“La sangre no tiene dueño ni puede generarse artificialmente, solo se obtiene por donación”. “La sangre posee distintos componentes, entre ellos glóbulos rojos, plaquetas, plasma y crioprecipitado”. “No se la requiere sólo en una emergencia sino a diario por pacientes que la necesitan para vivir: la medicina transfusional atraviesa a todas las especialidades clínicas”. Algunos conceptos básicos que vierte el médico del Cudaio Ariel Aresi, en el marco de una de las colectas previstas este verano ante la escasez de un tejido vital para hemoterapia. El desabastecimiento en los servicios resulta frecuente en época estival, pero ahora en particular se ve acrecentado a causa de la pandemia de coronavirus.
Susana, de 52 años, y Paula, de 29, son de las decenas de personas que están respondiendo a la convocatoria a voluntarios en distintos puntos de Rosario, Santa Fe y Villa Gobernador Gálvez. Luego de anotarse y tomar un turno a través de la página web del Cudaio, el jueves pasado llegaron a la Torre de Bomberos de la Plaza Cívica (San Lorenzo 1951). Allí esperaron en sendas camillas que se completara la extracción, equivalente a 450 centímetros cúbicos de fluido (unas 45 jeringuitas de diez mililitros). No se conocen entre sí, tampoco saben a quiénes será derivada su sangre. “Esto es como el amigo invisible”, acota la enfermera que asiste a Susana en su segunda experiencia como donante; pero no la última, ya que esta mujer que trabaja en un geriátrico promete volver por lo menos otras dos veces en lo que queda de 2022.
Aresi, del Centro Regional de Hemoterapia del Cudaio, explica que las mujeres pueden realizar el procedimiento cada 90 días y los varones cada dos meses, porque la recuperación de la hemoglobina es diferente según el género. Las extracciones se hacen a personas entre 16 y 65 años, sin factores de riesgo. Por año son procesadas entre dos mil y tres mil unidades de sangre, aunque desde que comenzó la pandemia esa cifra bajó y por eso se activaron las estrategias para garantizar el abastecimiento. Datos técnicos, argumentos científicos y razones humanitarias se conjugan en los testimonios de un donante habitual de plaquetas y del padre de una niña que recibió transfusiones reiteradas durante más de un año. Ellos y sus familias encarnan el lema: “Donar sangre es dar vida”. Y viven para contarlo.
150 transfusiones y el sueño de empezar la primaria
Karlina tiene cinco años. En realidad le faltan dos semanas para cumplir seis y no mucho después ya arranca primer grado, cuenta su papá Germán Kees por teléfono desde la ciudad de Romang. En un momento de la charla, la risa de la nena se escucha de fondo: a pesar del calor y de la siesta “está de muy buen ánimo” y a poco de meterse en la pileta de lona “donde le encanta nadar”. Atrás quedaron los días en que le diagnosticaron leucemia, recibió 150 transfusiones –en algunas oportunidades más de una por jornada– entre plaquetas, plasma y glóbulos rojos, permaneció dos meses en terapia intensiva. La familia debió trasladarse a Rosario, donde se alojó durante todo el 2020 y hasta marzo del año pasado en una casa cedida por una ONG mientras Karlina estaba internada en el Hospital Italiano.
Germán enumera las circunstancias del tratamiento de su hija a borbotones y en chaqueñol, el idioma que asegura se habla en esa zona del departamento San Javier. “Yo notaba que tenía muchos moretones, estaba debilucha, cansada. Cuando le hicimos un laboratorio de rutina, por otras afecciones de base, el bioquímico me dice: ‘Tiene valores de leucemia’. Ahí nomás fuimos a Santa Fe y después a Rosario”, recuerda. Comenzó entonces la demanda de sangre, con el aditamento de que Karlina tiene una especial (cero negativo) mientras que ambos padres son positivos.
“Dicen que Romang es el pueblo de los negativos porque muchos vecinos tienen ese tipo de sangre, que es poco común. Por suerte en Rosario vive mucha gente de acá que en su momento se fue a estudiar y a trabajar, así que nos ayudaron”, se complace. Pero dada la gravedad del cuadro, no alcanzaba. Las transfusiones fueron cruciales y reiteradas. “Ahora yo mismo me transformé en un donante cada vez que voy al Hospital Italiano para hacer controles. Más o menos con dos meses de diferencia. También me anoté para dar plaquetas”, agrega Germán, quien se desempeña como asistente escolar reemplazante.
“Cuando estoy por viajar para Rosario la gente me pregunta qué preciso y les contesto: ‘Sangre y plata’. Yo antes donaba cuando me enteraba de que alguien lo necesitaba pero a las bravas tomé dimensión del problema, aprendí lo necesario que es siempre”, puntualiza. “Yo sugiero que simplemente vayan y donen, que no les tenga que tocar para darse cuenta lo importante que es. No cuesta nada, son sólo 15 minutos… ¡y lo realizado que te hace sentir! Estaríamos muy bien si todo el que tiene la posibilidad donara sangre al menos una vez por año”, finaliza.
Por ahora Karlina transcurre sus días asistiendo a distintas terapias en su ciudad natal, con el apoyo de medicación específica y a la espera de comenzar la primaria. “Hemos aprendido mucho de términos y prácticas médicas con mi mujer. De autorizaciones en las obras sociales. Los médicos nos dicen que deberíamos instalarnos en Rosario pero acá en Romang es más fácil la vida, se vive con menos. Tenemos Reconquista cerca, a 45 kilómetros, y hay un hospital nuevo muy importante”, plantea Germán con tono optimista.
Hacer el bien sin mirar a quién
Alfredo Alonso trabaja como licenciado en sistemas y desde hace cuatro años es donante voluntario de plaquetas, un componente de la sangre que se extrae mediante un procedimiento médico denominado aféresis. “Cuando donás sangre para alguien en especial tenés una devolución, sentís una mínima recompensa. Esto en cambio es anónimo, solo te relacionás con los técnicos de hemoterapia. Te provoca un sentimiento raro porque desde la teoría sabés que ayudás a alguien a pasar un momento muy malo, quizás a salvarle la vida. Pero no lo vivenciás”, comenta.
El puntapié inicial data de 2005, cuando una prima de su madre con leucemia necesitaba plaquetas. “Fui ingenuamente a ofrecerme al Sanatorio Británico, no tenía idea de lo que es la aféresis: la sangre que te sacan va a una máquina que separa las plaquetas y luego te devuelve la sangre. El procedimiento dura una hora y algo, en la que estás conectado a la máquina, y a las 72 horas tu cuerpo regenera lo que donaste”, relata.
Años después, en una colecta de sangre que se hizo en el Centro Cultural Fontanarrosa, el médico a cargo del operativo le dijo: “Te veo buenas venas. ¿Te molesta si te tomo una muestra para ser donante de plaquetas? ¿Sabés lo que es?”. Alfredo rememora que asintió y al poco tiempo lo llamaron del Hospital de Emergencias Clemente Álvarez. “Me reclutaron, ahora dono tres o cuatro veces por año, de hecho este lunes fui. Son donaciones anónimas, no conozco a los otros voluntarios ni sé a quién le toca”, sigue con humildad. “Gente que me conoce me dice: ‘Sos un genio por lo que hacés’ y yo contesto que es muy simple: estoy una hora y media sentado mirando televisión, te dan un refrigerio. Lo único que sentís es el pinchazo y luego no sentís la aguja ni te sentís mal, solo un poco cansado”, asegura a sus 42 años, y se define como “un habitué”.
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“No hay bancos de plaquetas, no las podés generar artificialmente, almacenar ni dejar congeladas, tienen poca vida útil. Así que a diferencia de la sangre es más a demanda, a partir de lo que van necesitando los pacientes que hacen los tratamientos”, explica quien también está anotado para dar sangre y médula ósea. Alfredo vuelve a la carga: “No hay que hacer demasiado para donar, no es un sacrificio ni tiene nada de extraordinario. Es disponer de un rato de tu vida”.
“Yo estaba desvinculado de la temática y vuelvo a tomar contacto cuando conozco a quien hoy es mi esposa, la presidenta del Cenaih, una institución sin fines de lucro que da alojamiento y asistencia a personas, normalmente chicos, que están realizando un tratamiento oncológico o un trasplante”, cuenta Alfredo, además papá de un niño de cuatro años. Y aprovecha para subrayar que el 15 de febrero, en coincidencia con la conmemoración del Día Internacional de lucha contra el Cáncer Infantil, el Cenaih y el Cudaio desarrollarán una campaña de donación en la Plataforma Lavardén, de 17 a 21 con inscripción previa. “Donar sangre contemplando el atardecer, con música en vivo y un agasajo gastronómico”, invita.