Sería bueno que lo entendamos de una vez por todas. Y me incluyo en esta convocatoria porque no estoy exento de largos momentos de confusión. Somos tres en uno: así como lo leés, una suerte de shampoo anticaspa, antifrizz y no sé ¿bucles locos? Algo así, pero mucho más complejo: somos un lagarto, un perro y una persona a la vez. ¿Qué tal suena esto? Un lío ¿no?
Hace muchos años atrás, Paul Mc Lean, un investigador norteamericano, propuso la "Teoría del Cerebro Triuno", un modelo sencillo que ilustra bien lo que sucede en nuestra cabeza. Y si bien las modernas neurociencias nos cuentan que la cosa no es tan así, lo gráfico y sencillo de esta teoría sigue siendo muy útil para entender, en parte, cómo funcionamos.
Este modelo muestra tres estructuras principales que fueron tomando lugar en la evolución con el paso de millones de años: el cerebro reptiliano, el mamífero y el humano, dispuestos como en capas de cebolla, sumándose uno encima del otro.
Un lagarto: el cerebro reptiliano, en esta imagen, sería la sede de los instintos más básicos y de ciertas funciones fisiológicas elementales. Todo lo vinculado con la supervivencia: actúa, ataca, huye, se reproduce. Todo de manera automática, sin detenerse a pensar nada o reparar en cuestiones morales. Cuando está activada esta "primera capa", la más arcaica, básica e instintiva, sólo se pueden esperar reacciones impulsivas, genéticamente programadas, y no respuestas planificadas. Se encienden los mecanismos vinculados a la supervivencia: no hay tiempo para meditar, para evaluar contextos muy finos o para reparar en detalles: huir o luchar.
En el cerebro reptiliano se juegan conductas vinculadas a la supervivencia. Sin mediadores, sin sentimientos ni explicaciones: a todo o nada.
Los reptiles se defienden y atacan sin la necesidad de procesar emociones, por esto se los conoce como animales de sangre fría. Sus reacciones no están mediadas por las emociones ni por la razón, las nuestras sí... ¡si no seríamos lagartos, no personas! El impulso es muy difícil de detener. La reacción es muy poderosa y resistente al cambio; al cerebro reptiliano no le gusta escuchar el consejo de las emociones, ¡y mucho menos el asesoramiento de la razón!
Un perro: La siguiente capa, el cerebro mamífero, ubicado donde hoy reconocemos al famoso sistema límbico, tiene que ver con las emociones: miedo, ira, alegría, ansiedad, asco. Todas estas pasiones tienen sede aquí. Mejorando el anterior sistema, aparece ahora el registro de sensaciones displacenteras y placenteras girando la conducta en torno a dos premisas: la evitación del daño y la búsqueda del placer. Quizás te dé la impresión de que el resultado no cambia tanto dado que las emociones son siempre tendencias a la acción, marchando aprisa y esquivando el consejo de la razón, pero su aparición en el cerebro lo cambió todo.
Por más que nos cueste entenderlo somos seres más emocionales que racionales: las emociones son primarias, luego las explicaciones le siguen, le ponen palabras.
El sistema límbico cuenta con una reconocida vedette, la amígdala: la información que ingresa al cerebro pasa por esta estación y compara lo que está sucediendo con experiencias previas e imágenes que ya vienen en el archivo biológico. Si lo que percibe es un estímulo placentero entonces pondrá el organismo a disposición para acercarse. En cambio si el estímulo es aversivo se alejará. Y si el peligro continúa y acorrala, entonces, de la mano del cerebro reptiliano, atacará. También en este equipo encontramos otros jugadores clave: el tálamo, una suerte de volante central (el clásico 5 del fútbol), una estación de paso para todos los estímulos que ingresan a través de los sentidos (menos el olfato) que define qué estímulos acceden a la conciencia y cuáles no. Además, el hipocampo es una estructura del cerebro emocional que sabe reparar en los registros archivados en la memoria. Asociados el tálamo, el hipocampo y la amígdala, todo en una marcha automática e inconsciente, el sistema define qué mirar, cómo traer las viejas experiencias a colación, qué sentir y, en función de todo, cómo actuar.
Una persona: el cerebro humano sumaría esa área propia del homo sapiens-sapiens: la corteza prefrontal, nacida hace tan sólo 150.000 años (muy poco para los tiempos de la evolución). Esta última capa es la casa del razonamiento, la planificación, la detención de los impulsos, la mediación de las reglas sociales, la cultura, el conocimiento de las propias emociones, el descubrimiento de uno mismo como una persona, el reconocimiento y la valoración del otro. Nuestras capacidades cognitivas crecieron de manera exponencial desde el surgimiento de esta última capa.
Así, haciendo la pausa, la corteza prefrontal nos da la posibilidad de evaluar contextos, considerar alternativas y, finalmente, elegir: en esta capa reside la libertad de acción.
Es el más lento de los "tres cerebros" dado que tiene que considerar una gran cantidad de información, por lo que muchas veces lo madrugan las otras capas a la hora de dar una respuesta o, mejor dicho, una simple reacción. Pero para pedirles tiempo, como hace un director técnico de básquet para poder hablar con sus jugadores antes de una jugada importante, cuenta con vías que lo conectan con las capas anteriores, pudiendo entonces detener sus impulsos. Técnicamente, esto se llama "control inhibitorio".
Conocernos mejor
¿Entonces? Tenemos tres cerebros en uno... ¡los animales la tienen más sencilla que nosotros! Ellos no reparan en estas cuestiones morales, en las buenas costumbres y todo eso; no tienen que medir sus emociones ni reprimir sus instintos. Pero no eligen, sólo reaccionan. ¿Lo ves más claro ahora? ¡Qué complejo es nuestro cerebro!
No somos instinto, emoción o razón, ¡somos las tres cosas a la vez! Y es por la difícil tarea de conjugar la mirada de cada una de estas piezas que, por momentos, somos tan incoherentes y tan difíciles de descifrar.
Lo más importante es saber que esta imagen fragmentada está en realidad fundida: son tres capas teóricas, pero no las vivimos así. ¡Somos sólo una persona! Conservamos las respuestas instintivas, las mismas del reptil, pero no sin el paso (consciente o no) de las emociones. Tenemos pasiones vivas prendiéndose como un doberman a nuestras entrañas, y a la vez una vocecita que nos habla al oído: la razón. Para no sentirnos mal, para no guardarnos nada, para no chocar contra ninguna de estas capas, lo mejor es aceptarlas a las tres, fundirlas en un menáge à trois en el que todas tengan su lugar. Somos tres en uno, mejor que realizar grandes esfuerzos para negarlo (tapar el sol con la mano) es entenderlo.
¿Vale una última sugerencia?
¿Para qué rechazar lo que viene de nuestro instinto? ¿Por qué ocultar nuestras emociones? ¿Cómo no habríamos de considerar nuestros valores? Guste o no, somos lo que somos. Estas tres fuentes viven adentro nuestro y el arte está en aprender a coordinarlas, en darle un lugar a cada una, saber escucharlas y conducirlas. El equilibrio es siempre el objetivo, no la negación de una y la sobrevaloración de otra. Tres voces que piden que las consideres: si no lo hacés, el equilibrio se rompe y por algún lado la pava va a chillar. ¡De esto se trata aprender a usar la cabeza!