Desde el primer día, en el juicio por el femicidio de Elsa Noemí Mercuri hubo tres sillas ocupadas en la sala. Los hijos de la mujer, que estuvo ocho meses desaparecida hasta que su cuerpo se encontró en un pozo del campo donde vivía con su esposo en General Lagos, presenciaron cada una de las audiencias del debate que se acerca a su fin. Este jueves el fiscal Alejandro Ferlazzo pidió una condena a prisión perpetua para José María Castro como quien mató a la mujer de 63 años, ocultó el cadáver y denunció que su esposa había hecho “abandono de hogar”. Los hermanos Castro, hijos de la víctima y del acusado, no dudan en pedir la máxima condena para su padre: “Él siempre fue un violento y un manipulador. Nada nos devuelve a nuestra mamá, pero queremos cadena perpetua. Que Dios nos dé vida para ver que paga por lo que hizo”, dijeron al salir del Centro de Justicia Penal.
Un día antes, durante la jornada del juicio del miércoles, Castro había pedido la palabra para dar su versión. Dijo que aquel día discutieron con Elsa por unos gastos que había hecho la mujer al hacer las compras y él le arrojó una baldosa que la golpeó en el costado del cuerpo. Que ella se desvaneció, al rato él advirtió que estaba “morada” y finalmente notó que había muerto. Entonces la trasladó en una bolsa de arpillera hasta el pozo del molino de la casa de campo que compartían.
“Es duro ver la frialdad con la que él se manejó todo este tiempo. No solo al momento de la desaparición de mi mamá. Lo sigue haciendo. Estamos ante una persona totalmente fría. No demuestra arrepentimiento, no demuestra nada. Él declaró que si bien la golpeó, no la mató. Pero eso no coincide en nada con lo que dijo al principio”, planteó Valeria, de 42 años, que junto con sus hermanos Gabriela y Rodrigo, de 43 y 39, conformaron el único núcleo de familiares en la sala.
“Él mintió en todo. Es un tipo frío y manipulador”, acotó Gabriel, quien recordó que al momento de la desaparición de su mamá, en noviembre de 2019, su padre les dio versiones contradictorias sobre lo sucedido: “Es alguien que estaba mintiendo todo el tiempo. No eran coherentes las explicaciones que daba”, indicó el menor de los cinco hijos de Mercuri, dos de ellos fallecidos.
Las mujeres dijeron que la violencia marcó a la familia desde siempre y aún recuerdan las ocasiones en que acompañaron a su madre “descalzas, a las tres de la madrugada”, a presentar denuncias por las golpizas que luego la mujer, inmersa en un circuito de dominación, “las levantaba”: “Desde que tengo uso de razón, la violencia se vivió siempre en la casa. Él era agresivo con mi mamá y con nosotras”, dijo Valeria.
Sobre ese contexto de violencia abundó el fiscal al alegar ante las juezas Hebe Marcogliese, Patricia Bilotta y María Trinidad Chiabrera. Dijo que fue “muy prolongado, con violencia física, psicológica, simbólica y económica”. Lo contaron los tres hijos al declarar en la apertura del juicio contra su padre, la semana pasada. Para Castro, de 67 años, el fiscal pidió una condena a prisión perpetua como autor de un homicidio doblemente calificado: por el vínculo y por el contexto de violencia de género. El tribunal dará a conocer su decisión el lunes.
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Elsa Mercuri tenía 63 años y fue madre de cinco hijos, dos de los cuales fallecieron. Vivió una vida de sometimientos y malos tratos.
Elsa Noemí Mercuri estuvo desaparecida desde el 29 de marzo de 2019. Por entonces vivía bajo el mismo techo con Castro, su pareja por 43 años, en el campo que cuidaban en General Lagos. Se ganaba la vida como tarotista. Cuando los hijos notaron que la mujer, muy activa en las redes sociales, había dejado de postear, le preguntaron al padre qué había pasado. Las respuestas fueron confusas. El hombre les dijo que su madre “se había ido a Brasil o a México”.
Esa versión no les cerró a los hijos de Mercuri: la mujer era obesa y sedentaria, casi no salía por sus dificultades para caminar y además llamaba a diario a su hijo Gabriel porque sentía “adoración” por su nieta. El último contacto había sido el día que desapareció y por WhatsApp.
A los hijos les llamó la atención que, con Elsa ausente, Castro usara el teléfono que había pertenecido a su madre y del que ella casi no se separaba. En la casa no encontraron cosas de su madre: ni ropa, ni bolsos, ni calzado, ni las estatuillas de hadas y ángeles que ella coleccionaba, “como si nunca hubiera vivido ahí”. El 19 de abril de ese año lograron que su padre fuera hasta la subcomisaría 13ª. Allí dejó constancia de que la mujer se había ido de la casa. Pero no realizó una denuncia por averiguación de paradero.
Los hijos insistieron. Primero por redes sociales: “Un día más que no sabemos nada, mami. Voy a seguir publicando hasta que sepa algo. ¡Alguien tuvo que haberla visto!”, escribió Valeria en Facebook en noviembre de aquel año. La búsqueda siguió por las vías oficiales. Hasta que el 23 de noviembre de 2019 la policía allanó la vivienda rural ubicada a la vera de un camino de tierra a la altura del kilómetro 275 de la autopista a Buenos Aires, lejos de testigos y vecinos. Una situación de aislamiento que según el fiscal favoreció la consolidación del círculo violento.
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En el fondo del pozo de un viejo molino en desuso se encontraron restos óseos dentro de una bolsa. Junto al cuerpo había una soga con un nudo y un machete de 65 centímetros de hoja. Ante los efectivos y bomberos que llegaron al predio con perros rastreadores, el propio Castro admitió que había ahorcado a la mujer con una soga. En el juicio dio otra versión. La defensora pública de Castro planteó nulidades, dijo que nunca se pudo determinar la causa de la muerte (debido al estado de descomposición del cuerpo) y pidió la absolución o una condena por homicidio preterintencional. Es decir que el deceso se produjo sin intención.
El fiscal consideró que la principal prueba no fue el testimonio de Castro, sino la prolongada situación de violencia, las explicaciones evasivas que dio durante la búsqueda y las escuchas telefónicas a una mujer con quien el acusado mantenía una relación paralela, para quien pidió un sumario por falso testimonio por sus dichos en el juicio. “Si no se pudo determinar la causa exacta de la muerte fue por la propia actitud del acusado de ocultar el cuerpo”, remarcó.
“Él siempre la golpeaba en la cara. Ella vivió con desfiguración del rostro, siempre golpeada. Y eso la llevaba al encierro por la vergüenza que le daban los golpes. Fracturas en las costillas tuvo siempre porque los golpes eran muy fuertes y una vez la apuñaló en un riñón”, enumeraron a su turno los hijos en alusión a un incidente de hace 28 años, cuando Elsa fue acuchillada en la espalda y trasladada al Hospital de Emergencias. En ese lugar, recuerdan ellos, intentaron ingresarla a un grupo de ayuda para víctimas de violencia, pero nada alcanzó para frenar la situación. Con el tiempo, la casa de campo y el molino fueron demolidos tras la muerte de Elsa. El lugar ahora se destina sólo a cultivo.