Un balazo en la cabeza. Así “resolvió” una mujer policía una discusión de vecinos. La que tenían su pareja con quien horas después fue una víctima más de la violencia instalada que se resuelve con disparos. Sucedió en una calle de Nuevo Alberdi, cuando Maximiliano Andrés Lucero, de 34 años, caía agonizante en un charco de sangre en calle Matheu, entre Caracas y Luzuriaga, quien falleció en la tarde de ayer a las 18.50. Una resolución previsible por el disparo directo en la cabeza. Una muerte que se dio poco después de otro incidente resuelto con balas.
“¿Por quién preguntás? ¿Por el chico que balearon anoche? Porque hace 15 minutos acá a la vuelta le pegaron un balazo en la cabeza a un vecino, ¿por qué no vas a ver?”, el cronista escuchó la sugerencia de un vecino de Nuevo Alberdi cuando pretendía entrevistar a la gente por otro tema: el asesinato de un empleado de limpieza de 25 años fallecido tras cuatro días de agonía: Facundo Rodrigo Valdez, quien murió la madrugada de ayer tras ser baleado el domingo a las 5.30 de la mañana cuando terminaba de festejar su cumpleaños en su casa de Joaquín Suárez al 2700 (ver aparte). También en la noche del martes un joven de 24 años fue baleado, en su caso en las piernas, ahí cerca, en calle Caracas.
Mientras el barrio digería las dos primeras situaciones de violencia y balas, sucedió un tercer caso, con el peor desenlace para Lucero, tras una discusión cotidiana de las que hay cientos en una ciudad violenta que resuelve sin miramientos conflictos que se presentan como de poca monta.
Hechos que tal vez no tengan puntos en común desde lo delictivo pero que no dejan de ser parte de una sola historia: la vida diaria en los barrios de una ciudad que no deja de sorprender; para peor.
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Por una garrafa
Matheu al 3400 es una calle angosta surcada por zanjas pestilentes y rodeada de pobreza. Allí sobre las 12.30 de ayer Maximiliano Lucero se trenzó en una áspera discusión con un vecino, pareja de una oficial que presta servicios en la comisaría 12ª de barrio Ludueña. El muchacho de 34 años estaba en la casa de uno de sus diez hermanos, frente a la casa de la mujer policía.
“Creo que le reclamaba al marido de la policía sobre el pago de una garrafa. El pibe (por Lucero) no se quería ir. Le tiró una piedra a la puerta de la casa y lo invitaba a pelear. «No te confundas», le respondió el marido de la policía. Ahí apareció la mujer y desde atrás de su pareja le disparó a la cabeza. Luego los dos se metieron en su casa y cerraron la puerta como si nada. El pibe quedó tirado en la calle dos minutos hasta que llegó la esposa y empezó a pedir ayuda”, contó una de las pocas testigos del ataque.
Lucero fue llevado en estado desesperante por una ambulancia, ya que, relató su madre Luisa, ningún policía quiso romper el protocolo de no trasladar en una camioneta policial al herido.
En llamas de impotencia y dolor, Luisa pedía las cámaras del noticiero, no quería otra cosa. “La señora que le pegó un tiro a mi hijo es de investigaciones de la policía. Es macumbera. Vende droga. Le pido al jefe de policía que la detenga. No tenía derecho a pegarle un tiro a mi hijo. El no es narco. Trabaja en una hamburguesería en la zona de la estación de trenes. Que el jefe de la policía de Santa Fe me explique por qué un efectivo de su policía me mata a mi hijo que no es un delincuente. Quiero explicaciones”, dijo la mujer humilde de barrio pobre.
“Mi hijo agonizaba y los milicos se cagaban de risa. Todos los que ahora están ahí (vigilando la casa de la policía detenida) decían «dejalo que se muera total es un negro de la villa». ¿Por qué esa discriminación, por qué fomentar tanto odio, la puta madre? ¿Por qué? No es que sea mi hijo, al hijo de nadie se lo puede matar así. Si fuera un delincuente, como decimos en el barrio «murió en su ley». Pero mi hijo es honesto, por el amor de Dios”, se descargó en la entrevista transmitida en vivo al menos por Canal 3.
La tensión se palpaba en la piel. La cuadra se cubrió de móviles policiales. Y también de nenes, pibes y vecinos. “Claro, cuando hay metida una vigilanta vienen todos. Y cuando los llamamos porque nos roban no aparece ni un patrullero”, gritó al aire un vecino de la cuadra. El vecindario en un radio de tres cuadras se juntó en la esquina para ver en vivo el tema del día. La policía vivía en carne propia el sentimiento de ser visitante. “Vamos a enseñarles a estos giles como es la cosa”, arengó un vecino rodeado de los gritos de júbilos de sus pares.
Pero cuando parecía que se venían las piedras y los encontronazos, todo se encauzó. Tal vez era tan agobiante la realidad a la vista que nadie quería más. Una realidad atravesada por las balas y violencia.
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Miedo normalizado
El barrio se paralizó. Lucero era papá de un niño en edad escolar. En medio de ese safari de locura y violencia quedaron decenas de docentes y trabajadores que a diario llevan un pedacito del Estado a territorios bajo fuego que debieron dirimir qué hacer en medio de un contexto de miedo normalizado.
Los vecinos no dejaban de contar que la pareja detenida realiza cultos umbandas. “Sacrifican animales. Venía mucha gente”, dijo una vecina. “El domingo hubo un momento que cerraron la calle. Sacrificaron un chivo y algunas gallinas”, recordó otra. “Estos eran re macumberos”, simplificó otro. Paradójicamente frente a la casa de la policía hay un humilde templo de la Iglesia Cristiana Evangélica Pentecostal Ruta de Cristo.
En la escena del crimen trabajó el fiscal de la unidad de homicidios Gastón Avila. En el rostro y la mirada se notaba cansancio y saturación de un turno complejo. “Un vecino discutía con el hombre de la casa de enfrente. En esas circunstancias, lo invitó a pelear, salió una mujer que sería policía y le disparó en el cráneo”, informó Avila.
“Me acerqué por deferencia porque sé que todos estamos trabajando en un contexto complejo”, explicó. Unos minutos antes la policía había retirado de la escena a dos nenes, hijos de la mujer policía, aterrorizados en medio de una nube de policías. Y en dos móviles diferentes habían subido a la policía y su pareja llevándoselos detenidos. La más comprometida es la oficial Antonela Celeste Ortiz, de 32 años, con 12 en la policía santafesina.
Facundo Valdez
En avenida Joaquín Suárez al 2700 todo era dolor e indignación. Familiares y amigos de Facundo Rodrigo Valdez esperaban que la Justicia diera la orden para liberar el cuerpo del muchacho de 25 años baleado el domingo pasado al finalizar su fiesta de cumpleaños. “No sabemos mucho sobre lo que pasó. Mi hermana estaba con unos amigos en la puerta de mi casa cuando pasó uno en moto y disparó. Tiró al grupo pero le pegó a mi hermano”, explicó el hermano mellizo del hombre asesinado.
Valdez recibió una herida en abdomen con salida y otra en la pierna derecha. Fue trasladado al Clemente Alvarez donde ingresó directamente a quirófano. “Cumplimos los años el miércoles 31 de agosto y lo celebramos el sábado en mi casa”, contó el muchacho. Horas después del ataque la brigada de homicidios de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) detuvo en Urquiza al 4600 a Luciano Angel G., de 28 años, como sospechoso de haber participado en el asesinato de Valdez. El mencionado será imputado en las próximas horas, en audiencia oral y pública, por el fiscal Gastón Avila.