Patricio Pron siempre fue el bicho raro, el distinto. Desde su nombre —que parece un seudónimo sin serlo— hasta sus enormes anteojos de armazón grueso —hoy tan de moda—, que cuando él los empezó a usar eran más de señor mayor que de joven estudiante.
Nació en 1975, es licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario y doctor en Filología Románica por la Georgia Augusta de Göttingen (Alemania). Hijo de padre y madre periodistas, se crió en el barrio de Tablada, a tan sólo diez cuadras de la casa de Lionel Messi, con el que compartieron barrio pero no talentos. Como alguna vez contó en un diálogo literario con Rodrigo Fresán, donde indefectiblemente se coló el crack rosarino, sus antecedentes futbolísticos son tan breves como contundentes: fracasó en todas las posiciones, incluyendo la de arquero. "Una vez me llevaron en andas porque metí un gol en contra, el primero y el último en mi larga trayectoria en los patios de la escuela Vigil", confiesa Pron, ganador en 2004 del premio Juan Rulfo y seleccionado en 2010 por la revista Granta como uno de los veintidós mejores escritores jóvenes en español, pero que con el fútbol no llegó ni a acariciar un trofeo de plástico dorado. Sin embargo, intenta responder a ese porqué: "En el enfrentamiento habitual entre el ser y el estar siempre preferí ser. No estar jugando sino ser el juego. Y encontré más posibilidades para ello en la literatura que en otras actividades".
No recuerda exactamente de qué escapaba, pero desde muy chico sabe que lo hacía. Como sabe también que encontró en los libros esa vía de escape. La tomó, no se detuvo y —como un Messi— despegó de Rosario al mundo. Este año publicó No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (Random House). La novela cuenta del Congreso de Escritores Fascistas Europeos que iba a celebrarse durante tres días del mes de abril de 1945 en el norte de Italia, pero duró sólo uno. Treinta años más tarde, sus supervivientes se ven obligados a recordar lo ocurrido. Con sentido del humor, Pron reflexiona sobre la relación entre literatura y política a partir del modo en que nos relacionamos con los textos a través de sus autores. Y también, como en trabajos anteriores, vuelve sobre la historia y los hilos que nos unen con el pasado. Ya en El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (Mondadori) —un texto cercano a la no ficción tan polémico como necesario para continuar desentrañando el legado de la generación militante— Pron narra el regreso de un joven escritor a su país de origen para despedirse de su padre enfermo y su intento por rearmar el rompecabezas de la historia familiar. El escritor es Pron, el padre es Rubén Chacho Pron, ex militante de Guardia de Hierro, y la historia se convierte en un cruce entre novela familiar y política para abordar los años setenta. Y en Nosotros caminamos en sueños (Random House), realiza un acercamiento al conflicto por las Malvinas que va de la sátira a profundas cavilaciones acerca de la guerra y el nacionalismo. En los tres libros, de una forma u otra, la violencia política aparece como mucho más que un telón de fondo.
—Hay en No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles cierta reflexión en torno al arte, la política y la violencia. Y sobre todo una asociación entre un movimiento artístico como el futurismo y una ideología totalitaria como el fascismo. ¿Qué buscaste con eso?
—Lo que me llevó a escribir la novela fue un interés personal por los futuristas italianos y las preguntas que se hicieron. Los futuristas fueron la primera vanguardia, la que abrió literalmente las sendas que recorrerían posteriormente dadaístas, surrealistas y el arte contemporáneo y la que más lejos llegó en sus aspiraciones de integrar arte y vida así como en su asalto al poder, ya que el fascismo adoptó como política de Estado muchas de sus ideas. Naturalmente, los futuristas salieron escaldados de su relación con el poder; pero esto puede decirse de todos los intelectuales y artistas que alguna vez flirtearon con él. En su experiencia hay algo parecido a una advertencia que es desoída una y otra vez, de manera que hablar acerca de ellos es hacerlo (también) sobre los vínculos entre literatura y política y literatura y vida: el tipo de cosas en las que quienes somos lectores no podemos dejar de pensar. Es decir, podemos pensar en otras cosas, pero siempre volvemos a estos temas.
—Ese cruce parece problematizar sobre el acto de leer las obras artísticas no por sí mismas sino través de las ideas políticas de sus autores. ¿Fue así?
—Sí. Solemos leer los textos prestando una atención excesiva a las ideas políticas de sus autores cuando, me parece, tendríamos que prestar atención a la “politicidad” de los textos, que a veces dista y a menudo se opone literalmente a las ideas que los escritores dicen tener. En esa contradicción, y en los inconvenientes de leer textos más o menos inanes con opiniones de sus autores que nos tranquilizan, se juega mucho de lo que es leer en estos días.
—El tema de la guerra y la violencia política tiene cierta recurrencia en tu obra. Sucede en esta última novela, en Nosotros caminamos en sueños y en El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia. ¿Ves alguna conexión?
—Muy posiblemente; pero me parece difícil imaginar que alguien haya sido capaz de escribir en la Argentina de los últimos sesenta años y no lo haya hecho sobre la violencia política, de la que todos los argentinos somos hijos, al menos, desde el 16 de junio de 1955. Se puede negar esto y ser un esteta o un cínico, pero por aquí no hay mucho interés en ser un mentiroso o un hipócrita.
—Acerca de El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, hablás de un contexto político en Argentina pero también sobre tu padre y tu relación con él. A su vez, él se tomó el trabajo de analizar página a página el libro y responder a cierta incongruencia del relato de los hechos. ¿Cómo viviste eso?
—“Agradecimiento”, creo que es la palabra que mejor expresa cómo viví su intervención en mi libro; lo que él hizo abrió una puerta que llevaba cerrada demasiados años, y posibilitó otras cosas, como sus libros de no ficción acerca de tres de los activistas políticos desaparecidos que surgieron de o vivieron en El Trébol. Pasaron muchas cosas buenas con ese libro, pero el diálogo con mi padre fue la mejor.
—¿La ficción y por momentos la creación de climas fantásticos te permite exorcizar de algún modo la realidad o historia reciente? Por ejemplo, cuando elegís narrar algo desde el futuro.
—Sí. Por una parte, todo libro habla acerca del momento en el que ha sido escrito, independientemente de su tema o de las intenciones de su autor. Por otra parte, los hechos del pasado sólo producen sentido retrospectivamente, cuando participan de series narrativas que les imponemos sin ser conscientes de ello. Escribir ficción es extraer un sentido del pasado que nos permita comprender y lidiar mejor con un presente que es su resultado, que ha sido condicionado por él pero no por ello es inevitable.
—Escribiste el prólogo de la edición española del Diario de una princesa montonera, de Mariana Eva Pérez. ¿Te sentís parte de esa “emergencia desestabilizadora de las voces de los hijos de los activistas políticos argentinos, desaparecidos o no”?
—En general conozco y tengo relaciones de afecto y de amistad con muchos de sus autores, además de una buena cantidad de intereses comunes no sólo en relación con el pasado; a su vez, me agrada mucho ser asociado con algo que es “desestabilizador” por definición, así que no tengo problema en ser asociado con el sitio del que está surgiendo algo de lo más interesante que se está escribiendo en la Argentina en este momento, que es precisamente esa “emergencia desestabilizadora”.
—¿A quiénes leés y qué continuidad hay entre los libros que leés y los que escribís?
—Ambas actividades me parecen interrelacionadas, y no tengo miedo a las influencias y/o contaminaciones, así que leo mucho y a muchos. Mencionar a algunos sería desolador y creo que contraproducente: finalmente, la literatura (también la argentina) es una especie de bosque en el que no hay senderos trazados de antemano, y cada cual es invitado a recorrerlo como prefiera, abriéndose camino por su cuenta.
—¿Cómo es hoy tu relación afectiva con Argentina y Rosario, siendo que siempre tuviste claro que querías irte a otra parte?
—Me gusta visitar Rosario, aunque viajo realmente muy poco. Buena parte de mi familia vive allí, y también muchos amigos; pero la ciudad es distinta y yo soy distinto y por esa razón no hay motivos para sentir nostalgia. Sí un deseo muy intenso de saber qué se escribe allí, qué se canta o se pinta o se actúa en la ciudad en este momento, que es el deseo que más me interesa saciar cuando voy.