Fue una mañana de perros la de ayer para Ricardo Albertengo, un preso de 41 años
con dos décadas de condena por un homicidio. A las 10 ingresó a una clínica de cirugía estética de
bulevar Oroño al 700, fingiendo ser un paciente, para iniciar un robo. Encañonó a la empleada de
recepción y cuando ya tenía el botín en su bolsillo, unos 5 mil dólares, arribó la policía. Eso
hizo que la situación de robo calificado derivara a la toma de rehenes. El punto culminante del
drama se produjo al estallar una feroz balacera entre los vigilantes y el hampón en el hall de la
clínica. Hubo entre 12 y 15 disparos. Algunas balas se fragmentaron y se contaron 17 esquirlas.
Dentro de la clínica de cirugía plástica A&E, de los médicos Fernando
Soraires y Alejandro Arredondo, durante casi una hora y media Ricardo Albertengo llegó a retener a
ocho personas a punta de pistola calibre 9 milímetros. Ante la sospecha de que el delincuente
tuviera un cómplice, decenas de uniformados peinaron la manzana. No hallaron a nadie. Sobre Oroño,
en las afueras de la clínica, unas 200 personas hicieron guardia, muchos de ellos sacando fotos con
sus celulares, hasta que el maleante fue cargado en una furgón del Servicio Penitenciario
provincial.
"Tarde de perros" es la película que ningún delincuente quiere protagonizar. En ese filme
de 1975, con Al Pacino en el rol principal, una banda de delincuentes de poca monta decide robar un
banco. Pero su impericia convirtió el golpe en una odisea para los maleantes y un manjar para la
televisión en vivo. Pese a su celebridad pasada por protagonizar un hecho casi calcado al de ayer
—aunque esa vez con el saldo de un muerto (ver página 30)— pocos sabían de la
existencia de Albertengo hasta ayer a las 10 de la mañana, cuando su apellido comenzó a resonar en
Oroño 721.
Preso desde febrero de 1994 por un homicidio calificado por privación
ilegítima de la libertad, abuso de arma y resistencia a la autoridad —circunstancias
similares a las de ayer excepto por el crimen—, había sido condenado en mayo de 1996 a
prisión perpetua por el juez de Sentencia 2, Antonio Ramos. Tenía 28 años y media docena de causas
en su prontuario. Purgó buena parte de su pena en la cárcel de Riccheri y Zeballos tras una
conmutación que la redujo a 19 años y dos meses. A partir de 2004 accedió al beneficio de las
salidas legales. Y en 2007 comenzó a tener salidas laborales, de 8 a 20 horas, para trabajar en un
gimnasio. A Albertengo le tocó ayer en la vida real ser el Al Pacino del filme.
Docentes y empleados de la ex metalúrgica Mahle se concentraron ayer en la
plaza San Martín, a dos cuadras de la clínica. Eso motivó por la mañana un importante operativo
policial a poco más de 200 metros de donde Albertengo entró a robar pasadas las 10.
A&E se emplaza en una señorial casona reformada del bulevar. Cuenta con
dos quirófanos, ambos en planta alta, varias consultorios y oficinas.
A la hora que ocurrió el robo, en la clínica estaba culminando una
liposucción a una paciente de 64 años. "El delincuente se hizo pasar por un paciente. Pidió turno
para una cirugía facial", explicó ayer el médico Fernando Soraires. "Entró y pidió por la
bioquímica. Cuando la mujer llegó, sacó el arma y le pidió la plata a la recepcionista", confió un
allegado a los empleados. Fuentes consultadas indicaron que se hizo con unos 5 mil dólares.
Eso fue lo último que le salió bien. Uno de los médicos que terminaba con
la cirugía en la planta alta escuchó lo que sucedía y llamó al 911. A varias patrullas de Comando
Radioeléctrico, Patrulla Urbana y Motorizada que estaban en la plaza San Martín les tomó dos
minutos llegar al sanatorio.
"El personal ingresó y ahí se produjo un intercambio de disparos con el
delincuente", indicó un vocero consultado. "No lamentamos ni muertos ni heridos por milagro",
evaluó. Los balazos de produjeron en el hall de ingreso a la clínica, de unos 4 por 4 metros, al
lado de la escalera que conduce a la planta alta. Ahí se podían contabilizar más de media docena de
impactos de 9 milímetros que continuaban por un pasillo. "Cuando bajé me encontré con este hombre.
Pensé que era un policía y le dije: «Se metió un choro». Y me gatilló dos veces el arma pero la
bala no salió. Antes ya le había disparado a mi padre", relató el médico Soraires.
Al finalizar de ese pasillo, tras pasar al lado del ascensor, Albertengo se
refugió en una sala de espera, contigua a un patio interno con ocho rehenes, entre empleados y
acompañantes de pacientes. Quedó cercado. Ahí David Sánchez, un médico residente de 36 años, se
ofreció a Albertengo como prenda para un cambio de rehenes: "Dejá a la chica que está embarazada y
agarrame a mí", le propuso (Ver debajo). Ahí comenzó una negociación que primero encabezó el
comisario Sergio Vergara, de la seccional 2ª, y a la que luego se sumaron otros oficiales y la
fiscal Lucía Araoz. Albertengo pidió garantías y que lo retiraran en un móvil del Servicio
Penitenciario provincial. Lo llevaron de vuelta a la cárcel de Riccheri y Zeballos.
Mientras tanto, fuera de la clínica, el tránsito fue cortado por Oroño
entre Córdoba y Santa Fe en la vereda de los impares y decenas de efectivos registraron edificios y
casas en la manzana buscando un cómplice. Hipótesis que con el correr de las horas se diluyó. Poco
antes del arranque de los noticieros del mediodía, Albertengo salió de la clínica con su cabeza
cubierta y sus manos esposadas. Los rehenes volvieron a recobrar su calma fracturada. El detenido
quedó a disposición del magistrado de ejecución penal que rige sobre su condena y del juez de
Instrucción Juan José Pazos.