Por Laura Vilche
La prostitución en Rosario tuvo y tiene esquinas, zonas o bares tradicionales, que conocen todos: vecinos, clientes y policías, claro. Las dirigentes de AMMAR Rosario, Myriam Auyeros y Gabriela Hemela los enumeran.
La Terminal de Omnibus, la plaza Libertad, avenida Perón hacia el oeste, inmediaciones de calle San Juan y plaza Sarmiento, Mitre y Gaboto, la zona de Provincias Unidas y Circunvalación, y muchos, muchos rincones más del centro y la ciudad.
¿Las tarifas? Aproximadamente van desde 1000 a 2 mil pesos la media hora o 40 minutos; dependiendo de si el cliente surge en la calle o es recibido en un departamento.
“El tarifario es más alto por parte de mujeres que trabajan con clientes potentados en bares de zonas caras como bulevar Oroño, pero no es mi caso, yo trabajo con clientes de clase media, profesionales pero no potentados, si bien tuve algún que otro con apellido patricio y prosapia que me hizo regalos carísimos”, confesó la trabajadora sexual trans, Mariana Eva Maldonado.
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Cuando se les pregunta cuál es el servicio que más les demandan los clientes, contestan a las carcajadas y al unísono: “coger”.
Pero inmediatamente aclaran y se ponen serias: “En realidad lo que más piden es el ‘pete’ (sexo oral, francesa, fellatio, coito por la boca). Eso sí, nos negamos al oral natural (sin profiláctico)”, agrega Isabela.
Ahora bien, ¿qué pasa en Rosario, qué ordenanzas se pusieron en juego? Isabela contesta crítica:
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"La norma que impulsó (concejala María Eugenia) Schmuck, que prohibió las whiskerías y aprobó el Concejo para nosotras representó perder una fuente de trabajo donde las compañeras tenían al menos una obra social, un horario, un lugar. Cuando cerraron las whiskerías y cabarets, muchas debieron salir sin más remedio a trabajar a la calle. Nos vulneraron un derecho, el de elegir".