Esa noche, San Lorenzo enfrentaba a Platense en Lanús de cara a los octavos de final de la Copa Argentina. Sergio Alberto Leguizamón, un albañil y padre de seis hijos condenado como actor secundario en una red de narcomenudeo, miraba el partido con un amigo en su casa de Villa Gobernador Gálvez. Cerca de la medianoche se escuchó el ruido de una moto que pasaba frente a esa construcción modesta con alero al frente y un golpe en la ventana. “Flaco”, llamaron por su apodo a Sergio, que apenas se asomó fue fulminado por dos disparos.
Así murió el 26 de julio de 2023 este hombre de 46 años. A al poco tiempo el crimen se develaría como resultado de una disputa entre bandas por la venta de drogas. “Primero se agachó y después cayó para atrás. Miré por la ventana y no había nadie”, contó su amigo y único testigo de ese asesinato que comenzó a esclarecerse un mes más tarde, con la detención de un adolescente ligado a una organización criminal. En su celular se encontraron mensajes en los que su jefe le ofrecía “una moneda” a cambio de esa ejecución.
Quien dio la orden, para la Fiscalía rosarina, era Andy Benítez. Un preso de alto perfil ligado al estallido de violencia en barrio Ludueña que en marzo fue acusado de instigar dos atentados contra el gobernador Maximiliano Pullaro: las balaceras del 12 y 13 de diciembre contra una sucursal del Banco Macro y el Hospital Clemente Alvarez. La semana pasada sumó a su legajo una nueva imputación como instigador desde prisión del asesinato de Leguizamón. Una muerte que, según planteó en audiencia el fiscal Alejandro Ferlazzo, buscaba dejar un mensaje a un competidor.
El destinatario era Héctor Daniel “Gordo Dani” Noguera, histórico hombre de Los Monos en Villa Gobernador Gálvez que cumple una condena a prisión perpetua. Para el fiscal, el grupo de Benítez buscaba instalarse a vender en la zona de Noguera. Quedó claro en la evidencia: los ejecutores tenían la orden de dejar en la escena una carta con la amenaza de matarle “hasta el perro” al Gordo Dani. Leguizamón, que había vendido un tiempo para Noguera y por entonces estaba desempleado, resultó el portador del mensaje.
A oscuras
Lo único que se escuchó antes de los disparos fue el ruido de una moto que pasó despacio pero nunca se detuvo. Sergio estaba sentado de espaldas a la calle 20 de Junio casi Ecuador, en un local separado por un patio del resto de la casa. Faltaba poco para la medianoche de un martes y estaba viendo el partido con un amigo cuando alguien golpeó la ventana y lo llamó por su sobrenombre.
“El preguntó quién era, se levantó y abrió la ventana. Cuando abrió le dispararon. Yo escuché tres disparos pero pueden haber sido más”, contó su amigo. Cuando encendió la luz vio que al Flaco le corría sangre por la cara. Miró por la ventana pero ya no había nadie en la calle de ese caserío cercano al club infantil Riberas del Paraná y al barrio Costa Esperanza.
En la otra parte de la casa la esposa de Sergio acababa de dormir al bebé de 6 meses, el más chico de los seis hijos de la pareja, cuando escuchó los disparos. Corrió al frente, tocó a Sergio para ver si tenía pulso e intentó practicarle resucitación cardiopulmonar, pero al llegar la ambulancia el hombre había muerto. Un disparo le había dado en el pómulo izquierdo y otro en la cara lateral del cuello, con salida por la espalda, y al atravesar un pulmón resultó letal.
Leguizamón había recibido una condena federal a 3 años de prisión condicional como partícipe secundario en una trama de narcomenudeo. Lo habían detenido en esa misma casa el 21 de noviembre de 2019 en una investigación iniciada tres años antes a partir de una denuncia anónima contra Ramón “Campito” Giglione, un folclorista detenido en 2020 por venta de drogas que al parecer seguía activo en sus salidas transitorias.
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Se intervinieron líneas telefónicas y fueron detenidas catorce personas, Leguizamón entre ellas, con secuestro de cocaína y marihuana en baja cantidad. La casa de Sergio fue señalada como un punto de venta de drogas. La investigación de su muerte arrojó que hasta tiempo antes había estado vendiendo en el local del frente para el Gordo Dani. Un histórico gerente del negocio de drogas en Villa Gobernador Gálvez detenido en agosto de 2020, condenado a perpetua por un doble crimen e imputado días atrás junto a 16 personas por aprietes y extorsiones.
Uno seis meses antes del crimen, a raíz de una pelea callejera que involucraba a un familiar, a Sergio le habían baleado el negocio con diez tiros. Estaba sentado en la puerta y recibió tres balazos por los que estuvo internado tres días en el Hospital Provincial. Quedó con lesiones y desde entonces poco pudo hacer. Se las rebuscaba con changas de pintura y albañilería, contaron los suyos.
Atentamente, La Mafia
Un mes más tarde, el fiscal de Homicidios Gastón Avila ordenó allanamientos en una investigación por asociación ilícita. Con un teléfono y desde la cárcel de Piñero, según esa pesquisa, el interno Andy Benítez ordenaba extorsiones, usurpaciones y amenazas. Condenado por la Justicia federal a 4 años y 8 meses por venta de drogas, había armado una organización propia tras una estridente pelea a piñas que un año antes, en septiembre de 2022, lo había expulsado del pabellón y de la gavilla que compartía con Mauro Gerez, otra facción de Los Monos en guerra con las huestes de Esteban Alvarado en Ludueña y Empalme Graneros.
Como parte de ese nuevo armado a órdenes de Benítez fue detenido A., un adolescente acusado de un intento de homicidio y considerado un “gatillero” de la banda. En su celular se recuperaron mensajes en los que Andy le ofrecía “una moneda” a cambio de matar al Flaco Leguizamón. Tenía la indicación de dejar un cartel con este mensaje: “Gorda Dani pedazo de gil. Vos no tenés más cabida. Te vamos a matar hasta al perro. Atte: La Mafia”.
Según la investigación de Ferlazzo, el chico coordinó el crimen con Fernando Ezequiel M., un hombre de Villa Gobernador Gálvez que el martes pasado quedó en prisión preventiva como autor del ataque junto al adolescente. Lo organizaron por teléfono la misma tarde de ese martes. A. le avisó que iba a buscar “la pipa”, una pistola 9 milímetros, a una casa de Arévalo y Campbell de Rosario considerada un aguantadero de la banda de Andy.
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De los mensajes surge que el chico fue en un remís escoltado por una moto Honda Wave que en el camino “salió de vuelo” al cruzarse con efectivos de Gendarmería. “Anda la gorra a full”, comentó antes de pedir precisiones para llegar hasta la casa de M. Luego acordaron cuestiones de la logística —si irían en moto o en remís, cómo ubicar la casa de la víctima, donde encontrarse esa tarde— y no hubo más mensajes entre ellos hasta las 2.19 de la madrugada siguiente.
"Ya fue, tosió"
“Cumpita, ¿llegaste bien? ¿Todo bien vos?”, preguntó M. El chico le respondió que había llegado hacía un rato y estaba cenando algo. “Dale cumpita, dale —siguió su socio—. Yo ya estoy acostado. Me estoy por ir a dormir, estamos en contacto. Ahí ya saltó la cosa. Ya fue: tosió”. De los mensajes también se recuperó la respuesta de A., que decía, textual: “jaja listo hno, si si roció”.
Más adelante, según se consigna en la imputación, volvieron a conversar sobre otros hechos delictivos. El 12 de agosto el menor de edad le dijo acerca de otro trabajo: “Iba a ir yo y acá el patrón me dijo no, vos no, ya hiciste dos boletas en un día”. Al día siguiente del crimen de Leguizamón le mandó a su hermana una captura de pantalla del portal Rosario 3 con la noticia del homicidio y un mensaje: “El del hombre de 44 años fue el mío”.
También se peritaron las charlas del chico con Andy, quien a las 14.56 del día del crimen le indicó: “Vamos a hacer eso que te dije, hermanito. Haceme la dos que está fácil”. El chico preguntó por el “piloto” de la moto, indagó sobre si el trabajo “es a pegar o no” y comentó que “la pipa tenía tres balas nomás”.
Más tarde confirmó el encargo: “Yo activo hermano. Vos sabés que bajo, compro y le pego al toque. Todo en la cara le doy. Así de una”. A las 21.18 Andy le dictó lo que debía decir la carta, cuyo hallazgo no se reportó en la escena. Luego del crimen el adolescente le envió varios mensajes dando cuenta de la tarea realizada: “Ya activé. Le di en la cara, hermano. Salió el solo. Al toque cayó”.