¿Qué tenía que hacer Central? Ganar. ¿Qué hizo? Ganó. A todo lo demás se le puede poner una catarata de palabras y corresponde hacerlo, pero el equipo canalla llegó a este partido contra Independiente con la soga al cuello, envuelto en una convulsión galopante que no entregaba resquicios a otra cosa que no fuera sumar de a tres para aplacar un poco los ánimos y tomar aire para volver a vivir. Es que el aire denso que se respiró en la previa también fue palpable en un Gigante que por momentos habló, pero que tras la contundente victoria apagó sus luces abrazado a una porción de tranquilidad que necesitaba como el agua. Lo necesitaba Central en sí, lo necesitaban los jugadores, lo necesitaba Somoza y lo necesitaban los dirigentes Y si todos necesitaban de una victoria cómo no entender la importancia de la misma.
Los cuatro partidos de este nuevo ciclo estaban envueltos en una incertidumbre tal que el malhumor tenía razón de ser. Todo eso se evidenció el día antes del partido, cuando un “grupo de hinchas caracterizados” concurrió a Arroyo Seco para hablar con los futbolistas y explicarles en buenos términos que la cosa no daba para más y que había que empezar a ganar. Ese accionar de la previa es el ejemplo más acabado de la tensión que se vivía y aún se vive pero con menor intensidad en Arroyito. A partir de eso se puede explicar todo lo otro.
También había que contar la sumatoria de un punto sobre 12 posibles en el ciclo de Somoza y las dudas sobre un entrenador que más allá de su convencimiento y alguna toma de decisiones estaba huérfano de resultados. Para el DT también la cosa funcionaba en términos de apremios absolutos.
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Marco Ruben celebra su gol, el primero de Central en el partido.
Leonardo Vincenti / La Capital
Eso que el Gigante habló no es cuento. Y forma parte de ese barullo en el que Central transitaba sus días de furia. ¿Cómo es la cosa? Con los jugadores realizando los movimientos precompetitivos, la hinchada, aún sin haber ingresado a la tribuna, cantó en contra de ellos. Adentro, el resto de los hinchas, nada. Y cuando los muchachos de la popular alta ingresaron a la tribuna lo primero que hicieron fue invitar al resto a cantar “jugadores, la c... de su madre”. Todavía no había empezado el partido. Pero así vivía Central, con un grupito apuntando a un sector determinado y el resto gritando por el equipo.
El punto de conexión de la gran mayoría (menos de un sector de la popular) fue cuando la descarga de la artillería fue contra la dirigencia, que tampoco se salvó. “Central va a salir campeón, el día que se vayan todos los hijos de p... de la comisión”. Se cantó antes del partido, tras el 1-0 de Ruben e incluso inmediatamente después del gol de Montoya, que fue el que le bajó el telón al partido. Otra muestra de que el fastidio estaba a flor de piel.
Todas estas cuestiones pueden parecer aisladas, propias de una hinchada que exige siempre y a la que no le tiemblan las cuerdas vocales cuando siente la necesidad de exigir, pero nada en Central hoy es aislado o fuera de contexto.
Todo eso es lo que hacía inevitable posar la mirada en el resultado, porque a nadie le iba a importar cómo jugara el equipo, por la sencilla razón de que esta vez, más que nunca, el resultado lo iba a ser todo. Y lo fue realmente todo.
La ilusión tras el gol tempranero de Ruben y el desahogo final después de esos 2 minutos de furia absoluta que mostró el equipo con los goles de Velázquez (uno de los refuerzos al que le faltaba debutar junto a Nazareno Romero) y Montoya fueron un par de mojones importantes en medio de la convulsión generalizada.
Hoy los futbolistas saben que tendrán la chance de entrenar durante la semana sin que nadie abra las puertas para la aparición de una visita inapropiada. Hoy Somoza sentirá más convencimiento todavía de que los pasos que se están dando pueden ser cortos, pero que van hacia el frente. Hoy Central sentirá que hay una luz al final del túnel, pero sobre todo que en la inmediatez se logró una cuota indispensable de tranquilidad para transitar sin tanta agitación lo que viene. Todo por un triunfo, que era lo que se necesitaba.
Somoza actuó a conciencia
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Tanlongo ingresó en los primeros minutos del complemento para fortalecer el medio.
Leonardo Vincenti / La Capital
No hay nadie que pueda poner en discusión la sensación de que Somoza estaba inmerso en un escenario de obligaciones. Que lo diga el propio técnico, que más allá de los dos cambios en el equipo movió el banco a los 6’ del complemento, con el ingreso de Tanlongo por Gamba. ¿Para qué? Para armar un equipo más combativo, con dos líneas de cuatro y apostar a la contra. La jugada le salió bien. De hecho, dos de los que ingresaron fueron los que terminaron sellando el resultado. El error del DT quizá haya sido usar la tercera ventana tres minutos después de la segunda, pero para su suerte nadie sufrió un problema físico. La apuesta de Gamba como enganche otra vez no resultó y desde los cambios rápidos intentó modificar. Siempre hay lugar para los cambios tempraneros, pero Somoza sabía que también se jugaba mucho.