Esta historia comenzó así: dos clientes habituales del bar Al Volo Fisherton iban siempre con su hijo Lucio a desayunar. Un día, le contaron al dueño del lugar que Lucio quería trabajar pero que no era fácil encontrarle un espacio porque tiene síndrome de Down. Él le contestó: “Dejamelo en el bar”. Y así fue, aprendió a preparar todas las mesas muy rápidamente. Un tiempo después, el papá de Lucio se encontró en la caja con el papá de Valentina. Ella había estudiado pastelería, tiene el mismo síndrome que Lucio y tampoco conseguía trabajo. El dueño de Al Volo Fisherton escuchó la conversación y le dijo: “Traela al bar, yo necesito una asistente de pastelería”. Hace casi tres años que los dos trabajan allí.
Así, esta historia tiene varios protagonistas. Por un lado, los chicos que aprendieron cada uno un oficio y, por el otro, el empresario gastronómico y ex rugbier Nicolás Mastroberardino que se aventuró a construir una buena oportunidad laboral para ellos. Lo que nació como una acción individual hoy es un trabajo grupal que va creciendo paso a paso. ¿Cómo? El área laboral de la Fundación San Agustín, que trabaja la inclusión desde el rugby, se unió a Nicolás y ahora todos juntos apuestan a lograr que muchas personas más puedan ser incluidas en oficinas, restaurantes, empresas, industrias, entre otras muchas más opciones.
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Nicolás, dueño de Al Volo Fisherton, se unió a la Fundación San Agustín y ahora juntos le dan mucha más fuerza a todo este proyecto.
Foto: Sebastián Suarez Meccia / La Capital
“La entrada de Lucio y de Valentina nos hizo muy bien. A mí me hace bien, al grupo le hace bien, están siempre con una sonrisa. Y ellos están predispuestos, porque a Lucio y a Valentina también les hace muy bien trabajar”, explica Nicolás, en diálogo con Negocios de La Capital. No oculta su emoción, han pasado pocos años desde que entró Lucio por primera vez y confiesa: “Para mí es como un regalo, yo los martes y jueves que viene él entro al bar esperando su abrazo”. Ahora Nicolás quiere contagiar a otros empresarios para que hagan lo mismo porque está convencido de que es una acción que beneficia a todos: mejora el ambiente laboral, les mejora la vida a otras personas y hace sentir bien a quien lo hace.
Desde la Fundación San Agustín hay un equipo que viene trabajando desde hace tiempo en esto. El área laboral está compuesta por Milca Kehoe, Lisandro Farías, Federico Alemandi, Melina Fernández Parody, por supuesto que también Nicolás, y ahora se sumaron Lorena Carena e Ignacio Mackey. Son un grupo grande que está organizando el modo en que los chicos puedan ser incorporados en las empresas de forma ordenada y efectiva. Y que sea un win win.
Como parte de la motivación que están llevando adelante, hace tres meses en Al Volo Fisherton empezaron a dictar talleres sin fines de lucro para que quienes estén interesados aprendan algunos oficios vinculados a la gastronomía. Les enseñan pastelería, el uso de las maquinarias, les explican cómo hacer milanesas, entre otras cosas. Nicolás cuenta que “tenía ganas de hacer algo así y cada edición fue creciendo hasta que en un momento un amigo me dijo que para que esto sirviera de verdad tenía que hacerse público, para que pueda sumarse más gente ya que yo no quiero que esto quede sólo en Al Volo”.
Hasta el momento, Nicolás cuenta que lograron colocar cinco chicos con neurodivergencias o con síndrome de Down en otros locales gastronómicos “yo soy caradura y entre los gastronómicos me muevo como pez en el agua, por eso les pido a ellos, a los amigos”, confiesa. Algunos casos que fueron un éxito son el de la Panadería Mazzei, de Ovidio Lagos y Gálvez, el de La Panadería de Funes, el de Antártida o el de El Barrilito en Fisherton. Cada uno incorporó a una persona recomendada por ellos y Nicolás relata que “hay experiencias muy lindas, gente que está feliz y que los va a incorporar definitivamente”, describe.
La hoja de ruta para contratarlos
Desde la Fundación San Agustín, Melina Fernández Parody explica que encontraron un Plan del Gobierno Nacional que se llama Fomentar Trabajo que está destinado a chicos que ingresan a su primera experiencia laboral. Ese plan les permite a las empresas poder tomar a los chicos con divergencias o síndromes sin tener que hacer una erogación en los primeros seis meses. Una vez que pasa ese período, la idea de la Fundación es que, si la experiencia fue buena, puedan continuar con una relación laboral. “Estamos trabajando muy bien, pudimos incorporar diez chicos en cuatro meses. Ahora necesitamos más empresas donde podamos colocarlos”, detalla Melina.
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El equipo del bar, que es clave en todo este proyecto, da las capacitaciones mensuales.
Foto: Sebastián Suarez Meccia / La Capital
Un punto interesante que ella plantea es que en general se encuentran con algunas barreras que tienen que ver con el temor de algunos empresarios a vivir este tipo de experiencias en sus empresas. “Casi todos empiezan con miedo, incluso las áreas de recursos humanos. Yo les digo que los entiendo, pero que esta inclusión es algo que se aprende muy rápido”, dice y aclara que ellos destinan un tutor en el proceso y que además la Fundación hizo un convenio con la Universidad Abierta Interamericana para que las terapistas ocupacionales hagan sus prácticas con ellos. Lo que hacen es ir tres veces por semana a las empresas y analizar cómo se está llevando adelante el proceso.
“También tenemos casos de gente que se sumó muy rápidamente, como el dueño de Macellaio, la carnicería de calle España al 1300. Él se enteró que estábamos haciendo esto y dijo que quería sumarse, ayudar e incorporar una persona”, añade Melina. Ahora, además, están trabajando muy bien con la sandwichería Mamina para que ingrese uno de los chicos a trabajar a su equipo. “Lo que pudimos ver es que quienes quieran sumarse a esta iniciativa tiene que ser gente que realmente quiera hacerlo, porque cuando la motivación no es fuerte luego es más difícil que se sostenga”, advierte.
Los puestos a los que pueden incorporarse
Para Nicolás es muy simple que realicen una tarea útil en un local. De hecho, no sólo trabaja para él Lucio y Valentina, sino que una vez en uno de los talleres vio que a una de las chicas con síndrome de Down le gustaba mucho estar en la bacha. “Se lavaba todo”, recuerda. Un día la vio que estaba en una casa muy cerca del bar, entonces le tocó el timbre a la madre y le consultó si quería llevarla al bar un par de veces por semana. Junto a Nicolás está Ignacio Mackey, que agrega “Él va, les toca el timbre, se los propone”. Esa energía hace que este programa siga creciendo.
A la hora de detallar qué tipo de trabajos pueden realizar las personas con síndromes de base genética o con neurodivergencias, Ignacio toma la posta y enumera algunas posiciones: en el retail o en los supermercados pueden trabajar como repositores en las góndolas, en el empaque, en el apoyo de línea de cajas o en el control de vencimientos. ¿Por qué pueden funcionar en esos casos? “Porque son personas que responden muy bien a tareas estructuradas, con rutinas claras y procesos estandarizados”, añade.
En hotelería pueden ser buenos para housekepping (armado de habitaciones, lavado y ropa blanca), apoyo en áreas comunes. En las empresas pueden ser contratados para tareas como recepcionistas (de hecho, una cerealera estuvo analizando esa posibilidad) mensajería interna, archivo, correo, etiquetado de documentos. Y la lista puede continuar largo rato porque, por ejemplo, en logística y depósitos pueden hacer picking y packing, control visual de stock, armado de kits o clasificación. Mientras que en áreas de cultura pueden dar apoyo en museos, siempre con protocolos claros y tareas con rutinas establecidas. Por último, Ignacio suma las tareas de cuidados de espacios verdes, de hecho, están por ingresar dos personas a preservar los espacios verdes en un cementerio de Ibarlucea.
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Los chicos ingresan a trabajar a distintas empresas y mejoran el ambiente laboral.
Foto: Sebastián Suarez Meccia / La Capital
Nicolás agrega que ellos están armando una bolsa de trabajo para que los empresarios puedan pedirle a la Fundación lo que necesitan y así ellos identificar a la persona que pueda brindarles ese tipo de servicio e incorporarse.
Las puertas que abre trabajar
Tanto Nicolás como Melina pueden detallar muchas experiencias que han vivido junto a los chicos, donde el trabajo les mejoró enormemente su cotidianeidad. En la mayoría de los casos, los chicos no trabajan todos los días, sino que lo hacen algunos días de la semana pactados. “La alegría que tienen es muy grande. Recuerdo que el primer día que vino a trabajar Valentina, me contó su papá que se levantó a las cinco de la mañana por la ansiedad que tenía. Y recién tenía que estar en el bar a las diez”, dice Nicolás. Suma Melina que ella tiene un caso de un chico al cual la mamá estaba preocupada porque no cruzaba la calle sólo cuando empezó a trabajar “y ahora va a empezar a ir en bicicleta. Incluso, su médica traumatóloga nos decía que desde que está en el local le cambió hasta lo postural”.
Los colaboradores de cada empresa donde se suman los chicos son también claves, antes del cierre de la entrevista con Negocios Nicolás hace una mención especial a su gente de Al Volo Fisherton porque, aclara, que sin ellos todo esto no sería posible. “Hoy nuestro pastelero termina dos horas después su trabajo porque estuvo dictando los talleres”, valora.
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La pastelería es una de las actividades que más les gusta hacer en el área gastronómica.
Foto: Sebastián Suarez Meccia / La Capital
La decisión de tener una política de inclusión laboral penetra cada vez más entre los empresarios rosarinos, pero aún queda mucho camino por delante. El desafío del área laboral de la Fundación San Agustín es poder tender puentes, acompañar y vencer la barrera del miedo que puede haber para concretar más oportunidades. Algunos creen que puede haber algún incentivo del gobierno en adentrarse en la inclusión, pero Nicolás aclara que “nadie lo hace por eso porque es mínimo”. La decisión es personal, tiene que ver con empatizar, tener conciencia social, saber que son muy útiles en cargos precisos y a la vez animarse a vivir esta experiencia que les hace bien a todos.