Este viernes se cumplen diez años de un crimen ocurrido después de un clásico entre Rosario Central y Newell's que, por sus características, se asemeja al reciente asesinato de Ivana Garcilazo. En aquella ocasión la víctima fue un chico de 13 años baleado desde una moto cuando celebraba con amigos en una esquina del barrio Ludueña. Un año después de ese hecho hubo dos crímenes más con contextos similares. Historias que impactaron en la población por tratarse de casos inusitados y extremos, pero que sin embargo no se escinden de la violencia urbana que atraviesa a la ciudad.
El 20 de octubre de 2013 fue un día especial para el fútbol argentino. Rosario Central y Newell's volvieron a disputar el clásico luego de tres años. En su vuelta a primera división, el club de Arroyito recibió al entonces puntero, que a su vez venía de ganar el Torneo Final en junio de ese año. Central, que como hoy era dirigido por Miguel Ángel Russo, se impuso 2 a 1 en un partido que agotó la mayoría de emociones con sus tres goles en el primer tiempo.
Para las 18.30 de ese domingo, en el que también se celebraba el Día de la Madre, distintos puntos de la ciudad se volvieron escenarios de festejos callejeros. Como en la esquina de Casilda y Camilo Aldao, barrio Ludueña, donde Gabriel Aguirrez, de 13 años, se juntó a celebrar con sus amigos de Newell's a pesar de la derrota. Gabi era hincha de Boca, pero sobre todo quería seguir junto a los chicos con los que había visto el partido. Por eso se envolvió en una bandera rojinegra y acompañó al ritmo de un redoblante que llevaba consigo.
Una vez en la calle se encontraron con dos amigas hinchas de Central, con quienes bromearon sacándose las banderas de sus clubes. Lo que parecía un juego de pibes, motivados por el folclore futbolero, pasó a mayores cuando se metió un vecino que hizo un llamado porque había "gente de Newell's haciendo quilombo". Minutos después, aparecieron cuatro pibes con camisetas de Central a bordo de dos motos. Uno que iba como acompañante comenzó a disparar contra el grupo. Gabi intentó escapar junto a sus amigos pero recibió dos balazos y cayó a los pocos metros.
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El tirador fue identificado por los testigos como "Gabito", apodo de Hugo Gabriel Garay, de entonces 20 años. Una vez detenido fue imputado por homicidio agravado por el uso de arma de fuego y por la participación de un menor, dado que el conductor de la moto había sido su hermano de 17 años. En diciembre de 2015, el joven recibió la pena de 14 años de prisión tras un juicio en el antiguo sistema escrito.
El asesinato de Gabi Aguirrez tuvo mucho impacto social, tanto en el barrio Ludueña como en el resto de la ciudad por haber ocurrido de inmediato al clásico rosarino. Pero en su comunidad el impacto fue aún mayor: el pibe además de ir a la Escuela Luisa Mora de Olguín tocaba en una banda de cumbia. Hubo varias movilizaciones en reclamo de justicia. Encuentros que, a su vez, ponían sobre la mesa el crecimiento de una problemática que los años siguientes se agravaría: la exposición de los niños y adolescentes a la violencia urbana, un reclamo que encabezaba el cura villero Edgardo Montaldo.
Más crímenes "clásicos"
Un año después del asesinato de Gabi Aguirrez tuvo lugar la muerte absurda de Martín Acosta, un verdulero de 20 años e hincha de Central baleado por un amigo de Newell's. Fue el 19 de octubre de 2014, minutos después de que el conjunto de Arroyito ganara de local por 2 a 0. En un pasillo de Brasil al 1600 las cargadas entre conocidos decantaron en una discusión saldada a balazos. "¿Qué hacés Pablo? Soy Martín, somos amigos", contaron los testigos que la víctima le preguntó al homicida, identificado como Pablo Quinteros, entonces de 34 años, condenado posteriormente a 12 años de prisión.
Idéntica suerte corrió esa misma tarde Lautaro Bova, de 22 años e hincha de Newell's, cuando un vecino de Central lo apuñaló en el pecho. En medio de la discusión José Luis Chieu, de 36 años y luego condenado a 8 años de cárcel, ingresó a su casa y salió con un cuchillo con el que se abalanzó sobre la víctima para matarlo.
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El antecedente más reciente del crimen de Ivana Garcilazo fue el 14 de mayo de 2017. Aquella tarde, Rosario Central volvió a ganarle a Newell's y esa fue la antesala del asesinato de Omar Verón. El hombre de 44 años, que era hincha de Central, vio el partido en su casa de Solís al 300 bis desde donde luego del triunfo se fue a cargar a sus parientes vecinos a la vereda de Gandhi al 5800. La gastada futbolera se cortó en seco cuando un sobrino de Verón, identificado como Walter Leiva, se asomó con una carabina calibre 22 y disparó contra su tío. En 2020 lo condenaron a 17 años de prisión.
Diez años después del asesinato de Gabi Aguirrez, registrado como el primer hecho ocurrido en el marco del clásico del fútbol rosarino, la ciudad quedó atravesada por la violencia callejera. Expresada sobre todo en el incremento de los homicidios que, según los informes oficiales, en su mayoría ocurrieron en contexto de narcocriminalidad.
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A esas listas, que configuran una tasa de homicidios que a nivel local cuadriplica a la nacional, se sumaron otros que no tuvieron ningún tipo de lógica al haber ocurrido sin más contexto que un partido de fútbol. Las diferencias entre hinchas de dos clubes rivales como motivación para la violencia desmedida no alcanzó para explicar esos hechos como casos aislados. Sobre todo si se inscriben en una historia colectiva que reúne esos sucesos individuales en la parte trágica de una sociedad que naturalizó la violencia que padece hasta en sus días más festivos.