Dos exjugadoras de vóley llevan adelante en Rosario un proyecto ambicioso que va más allá del éxito y el rendimiento deportivo. Encabezan una misión solidaria para inculcar valores y oportunidades a través de esta disciplina, algo tan esencial y desde un fin educativo en muchos aspectos, ya que muchos de esos jugadores, según cuentan, encontraron un motivo para seguir adelante con sus vidas y mantenerse alejados de las tentaciones vinculadas al mundo de la delincuencia y las adicciones.
Uno de los casos involucra, precisamente, a Andrea Cima (49 años), quien tuvo como alumno a Giovani Mvogo Eteme, el joven que jugaba en Central Córdoba y falleció en noviembre pasado por razones aún desconocidas para la Justicia. Hoy queda acompañar el camino de tantos jóvenes como el de Rudy, el hermano de Gio, quien sobrelleva esa muerte como puede mientras intenta terminar la secundaria para seguir relacionado al deporte a través del profesorado de educación física.
"Vivía en Tío Rolo, trabajo en la escuela del barrio y me daba cuenta que había potencial en los chicos. Así pasamos por clubes como Onkel, Peñarol y Parque del Mercado, donde allí se formó mi pareja, Sebastián César, a partir de un proyecto estatal del cual salieron muy buenos jugadores y luego entrenadores, que hoy están en clubes grandes", comenta.
El deporte más allá del juego
Allí comienza la idea de presentar un proyecto en Central Córdoba basado en la inclusión deportiva y fomento del vóley desde lo social. "Armamos una red para que en un futuro los chicos puedan obtener a cambio un salida laboral y no se queden solamente con ser jugadores. Ahí formamos la Liga Formativa de Vóley (LigForVol) para incluir a quienes no tenían edad para maxivóley y tampoco podía jugar a nivel federado, es decir, desde los 20 años en adelante", describe.
Recuerda que esa liga abarcaba una zona amplia comprendida entre Fighiera, Carcarañá, San Lorenzo y Casilda, entre otras, en la cual participaba mucha gente y se dividía en dos zonas. "Si les interesaba, los chicos se iniciaban como árbitros o entrenadores, que representaba una salida diferente respecto a su entorno, ya que en muchos casos se dedicaban a la economía marginal de la recolección o buscaba «salvarse» en el fútbol. De modo que para nosotros es un logro que los chicos salgan de la calle y apuesten a terminar la secundaria o iniciar algún profesorado o instructorado", abunda.
Así, durante el primer año eran 20 jugadores y en el segundo alcanzaron 80 hasta armar toda una tira de categorías de varones y mujeres en un club que lo único que tenía era un maxivóley recreativo. "Nos exigieron formar categorías en cierto lapso y equipos con nivel competitivo y así fue. Hace dos años seguidos que los varones cosechan logros en Copa de Oro y las chicas en la de Plata, entrenando en las condiciones que nos propone el club, ya que hoy tenemos 120 chicos y chicas entre todas la categorías y los espacios se reducen entre tocas las actividades", señala.
La idea de Andrea era crear una suerte de semillero para crear pertenencia, vínculos y valores dentro del vóley. "Pretendíamos la inclusión de quienes quedan relegados del sistema, ya que el vóley es un deporte caro y no todo el mundo tiene acceso. Al principio no cobrábamos y luego pusieron un cuota módica de 8 mil pesos para mantener el espacio, mientras nosotros nos autogestionamos para armar eventos y torneos capaces de recaudar fondos y pagar los fichajes de jugadores", recuerda.
Resalta que hay chicos que tuvieron propuestas de otros clubes y muchos deciden quedarse para compartir con sus compañeros. "Eso potencia al equipo y tirar todos para el mismo lado. El hermano de Giovani, Rudy, empezó un curso de nivel inicial y nos ayuda, después de lo que le pasó al hermano le costó un poco seguir. Hay dos o tres chicos que empezaron a terminar el secundario para hacer el profesorado de educación física", se enorgullece.
El vóley como medio de comunicación y expresión
Hacia la zona norte, la ciudad también respira vóley y compañerismo, más allá de un logro deportivo a cualquier precio. De extensa trayectoria y recorrido por varios clubes de Alberdi y La Florida, Fabiana Di Fazio (50 años), decidió armar "una gran familia" de vóley. En declaraciones a La Capital asegura que se trata de "un deporte que está creciendo mucho" y al que se acerca mucha gente para forjar una amistad.
Cuenta que es administradora de empresas, entrenadora de vóley y cuenta con diplomaturas en Liderazgo y Gestión de Entidades Deportivas (UNR), entre otros tantos cursos y capacitaciones que realizó. Tras permanecer dos décadas en México, volvió a Rosario para reconectarse con el deporte, pero desde otro lugar y para otorgarle otro sentido.
"Empecé a jugar al vóley a los 9 años en club Bancario, pasé por Club Teléfonos Rosario, Remeros Alberdi y llegué a ser preseleccionada para la selección. Pero a lo largo de mi vida aprendí muchas cosas más allá de lo técnico y lo táctico y eso es lo que pregono en mis entrenamientos", señala.
Vóley, un deporte en constante crecimiento
Fue así como recaló en el Club Social y Deportivo San Martín, donde desarrolló a lo largo de cuatro años un proyecto que, similar al de Andrea, comenzó con un puñado de alumnos y alumnas y llegó a tener 120. "El vóley está creciendo mucho. Hay gente que en su vida practicó y se animó a jugar por acompañar a algún amigo o amiga", explica.
"En el San Martín empecé con 20 jugadoras y hoy hay 120 para un total de cuatro categorías, Mientras estuve ahí hicimos campañas de vacunación, no solamente para los socios sino para el barrio; también ofrecíamos charlas deportivas con médicos y psicólogos del centro de salud 12 de Octubre; también capacitamos sobre alimentación, peligro de bebidas energéticas, detectar ataques de pánico, ansiedad y la importancia del descanso precompetitivo", destaca.
Asegura que su misión es darle a todas esas personas que se acercan "una expectativa de vida" a través del deporte y alejarla, al menos por un lapso, del desapego y alienación que generan los dispositivos tecnológicos.
"La tecnología genera mucho desapego y a los más jóvenes les cuesta expresarse. Por eso el deporte contribuye a tener ese contacto humano y con la vida, que es un paralelismo que hago siempre con el deporte. Resiliencia, manejo de frustración, que hoy en día los chicos no tienen tanta contención, es algo que están experimentando y uno aprende de ellos", valora.
Así es que desde principios de septiembre comenzó a desarrollar un proyecto en la Cooperativa 12 de Octubre, ubicada en Maestro Massa 470, al que denominó "Vóley Ankaa", tras considerar que su ciclo en el San Martín estaba cumplido.
"Acá me enfoco en una tarea que va más allá de lo deportivo para generar una comunidad capaz de incluir y generar lazos. Tal es así que de los 75 alumnos que tenía en el otro club me siguieron 50. Y lo más llamativo es que la mayoría de esos jugadores y jugadoras son de Granadero Baigorria, Luis Palacios, Ybarlucea y Fray Luis Beltrán", asegura.
Vóley, un deporte de puertas abiertas
Fabiana puntualiza que en su entrenamiento todo se habla con respeto, sin insultos ni discriminación y trata de trabajar mucho desde la empatía. "La vida en comunidad es lo que me gusta. Por eso si viene un chico y no tiene dinero para jugar, en nuestro grupo nadie se queda afuera por una cuestión económica, que hoy en día es muy complicado. Los tiempos que corren son muy violentos en todos los planos. Hay que darle la vuelta a las palabras fuertes como fracasos, frustraciones y éxito", plantea.
Desde las 20 en adelante, todos los martes y jueves llegan jóvenes mayores de 18 y adultos de varias edades para darle rienda suelta a la pelota en el aire y pasarle del otro lado, con la importancia de que se trata de un juego de equipo y en el que nadie se salva solo, ya que necesita de la emergencia de un compañero para que la pelota siempre se mantenga viva.
"La comunidad del vóley es muy solidaria, parecemos pocos pero somos un grupo muy grande", concluye.