"Desde que la policía te pare, te insulte o te haga bailar hasta que te golpeen, te lleven o incluso te maten, todo es violencia institucional", Miguel Ramírez define teóricamente, pero también lo lleva en el cuerpo. "Migue", como le dicen, es uno de los jóvenes que integran en el Museo de la Memoria el Programa Constructores Territoriales en Derechos Humanos, un espacio que tiene más de cinco años y que desde hace tiempo busca poner en agenda ese modo de violencia estatal que ejercen las fuerzas de seguridad y que para ellos es cotidiana: la violencia institucional.
A través de encuestas realizadas tras la pandemia con jóvenes de los barrios pusieron en marcha el proyecto que, en mayo, en el marco del Día Nacional de Lucha contra la Violencia Institucional, relanzaron a toda la comunidad abriendo las preguntas a través de un formulario web que busca alcanzar un mapeo de toda la ciudad.
La encuesta la comenzaron a pensar antes de la pandemia, la desarrollaron durante más de un año junto a las investigadoras de Universidad Nacional de Rosario (UNR) y el Conicet, Eugenia Cozzi y Marile Di Filippo y los primeros resultados fueron relevados en el mismo territorio entre jóvenes que eran parte en ese momento del programa Santa Fe Más. Un primer acercamiento a los abusos de las fuerzas de seguridad que, afirmaron, habían "recrudecido durante la pandemia", señala Milagros Gacía (Mili), otra de los integrantes del equipo.
Con esa primera mirada, además de las respuestas iniciales del formulario web y la digitalización de los datos, pudieron plasmar a través de más de 90 consultas un primer escenario.
Ahora intentan "ampliar la muestra a todos los jóvenes y personas de la ciudad, en un proceso contínuo en el cual cualquiera puede participar y que intenta lograr un número más conciso sobre cuáles son las situaciones que se dan en la ciudad, cuáles son las fuerzas de seguridad que las protagonizan, las modalidades de esas prácticas y datos más exhaustivos de las personas que las sufren", explicó Alejandra Cavacini, coordinadora del Departamento de Articulación Territorial del museo.
Algunas respuestas
"Una vez en una parada que era habitual, bajé de un taxi, hice dos pasos y me detuvieron. En ese momento usaba gorra. Me pusieron contra el patrullero, me sacaron la gorra y adentro todas mis cosas donde estaban mi DNI, tarjetas y demás. Al terminar la requisa y preguntas random, me dijeron "Tomátelas" y agarraron la gorra con todo adentro y la tiraron hacia una zanja. Cuando fui a buscarla no tenía nada dentro, perdí el DNI y mis cosas".
El relato es apenas uno de los que el mapeo lleva recabados desde que inició su proceso en forma digital. Entre los casos de violencia relevados entre los más de 90 formularios completados hasta el momento, la foto muestra que casi 7 de cada 10 episodios ocurren en la vía pública, más del 80 por ciento se da en los barrios (el sur mayoritariamente) y menos del 20 por ciento en la zona central, y dos de cada diez señalaron haber sido detenidos "sin justificación".
"Si sos joven y de tez morena o si llevas ropa deportiva y gorrita, te paran. Y cuando sos mujer y usas ropa sin género, también te paran muchas veces pensando que sos varón", acota Mili, que aunque reconoce que los varones son mayoritariamente el blanco de esa violencia, en las respuestas de algunas mujeres se señalan también "los comentarios acosadores o gritos que sufren, y que es otra forma de violencia".
Cuando refieren a los agresores, en casi 6 de cada diez situaciones apuntan a agentes de la Policía de Santa Fe y más del 80 por ciento de las veces, se trata de personal masculino. Sin embargo, apenas dos de cada diez se acerca a hacer una denuncia.
En el propio cuerpo
Los jóvenes que llevan adelante la iniciativa saben de lo que hablan cuando preguntan y por eso uno de los grandes desafíos fue la construcción de una herramienta de relevamiento que estuvieran seguros que todos pudieran entender. "No una cosa como el censo", dice Mili para darse a entender.
Que los pongan contra un móvil. Que los insulten o los amenacen. Que las acosen cuando son mujeres. Que les retengan la documentación e incluso que los golpeen y les provoquen lesiones. Que les saquen la moto cuando van camino a una actividad. Cualquiera de esas situaciones fueron o incluso ahora son parte de su cotidianidad y las plantearon en el espacio que integran en el museo desde 2017.
"Cada vez que veníamos, nos dábamos cuenta de que alguno llegaba tarde o no venía porque lo habían parado, porque le habían sacado la moto, porque no podía llegar del barrio al centro y a veces el motivo tenía que ver con estas situaciones", explica Migue, que como Mili, desde el inicio del proceso viene desde barrio Las Flores.
En ese momento eran una veintena, casi una decena sigue en el camino e incluso algunos de ellos, justamente como Migue y Mili, lograron no solo retomar sus estudios secundarios, pasar por experiencias en diferentes espacios del Estado municipal, sino que ahora comenzaron a cursar la Universidad.
Desde el inicio esa fue una "preocupación" y parte de su agenda. Sin embargo, afirman que fue la pandemia la que "recrudeció" la situación. Y a través de videos que recabaron y campañas en redes sociales, fueron trabajando el tema con sus vecinos.
Yoel Miranda, que hizo el recorrido del programa todos estos años, sobrevive trabajando en la construcción, cuenta: "Una vez me hicieron desnudar adentro de una furgoneta, por puro gusto y me salvé porque pasó una vecina que me conocía y le gritó a la Policía, le preguntó qué nos estaban haciendo".
"Yo soy de todos lados, de todos los barrios, anduve siempre por todos lados y sin miedo, siempre con respeto. El problema es que ahora el tema del respeto cambió mucho en estos años y sobre todo por el tema de la droga", dice.
Habitantes de los barrios, dicen que ese es su lugar seguro, pero solo hasta que aparece la Policía. "En el barrio te sentís más seguro que en otro lado, más que acá (en referencia al centro), que entrás hablando bajito a un negocio porque siempre piensan que vas a robar. Pero el barrio cuando viene la policía es como cárcel abierta", afirma Mili. Más de una vez, sentada en la vereda de Las Flores, en la puerta de la casa de la abuela de su novio, escuchó el grito: "Todos contra el móvil".