La extraordinaria capacidad de dar redime a las personas. Las eleva de condición y les llena el alma. Las transforma en seres luminosos, guías por vocación, y centinela de sueños, propios y ajenos. Enmarcados en ese ambiente de extrema sensibilidad, contenedor y redentor, se desarrollan los días y la vida de Ana Beatriz Moreira, una de las creadoras de la Fundación Todo por Amor, una organización forjada a pulmón que hace 16 años se dedica a ayudar a adultos mayores en estado de necesidad.
"A mí lo que me enriquece y lo que me permite llevar adelante esta vocación de ayudar, es que sé que adentro de cada una de estas personas hay un mundo realmente maravilloso", señala Ana con lágrimas en los ojos, visiblemente emocionada desde el comienzo de la conversación con La Capital.
"Sólo hace falta que puedan contar y desarrollar ese mundo interior. Lo que pasa es que cuando uno pasa por la calle, los mira y es como que dan un poco de miedo. Yo siempre digo que hay que acercarse, mirarlos a los ojos y hablarles mucho. Seguramente van a encontrar rápidamente un corazón inmenso", afirmó sin dudar.
"Muchas veces ellos no pueden desarrollar todo lo que sienten. Ni hacer todo lo que piensan. Sobre todo porque no tienen las posibilidades, o no saben cómo encaminar ese mundo interior que siempre busca manifestarse. Pero que quede claro que ellos no eligen vivir en la calle. Ellos siempre prefieren la libertad, y valoran a la institución que los cuida", contó Ana, de 65 años, cuya Fundación alberga a 30 personas en tres hogares de la ciudad, y está a punto de inaugurar un refugio de noche con capacidad para otros 40 adultos.
"En los hogares pueden entrar y salir cuando quieren. Pueden sentarse a la mesa a comer, charlar, o elegir un programa de televisión. Tienen sus camas, sus sábanas y sus frazadas. Además tienen el Roperito donde venden ropa y libros usados para juntar fondos. Esta es su casa, su familia y entendemos sus necesidades, sus historias. Nosotros les damos las llaves a todos y cuando entienden esa libertad toman una gran confianza en lo que hacemos", remarcó.
"Creo que lo que nos hizo mantenernos en el tiempo y que Rosario, como ciudad, nos ayude tanto es porque le damos la libertad de elegir. Acá ellos eligen su vida, no le imponemos nada", subrayó.
Asimismo, Ana aclaró que "en Rosario no hay lugares como Todo por Amor, que brinda la posibilidad de vivir dignamente, todo el día con las puertas abiertas. Esto no es vanidad, es un gran orgullo. Nosotros seguimos a cada uno de estos adultos, no los abandonamos jamás, y respondemos siempre por ellos".
"Este hogar trata de que estas personas puedan lograr su dignidad, puedan recuperarse como seres humanos, como personas, ya que distintos problemas los fueron llevando a otras situaciones de necesidad", precisó.
Felicidad. Al momento de expresar las razones que la inclinaron a ayudar a mayores. "Yo siempre quise ayudar. Disfruto de esto. Primero me dediqué a los chicos y me di cuenta de que no era lo mío, que no era tan útil. Por ahí me ponía en madre y se hacía muy difícil. Entonces reparé en la otra parte de la sociedad que está desamparada y pensé en los adultos", recordó Ana.
Y agregó: "En ese momento me acordé de una frase de mi mamá que decía: "si la gente supiera la riqueza que hay en esta gente". Yo los miraba y parecían crotos. Pero hoy, después de tantos años, me doy cuenta de la razón que tenía mi madre".
Al mirar. "Ellos tienen una gran riqueza, sin dudas. Y uno se da cuenta cuando los mira, cuando les toma la mano, cuando te cuentan sus pesares. Siempre hay un por qué detrás de cada historia, eso me dí cuenta en 16 años de dedicarme a esto. Y si llegamos a ese por qué, les salvamos la vida", enfatizó otra vez con la mirada nublada de lágrimas.
En relación a su faz personal, Ana —viuda, madre de dos hijos y abuela de tres nietos— mantuvo la vibración y la generosidad de su corazón abiertas y admitió que "esto te cambia la vida. Yo soy otro ser humano en la tierra. Me dedico a esto y pasó a ser la razón de mi vida. Es que cuando vos das, es increíble todo lo que recibís. Hay que dar amor al otro, porque eso siempre da resultado".
Y comentó: "Una vez una vecina me dijo "Ana vos te merecés el cielo, por lo que hacés con esta gente". Yo la abracé y le dije: "Si Dios tiene un lugar para mí, que no me lo dé en el cielo, que me lo dé acá. Lo quiero acá, porque acá puedo hacer algo, puedo ayudar y darles lo que ellos necesitan". A ese abrazo todavía lo siento en la piel".