estaba al frente en aquella época turbulenta de un país que buscaba normalizarse un poco. Le había tocado sortear los saqueos de Rosario (1989) y galopaba con la inflación, entre otros problemas coyunturales. Sin carisma, Reviglio encabezaba un gobierno gris que no garantizaba nada, ni futuro ni cierre decoroso de gestión. Su vice, Antonio Andrés Vanrell, estaba chamuscado por los cuatro costados y espantaba a la clase media.
No sólo que el peronismo temía perder la provincia sino que no tenía ni siquiera un candidato claro. Carcomía tanto el problema que como primera herramienta de supervivencia consiguió sancionar en la Legislatura a fin de 1990 la famosa ley de lemas, que sintéticamente sus dirigentes de la época resumían así: “Vamos con varios candidatos, se suman los votos de todos y con uno más nos alcanza para ganarle a la UCR que va a ir con uno, Usandizaga”).
Ese era el “cuco”: Horacio Usandizaga, para muchos, el ya inevitable próximo gobernador de la provincia. La ciudadanía había calificado entre bueno y subresaliente su gobierno en Rosario (1983-1989), no arrastraba la mancha del más mínimo acto sospechoso y frente a la indecorosidad del peronismo presente no había más opción.
No se sabe si la idea fue del propio Menem o se la deslizó Eduardo Duhalde, su entonces vicepresidente. Lo cierto es que fue atendida. Invitar a que Carlos Reutemann (nacido en Santa Fe, conocido por todo el mundo) sea candidato a gobernador. Los llamados telefónicos y primeras charlas con el Lole, que se había retirado del automovilismo hacía una década (1981), atisbaron cierta cabida y, ni lerdos ni perezosos, desde el gobierno le alimentaron el entusiasmo y le colocaron a un referente santafesino, Luis Chango Funes, para que lo guíe en los primeros pasos.
A la pista
Reutemann hizo su primera conferencia de prensa en Rosario en el viejo restaurante de la Sociedad Rural, luego otra en el Hotel Presidente (las dos con Funes al lado) y unas semanas después se atrevió a una primera visita a Empalme Graneros llevado por el ingeniero Gualberto Venesia (que había querido ser intendente en 1989 y quería repetir su candidatura ese año, 1991) y su concejal preferido, Osvaldo Ortolani. La gente salía de sus casas para saludar a Reutemann, un ídolo popular.
Las semanas que siguieron y los meses sucesivos instalaron a Reutemann como un candidato en serio, acortando las distancias con Usandizaga, que “ya me ve por el espejo retrovisor”, según la ilustración del propio Reutemann.
Se llegó a agosto y setiembre de ese año en ascuas pero con esperanzas. Las elecciones eran el domingo 8. “Falta un empujón y el Lole es gobernador”, resumían en el PJ con más voluntad que certezas.
Fue 1991 el año en que el gobierno de Menem, con la incipiente convertibilidad lanzada en marzo, quería comenzar a brillar. Las elecciones santafesinas iban a trascender a todo el país.
En la Casa Rosada se aceptó una última jugada: la “foto” de Reutemann con Menem en el último día de campaña electoral (jueves 5 de setiembre).
Funes se encargó de hablar con los medios de Rosario mas importantes de la época para que ingresen a la Quinta de Olivos, presencien y reproduzcan la gesta. Por La Capital ingresó el redactor Aurelio Alvarez y el fotógrafo Feuli, atrás Evaristo Monti, que reinaba en la radio, junto a su movilero, el encargado de esta crónica, y las cámaras de Canal 3.
La comitiva fue recibida en la galería por un sonriente Menem y su secretario Ramón Hernández. Nadie del gabinete. Enseguida aparecieron los mozos invitando pizza con champagne. “¿Qué dice Inteligencia, Carlos, cómo están los números?”, disparó con ansiedad Monti. “Parejos, la elección se define por uno o dos puntos”, respondió en confianza Menem.
La conversación estaba en eso cuando en la galería reapareció Hernández con el teléfono inalámbrico: “Es Manzano, Carlos, encontraron a Macri”.
En efecto, se trataba de pasado el mediodía de aquel jueves cuando el entonces ingeniero era salvado del cautiverio de sus secuestradores. “Hola Chupete… resolvelo vos… anuncialo vos… Perfecto…”, fueron las lacónicas palabras de Menem a través del teléfono a su entonces ministro del Interior.
(Menem, Reutemann y Macri de alguna manera presentes en aquella galería de Olivos de 1991, cierta premonición)
“Lo encontraron, está bien, habría dos federales muertos, no se sabe”, fue el resumen de Menem sobre la trascendente novedad mirando a Reutemann y Monti.
De inmediato se decidió hacer “la foto” y alguien le sugirió al presidente que además haga unas declaraciones para que “se lleven algo” los reporteros (y poder multiplicar el impacto).
Menem hizo silencio y se preparó para unas manifestaciones medidas en las que sorpresivamente se encargó de destacar que en 72 horas Santa Fe iba a celebrar unas elecciones entre dos buenos candidatos, “mi amigo Carlos Reutemann y el radical Horacio Usandizaga”. Cada vez que nombraba a uno lo hacía con el otro.
Fue tal la particularidad de las palabras del riojano que apenas pudo, en un apartado, Reutemann lanzó la pregunta en confianza: “¿Sirven o no sirven?”
“Más o menos”, le respondieron con sinceridad.
El efecto del encuentro con Menem no se podría medir acabadamente (como nada en política) pero indudablemente empujó los últimos votos que necesitó Reutemann y el PJ para una elección ajustadísima. Los propios de él, más los aportados por los sublemas de Fernando Caimi, Luis Rubeo, Juan Bernardo Iturraspe y algún otro le bastaron para imponerse.
La medianoche del domingo posterior lo encontró de festejo, rodeado de intendentes, militantes y dirigentes en Santa Fe, mientras Usandizaga vociferaba que le habían robado la elección y llamaba a movilizarse a los radicales.
El peronismo, una vez más, cuando todo se acababa, se las había ingeniado para caer parado y salvar una vida como los gatos. Superar el escollo del 91 le permitió consolidar luego un nuevo liderazgo (el de Reutemann) para ejercer un dominio por 16 años más hasta que se le agotaron las fuerzas y la “nafta” en 2007, frente a Hermes Binner y la nueva hegemonía socialista que había tenido raíz en Rosario.