Reacciones antidemocráticas como la toma del Capitolio de simpatizantes de Trump o de palacios en Brasilia por los de Bolsonaro se gestan en un "progresismo cultural obligatorio" impuesto en las últimas décadas
Foto: Eraldo Peres / AP
Manifestantes y simpatizantes del expresidente brasileño Jair Bolsonaro, asaltan el edificio del Congreso Nacional en Brasilia hace dos años.
A inicios de 2024 se cumplieron dos aniversarios ominosos. El 6 de enero fue el tercer aniversario del asalto al Capitolio por bandas de trumpistas violentos; dos días después fue el primer aniversario del ataque y vandalización de los palacios de la plaza de los Tres Poderes de Brasilia por grupos bolsonaristas. Dos fechas que quedan como un semáforo en rojo para las democracias de todo el mundo.
Dicho esto, vale adentrarse en los disparadores de esas rebeliones antidemocráticas y violentas contra las instituciones democráticas. Y es forzoso preguntarse si el motor principal de estas reacciones populistas no reside en el auge de un "progresismo obligatorio" que se ha expandido en las dos últimas décadas. Es evidente que el discurso o "narrativa" de Trump y Bolsonaro encarna una reacción contra esa corriente de doctrinas. La reacción popular es visceral, violenta y políticamente equivocada, pero ampliamente motivada.
Un amplio sector social, que podemos caracterizar como conservador popular, rechaza la nueva escala de valores que baja envuelta en un halo de poder y obligatoriedad imperativa, inapelable, desde los medios "mainstream", las grandes "fábricas" de cine (Disney, por ejemplo) y series de streaming, las empresas gigantes de la Nueva Economía (Facebook, Google) y de todo lo que configura Silicon Valley, así como las principales instituciones estatales y privadas nacionales e internacionales (universidades, Naciones Unidas y una constelación de poderosas fundaciones y ONGs). El que las critique y se oponga a esta nueva escala de valores queda de inmediato en una posición marginal. Se vuelve un indeseable del que conviene apartarse para mantener el propio "crédito social".
Carentes de instrumentos culturales y discursivos elaborados, trumpistas y bolsonaristas caen en teorías conspirativas, en las que el antisemitismo siempre asoma su rostro, con acusaciones paranoicas contra George Soros y el foro de Davos. Pero purgando esos delirios, cultivados y multiplicados por el submundo que habita en Internet, es claro que esta nueva dogmática progresista existe y se impone en modo autoritario y manipulador. Y, sin caer en populismos de barricada, sí es válido rechazar esta operación cultural e ideológica que busca cambiar valores y costumbres desde "arriba", manipulativamente, a través del sistema de medios e instituciones, con "expertos" que aleccionan al público sobre cómo debe constituir sus valores, es decir sin un franco y abierto debate entre iguales, en el ágora donde se practica y construye ciudadanía; el rechazo de este "paquete" de valores es una elección legítima, que sin embargo aún debe encontrar su correcta formulación política. Es tarea pendiente para los grandes partidos históricos, de centro, centroderecha y también de centroizquierda. El tiempo para que ocurra este posicionamiento político a veces parece estar llegando; otras veces parece lejano, como ahora, cuando Trump está encaminado, según todas las encuestas, hacia su reelección.
Dentro de este nuevo bloque de valores progresistas, vale detenerse en el caso de la multiplicación de los géneros. Hay un sobregiro, un crecimiento mareante de siglas y tipologías. Al punto que se ha optado por terminar la secuencia de mayúsculas con un signo +. Lo que da sustento real a esta exageración es por todos conocido y vivenciado: la sexualidad humana es multiforme, variable, polimorfa, cambiante. Asunto perturbador para los "binarios" rígidos, sin dudas. La sexualidad es un flujo vivencial, físico, corporal, perceptivo. Esa verdad vivida es tomada como bandera y politizada, a la vez que "actuada", "performatizada", por los activistas de la diversidad. Se la teatraliza, literalmente. Y se la lleva a extremos forzados, contraproducentes y arbitrarios.
Otro ejemplo de extremismo lo dio la editorial Penguin, que "sanitizó" la obra del famoso autor de libros infantiles Roald Dahl. La editorial contrató para la tarea sanitaria y censora a la consultora británica Inclusive Minds. El equipo de consultores estuvo dirigido por Jo Ross-Barrett, una mujer que se describe a sí misma como "anarquista de las relaciones no binarias, asexual, poliamorosa y perteneciente al espectro autista". Esta mujer cambió arbitrariamente párrafos y palabras significativas de las obras de Dahl. Por ejemplo, en una frase en la que Dahl menciona al gran novelista Joseph Conrad, esta señora decidió que era mejor citar a ....Jane Austen. Un absurdo literario. No trabajó sola en esta delirante tarea de censura y distorsión: un grupo de "embajadores de la inclusividad" y "lectores de sensibilidad" ayudaron a Ross-Barrett a "limpiar" las obras de Dahl. La tarea de distorsión busca salvar almas infantiles: "Trabajan con Inclusive Minds para ayudar a los autores y editores a hacer que sus libros sean más auténticamente representativos de los grupos marginados", explicó Penguin. ¿Es necesario señalar el forzamiento y la radicalización con fines político-ideológicos antes que pedagógicos de semejante operación de distorsión y censura?
En una entrevista reciente, la reconocida psicoanalista Elizabeth Roudinesco lo dijo con claridad: "El sexo biológico existe. No responde a una elección”. Roudinesco agrega: "la búsqueda de las identidades ha ocupado el lugar de las rebeliones de antaño...La locura identitaria es el repliegue total en una sola identidad, un repliegue en vez de una libertad". En las reivindicaciones identitarias "está la idea de rechazar la biología. Si decimos que, desde el nacimiento, estamos asignados a una identidad de género que rechazamos, significa que negamos la existencia de la diferencia anatómico-biológica de los sexos...Durante siglos se redujo al ser humano a su naturaleza biológica y ahora se lo quiere encerrar en su construcción social. No. El ser humano es a la vez un sujeto biológico, un sujeto social, un sujeto psíquico". Y remarca: "El sexo biológico existe y no responde ni a una demanda, ni a una voluntad de asignar, ni a una elección". Frases que deberían repetirse siempre ante la enunciación del radicalismo generista.