Hay triunfos que quedan en la historia. Como el conseguido por la selección argentina en ese mismo Maracaná donde hace dos años celebró frente a Brasil el título en la Copa América. Nunca antes el pentacampeón del mundo había perdido en su país por las eliminatorias. Y el conjunto capitaneado por Lionel Messi lo dejó sin invicto, en un partido donde prevaleció la lucha por sobre el juego. Y en ese contexto, con la personalidad propia de un campeón mundial y el cabezazo goleador de Nicolás Otamendi, alcanzó un triunfo enorme en Río de Janeiro por 1 a 0. Que le sirvió para conservar el primer puesto camino al Mundial 2026 y reivindicarse de la derrota contra Uruguay por 2 a 0 en el Monumental.
Un clima tenso se vivió en el Maracaná desde antes que la pelota se pusiera en movimientos. Peleas en una de las tribunas y la posterior decisión del representativo nacional de irse al vestuario ante la represión de la policía a los hinchas argentinos. En ese ambiente caliente se jugó un partido friccionado, de pierna fuerte, interrumpido por las constantes infracciones, principalmente del lado brasileño. Entre tanta lucha y forcejeo, De Paul se ofreció para el traslado, siendo el destinatario de varias faltas de un seleccionado local que se pasaba de revoluciones en la presión alta y cortaba seguido con acciones ilegales.
Con la inclusión de Gio Lo Celso por Nicolás González en la formación titular, la selección argentina buscó hacerse fuerte a partir de la posesión en la mitad de cancha y de avanzar con toques cortos. El objetivo se cumplió a medias. El manejo prolijo y paciente careció de profundidad. Ni Lo Celso, Enzo Fernández y Mac Allister rompieron líneas con pases filtrados. Tampoco hubo desbordes. Messi, disminuido físicamente por una molestia, retrocedió buscando conectarse con sus compañeros. Pero no hubo caso. A los de Lionel Scaloni les faltó penetración y Alvarez quedó aislado y poco abastecido.
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Lo de Brasil se redujo a recuperarla y a salir rápido, siendo vertical e intentando encontrar a contrapierna a la Argentina. Pero rara vez superó a una ferrea defensa albiceleste. Algún que otro intento de Martinelli para escaparse por el costado donde defendía Molina.
El partido, desprolijo y poco atractivo, se fue encaminando hacia el cierre de la primera etapa sin mayores riesgos y con Argentina ejerciendo un leve predominio a partir de un manejo más criterioso de la pelota. Hasta que Brasil, a partir de una pelota parada, estuvo cerca de ponerse en ventaja. Dibu Martínez rechazó un tiro de esquina y le quedó a Martinelli, que sacó un tiro cruzado. Cuti Romero rechazó a pocos metros de la línea de gol.
Con el inicio del segundo tiempo se observó un Brasil mejorado, que encontró mayores variantes ofensivas, siempre siendo directo en los ataques. Fue entonces el momento de la aparición del Dibu Martínez en su máximo esplendor. Tapó un mano a mano a Rapinha luego de un cierre desacertado de Acuña y despejó una entrada solitaria de Martinelli, receptor de un pase de Gabriel Jesús, que se le había escapó al Cuti Romero. El zaguero argentino cometió quizás su única falla. Antes y después fue duro y expeditivo.
Desde el orden colectivo, Argentina no renunció a sus pretensiones ofensivas, pese a que le costaba. Pero la selección demostró que siempre tiene un recurso para hacer la diferencia. Y, al igual que en la victoria sobre Paraguay en el Monumental, fue Nicolás Otamendi el futbolista determinante de la noche. Fue a buscar el tiro de esquina de Lo Celso, saltó más alto que André y Gabriel, y la metió en el ángulo.
Con el gol de diferencia, Argentina fue amo y señor. Sólido y con personalidad, achicó la imagen de un Brasil impotente e incapaz de torcer el destino. Argentina le mostró la chapa de campeón del mundo y lo dejó de rodillas nada menos que en el mismísimo Maracaná. Para gozarlo.