La referencia al abuso sexual da cuenta de un conjunto de fenómenos cuya variedad y diversidad está dada no sólo por las características del hecho en sí, sino también por las diferentes lecturas y consideraciones sobre el mismo, según se efectúen desde el campo del derecho, de la psicología, el trabajo social, la medicina u otro.
La intención de este artículo es la de compartir desde mi experiencia de trabajo en el Centro de Asistencia a la Víctima y al Testigo del Delito de la Defensoría del Pueblo de la provincia de Santa Fe, algunas consideraciones generales a modo de disparadores para la reflexión. Es sólo un recorte, una lectura sobre una temática que nos debe interpelar, no sólo como profesionales, sino como sociedad en general.
Cuando hablamos de abuso sexual dentro del ámbito familiar (ampliamente considerado) -que es donde mayoritariamente se producen estos hechos- nos encontramos con situaciones en general, sostenidas a lo largo del tiempo y en las que la consumación se apuntala en lazos afectivos y/o de autoridad preexistentes, derivados del propio vínculo.
Existe precisamente un aprovechamiento de parte de la persona adulta abusadora de una situación de dependencia afectiva, económica y de autoridad.
Es fundamental entonces, tener en cuenta que el abuso sexual no es una cuestión concerniente sólo a la sexualidad, sino que además tiene que ver con el abuso de poder, determinado por la asimetría entre la persona agresora y la víctima. Es importante destacar -para comprender las diversas circunstancias en las que se dan los abusos- que el “poder” no sólo se ejerce por la diferencia de edad, o el uso de la fuerza física, sino también por otro tipo de factores, como la manipulación apuntalada en la dependencia y la vulnerabilidad emocional de la víctima.
El abuso sexual se inscribe sobre un muro de mitos, ocultamientos, angustias, culpas y silencios, que no sólo afectan y determinan las intervenciones institucionales (policiales, jurídicas, sanitarias y educativas), sino también lo que ocurre dentro de la propia familia de la víctima.
Es frecuente que el propio entorno familiar sostenga mecanismos de ocultamiento que dificultan o imposibilitan que la cuestión -por más dolorosa que sea- pueda ser expresada y asumida; el secreto se convierte en una de las características más notables de esta problemática, decimos que en estos casos impera la “ley del silencio” y resulta sumamente difícil quebrarla.
Con frecuencia las personas involucradas se apoyan en la falsa creencia de que si no se habla del tema, el problema desaparece y precisamente se trata de todo lo contrario, el silencio no hace más que alimentar la culpa, la soledad y la distorsión de la realidad que padece quien es abusada/o sexualmente.
“El secreto supone la convicción de que las vivencias en cuestión son incomunicables. La persona que abusa manipula y somete a la víctima con la responsabilidad del secreto”. El silencio del niñe se instala como un mecanismo de “protección” no sólo para quien abusa, sino para la propia niña o niño, e incluso para su familia.
Es por ello que cuando un niñe, en el ámbito que fuere, produce el develamiento de la situación de abuso, es fundamental brindarle un marco de credibilidad y confianza, clarificando que siempre es la persona adulta la única responsable del abuso.
Es importante mencionar que el proceso de naturalización que se produce frecuentemente contribuye al silenciamiento, pero el abuso se muestra y se expresa a través de sus síntomas.
En casos de abuso sexual en la infancia resulta necesaria la intervención de profesionales capacitados con perspectiva de género, de diversidad y de derechos, para brindar la escucha y el asesoramiento pertinente en el abordaje de tales situaciones. Es fundamental la escucha interdisciplinaria para la construcción de las estrategias de intervención más acordes para cada situación, atendiendo a la particularidad de cada caso. El compromiso profesional y ético deberá estar a la altura de las circunstancias, ya que la vulnerabilidad y la evaluación del riesgo de la víctima son un factor decisivo al momento de pensar las estrategias de intervención.
En mi experiencia profesional como psicóloga en el Centro de Asistencia a la Víctima tuve la oportunidad de escuchar un sinnúmero de mujeres jóvenes, mujeres adultas, que a propósito de acercarse para realizar otras consultas, en el transcurso de las entrevistas relataban escenas de violencias y abusos sufridos en la infancia. Creo que tiene que ver fundamentalmente con posibilitar un encuadre de trabajo que invita al surgimiento de la palabra, de una palabra propia y a una escucha sin juicios ni prejuicios. Es por ello que destaco la importancia de que los equipos profesionales que trabajamos en las instituciones estemos dispuestos a alojar relatos que no siempre conllevan una demanda explícita, pero que muchas veces pueden propiciar el surgimiento de esa otra historia, de esa otra escena que sin lugar a dudas ha obrado como determinante para un presente doloroso.
El abuso sexual en la infancia deja marcas, y genera un daño, es por ello la importancia de que no retrocedamos ante la posibilidad por mínima que sea de un trabajo complejo y minucioso en pos de la reparación. Que no será probablemente unívoca ni generalizable. Sino que surgirá de un proceso único y singular de cada mujer que ha sido víctima.
Por último quisiera expresar que entiendo que la efectiva aplicación de la Ley de Educación Sexual integral (ESI) es fundamental para la prevención del abuso sexual. Debe ser un compromiso de todes les actores sociales reclamar su efectiva plena y más amplia aplicación en todos los niveles y ámbitos educativos.