El mayor inconveniente con el que ha tenido que lidiar el gobierno nacional es con su falta de conducción política. Una carencia que le provocó derrotas evitables en el Congreso y le impidió liderar la coyuntura en más de una oportunidad a lo largo del año. Es una cuestión que puede acomodar, pero hasta ahora no dio señales de que vaya a hacerlo.
Por momentos se sigue manejando como si la campaña no hubiese terminado. Las recetas del período electoral, por más eficaces que hayan resultado, deben archivarse cuando llega el momento de la gestión. A la luz de los resultados, la ecuación es simple: menos Durán Barba y más política.
La experiencia de este año debería servirle de medida antes de encarar 2017, que será crucial para sus aspiraciones de consolidarse. Si los porrazos que recibió no fueron más grandes se debió, pura y exclusivamente, a las debilidades de la oposición, que arrastra cuentas que saldar entre los distintos bloques.
En la gestión de Cambiemos persiste la lógica que lo llevó a la Casa Rosada: discurso amigable, evitar controversias y mostrarse como la contracara de los políticos tradicionales. Una receta que en su momento le dio buen resultado. También fue una estrategia que le permitió diferenciarse del kirchnerismo, pero que resulta insuficiente a la hora de gobernar. Quizás por esto, muchos funcionarios de Cambiemos hablan de "política" como si fuese mala palabra. Y una parte de la sociedad comparte esa mirada. Sin embargo, vale una precisión: no es la política la que falla sino los intérpretes. Durante muchos años la clase dirigente argentina no respondió a las expectativas de su propio electorado.
Lo más sorprendente es que el oficialismo desdeña de la política como herramienta de gobierno. De hecho, cuando algunos de sus integrantes advirtieron los problemas que les acarrea esta falta de táctica y planificación, no fueron escuchados. Les pasó a Gabriela Michetti y Emilio Monzó en el retiro partidario que se hizo en Chapadmalal. Paradójicamente, el que salió fortalecido de ese encuentro fue Marcos Peña, el hombre de mayor confianza del presidente Macri.
Peña llegó a orillas del mar después de acuñar una frase que refleja con claridad cómo la impronta de Durán Barba mantiene su influencia en los niveles más altos de la coalición gobernante. "Hace rato que en Argentina se piensa que ser crítico es ser inteligente. Nosotros creemos que ser entusiasta y optimista es ser inteligente. Y que el pensamiento crítico llevado al extremo le ha hecho mucho daño", dijo el jefe de Gabinete. Una definición mucho más acorde para una declaración de principios de un grupo de scouts que para uno de los máximos responsables de la conducción política del país.
Lo extraño de este menoscabo del gobierno hacia la política es que la mayor satisfacción que ha tenido el presidente en los últimos tiempos fue producto de una puntillosa negociación entre la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, y las organizaciones sociales. El acuerdo fue aprobado unánimemente por los 49 senadores presentes en el recinto. La ley establece que se destinarán $ 30 mil millones adicionales en asistencia social hasta diciembre de 2019, que además le otorga al gobierno ciertas certezas de que este fin de año transcurrirá en paz.
Con Ganancias, después del traspié en Diputados, el gobierno se repuso y enderezó el barco en negociaciones con la CGT y los gobernadores. No ganó, pero evitó una goleada histórica.
En 2017, Cambiemos se juega buena parte de su proyecto de poder. Macri dijo que aspira a quedarse otros cuatro años en la Casa Rosada, pero debe encontrar los instrumentos que le permitan ir en esa dirección. No hay fórmulas mágicas que le garanticen a un gobierno pelear con posibilidades una reelección, pero sí principios básicos que no se pueden saltear: sin conducción política no tendrá 2019. El optimismo puede ser muy gratificante, pero no alcanza.