En diciembre pasado se vivieron momentos únicos en la Argentina cuando la selección se alzó con la copa del mundo en Qatar. La movilización de personas se contó por millones, el gobierno decretó feriado y la cuna de la celeste y blanca, que vio nacer al capitán Lionel Messi y otros astros rosarinos, vibró especialmente. Sin embargo, y aunque también se juega con una pelota (en sus orígenes formada alrededor de un ave palmípeda envuelta en un trozo de cuero), el deporte nacional con exclusividad es otro desde 1953, cuando lo declaró oficialmente como tal el ex presidente Juan Domingo Perón: el pato. Setenta años después, no se practica en Rosario y es bajísima su incidencia en Santa Fe a pesar de que la provincia integra la región de la pampa húmeda donde la disciplina nació y tiene su mayor desarrollo.
Fernando Pascual fue durante años uno de los cultores de este deporte tradicional y autóctono que con variaciones ha llegado a Europa bajo el nombre de horseball, pues justamente se juega cabalgando tras una bola con manijas, en equipos de cuatro jinetes. A Pascual todos lo conocen por Pachanga y, ya sexagenario, está retirado como jugador e instructor de pato. Se lo considera un referente regional de la actividad y continúa vinculado al mundo ecuestre (se dedica a preparar caballos de polo en la vecina localidad de General Lagos).
Confirmación
Desde allí recuerda en diálogo con La Capital que enseñó en Cañada de Gómez, Las Parejas, Armstrong y Venado Tuerto, estas dos últimas plazas con clubes registrados en la Federación Argentina de Pato y participantes activos de torneos oficiales. También confirma que en Rosario no se practica el deporte nacional que así declaró Perón “con exclusión de cualquier otro” argumentando, entre otros puntos, que los gauchos lo desarrollaron en los albores de la patria. Esta condición de práctica deportiva por excelencia argentina fue confirmada poco tiempo atrás, en mayo de 2017, a través de la ley Nº 27.368.
Pero en la Cuna de la Bandera, salvo muestras y exhibiciones, el pato pasa de largo “porque es para gente de campo”, analiza Pachanga, papá de dos polistas. “Me quedo toda la vida con el pato, es apasionante”, asegura con nostalgia el hombre oriundo de Arroyo Seco. De todos modos, a esta altura de su vida prefiere no arriesgarse con caballos corriendo a gran velocidad en una disputa abundante en roces que, por momentos, se torna violenta. Así define las características de un partido, que por reglamento debe constar de seis tiempos de ocho minutos cada uno.
De allí que la mayoría de los "pateros" sean varones jóvenes, aunque también las mujeres se van posicionando sobre la silla de montar. Existen incluso algunas jinetas federadas, cuenta Natalia Minetti, secretaria de la Federación Argentina. “Hay equipos femeninos, pero son más de picadero (una cancha más pequeña). Las chicas juegan en otras categorías, aunque hubo (participantes) en torneos masculinos y equipos mixtos”, agrega la representante de la institución desde San Miguel, Buenos Aires. Es en esa provincia donde el deporte históricamente ha cuajado, a pesar de que varios gobernadores decidieron prohibirlo durante algunas décadas hasta entrado el siglo XX porque en el desespero por capturar la pelota con asas y encestarla empezaron a multiplicarse las muertes y las lesiones en los campos bonaerenses. Hacia fines de los años 30 el juego se reglamentó y tuvo marcos más precisos, menos violentos.
“En Santa Fe hay dos campos de pato, llámese clubes, donde se juega oficialmente. Están ubicados en Armstrong (departamento Belgrano) y Venado Tuerto (General López)”, comenta Minetti, y menciona otras provincias con desarrollo de la actividad, entre ellas Córdoba, Tucumán, Salta, Jujuy, La Pampa y Corrientes. “Ahora el pato es más federal, antes era solo Buenos Aires”, acota Pascual, que arrancó con la práctica en Arroyo Seco, en el ámbito del centro tradicionalista Cruz y Fierro. Como se sabe, nombre de los gauchos inmortalizados por José Hernández, quienes seguramente mirarían de lejos la final del Abierto Argentino de Pato en el campo de polo de Palermo, en CABA. Y no solo porque el fútbol terminó siendo el deporte más popular en estas pampas.