El crimen de Sebastián “Oso” Cejas, el cocinero de 38 años al que mataron en 2020 para robarle el auto frente al Hospital Español, comenzó a juzgarse este miércoles en el Centro de Justicia Penal. El único acusado que llegó al banquillo afronta un pedido de prisión perpetua. Es un joven que admite haber integrado el grupo de asaltantes pero niega ser el autor del disparo letal. “No tendrían que haberle quitado la vida por un pedazo de lata. No merecía este final”, dijo en una extensa y emotiva declaración la madre del hombre asesinado, que a los nueve días sufrió la pérdida de su esposo por una enfermedad. “Mi casa quedó en silencio. Se respira, pero no se vive”, expresó.
El debate arrancó pasadas las 8 en el edificio de Sarmiento y Virasoro. Allí, alrededor de una bandera que recuerda a Cejas colgada en la escalinata de acceso, se reunieron minutos antes los familiares y amigos de Sebastián Cejas. El hombre que era cocinero del restaurante El Mejor, de La Paz e Italia, y planeaba abrir en su casa un local de viandas. Los más cercanos subieron a la sala de audiencias, presidida por los jueces Gustavo Pérez de Urrechu, Gonzalo Fernández Bussy y Dardo Bilbao Benítez.
Ante el tribunal, la fiscal de Homicidios Gisela Paolicelli abrió su alegato con un pedido de prisión perpetua para Leonardo Camilo Cajal, de 23 años y único acusado en este juicio. Un joven que al momento del hecho era menor de edad se encuentra detenido por el caso a disposición de la Justicia de Menores y según un testigo de identidad reservada fue el autor del disparo. La noche del hecho su celular impactó en las antenas cercanas al recorrido que hizo el auto de la víctima tras el robo.
La fiscal acusó a Cajal como coautor de un homicidio criminis causa, es decir cometido para asegurar un robo, calificado por el acuerdo entre más de dos personas y agravado por el uso de arma y la participación de un menor de edad. Desde las primeras referencias, dijo, el crimen fue atribuido a una banda del barrio La Lata que se dedicaba a robar autos y a la que fue vinculado Cajal.
La defensora pública Celia Pasquali planteó a continuación que su defendido no niega su presencia en el lugar: “Tuvo la mala decisión de unirse a sus conocidos esa noche, pero no tomó la determinación de matar”. Por esto, consideró que no podrá probarse la voluntad de cometer un homicidio ni que existiera un acuerdo previo para terminar con la vida de Cejas.
Delgado y de remera a rayas, el muchacho fue retirado de la sala más de una vez a pedido de los testigos, que alegaron temor de declarar en su presencia. De acuerdo con el relato acusatorio, habría sido quien trasladó en auto a los atacantes y permaneció dentro del vehículo mientras los demás abordaban a la víctima. La defensora de Cajal pidió que sea juzgado por homicidio en ocasión de robo, figura que prevé menor pena, y planteó que la prisión perpetua es contraria a la Constitución Nacional.
“Yo soy Ana, la mamá del Oso”, se presentó minutos después Ana María Arce, de 71 años y madre de Cejas, primera en declarar en el juicio. Con la voz ronca y siempre al borde del llanto que afloró varias veces, habló más de una hora sobre el momento del ataque y lo que representó para ella la pérdida de su hijo, “un buen chico, familiero, amiguero”, que vivía con sus padres. “Era soltero y no tenía hijos. Tenía su carácter pero era muy compañero. Le decían Oso por lo grandote. Medía más de un metro ochenta y pesaba cien kilos. No se quería ir de casa porque atendía al padre, que tenía gota, era hipertenso y diabético”, explicó.
Pasada la medianoche del 21 de septiembre de 2020, según contó, fueron con su hijo a buscar al padre que terminaba de realizarse un tratamiento de diálisis en el Hospital Español. Salieron algo apurados en el Chevrolet Onix blanco del Oso y llegaron a la puerta del hospital cuando se cumplía la primera media hora del martes 22. Frenaron en doble fila en Gaboto y pasaje Babbini, donde dos taxistas conversaban de pie junto a sus autos.
“En un momento aparecen estos individuos y empiezan a golpear con un arma”, contó. Su hijo, al volante, se mensajeaba con un amigo y tardó en reaccionar a los gritos de “abrí, hijo de puta”. Ana dijo estar segura de que los atacantes eran cuatro. Uno la abordó a ella tras abrir la puerta del acompañante: “Entró derecho a la guantera, me agarra y me saca. No sabía que hacer. Me quedé quieta, tiesa. Hasta hoy me mortifico porque no pude hacer nada”.
Los agresores habían pasado poco antes merodeando por el lugar en un Chevrolet Onix gris oscuro. Según precisó la fiscal, eran cuatro y al momento del asalto uno de ellos se quedó en el auto mientras los restantes abordaban a madre e hijo. Uno sacó a Ana de su asiento y ocupó su lugar. Otro se paró frente al auto y tiró un tiro al aire al grito de “que nadie se meta”, quizás para amedrentar a los taxistas, y el tercero trató de sacar del auto a Cejas, que se negaba a bajar.
“Como no quiso ceder lo abordaron entre dos. Le dispararon al tórax y lograron sacarlo. Uno se subió como conductor, otro fue al asiento de atrás. Salieron por Gaboto hasta Corrientes y doblaron en contramano. El Onix negro se fue detrás”, relató la fiscal Paolicelli, tal como reconstruyó los hechos la fiscalía.
Cejas quedó tirado en la calle, de costado, sin pérdida de sangre. Su madre no entendía qué había pasado: en el aturdimiento y el shock de la situación no escuchó el segundo disparo. Al ver que su hijo no reaccionaba corrió a pedir ayuda al hospital y cuando lo subieron una camilla supo que había fallecido: “Le veo los ojos y estaban vidriosos”. La bala le había afectado el corazón y no pudieron sacarlo de un paro cardíaco.
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“Cuando mi marido salió del hospital le tuvimos que decir que su hijo había muerto”, evocó llorando la mujer, jubilada tras años de trabajo en una farmacia y como cocinera y mucama de una clínica psiquiátrica. Al día siguiente tuvieron que internarlo, enfermó de coronavirus y falleció a los nueve días. “Yo creo que él murió de tristeza”, reflexionó la madre de Cejas, quien según contó sólo encuentra consuelo en el apoyo de su otro hijo y en su pequeña nieta.
A la hora de explicar como se llegó a Cajal, la fiscal explicó que un primer informe de inteligencia policial mencionaba “la banda de La Lata que se dedica a robar vehículos” y allí figuraba su nombre. Se dispuso un allanamiento a su casa de Amenábar al 1400 y la madre les dijo a los policías que hacía tres días que su hijo no aparecía por allí.
Un llamado al 911 advirtió en esos días que el Chevrolet Onix oscuro usado por los asaltantes, un auto que había sido robado en agosto de ese año, estaba en la puerta de la casa de Cajal. Esto se comprobó en filmaciones de cámaras de vigilancia. El 24 de septiembre, a partir de un procedimiento por el robo de una Kangoo blanca, Cajal fue detenido junto con su hermano en Margis al 5000, en la zona sur de la ciudad, donde se recuperó ese auto que según la fiscal habían dejado “enfriando allí”.
Del celular secuestrado al hermano del acusado se obtuvo su número de teléfono, que al momento del hecho impactó en la antena del Hospital Español. Según la fiscal, tras el disparo Cajal salió detrás de sus cómplices en el Onix oscuro, dobló por Corrientes al norte, se detuvo en su casa y luego enfiló hacia la zona sur a reunirse con el resto de la banda.
El auto de Cejas, en tanto, se recuperó en un galpón de Ituzaingó al 7300 donde se encontraron otros vehículos robados y autos con las patentes cambiadas, por lo que hubo allí otros detenidos —entre ellos el dueño del local— acusados de encubrimiento.