Virginia llegó a la esquina de Mitre y Rioja con su cámara en mano. Necesitaba hacer una foto en altura en una esquina donde escasean los árboles y los puntos de apoyo, pero Daniel estaba allí con su puesto de diarios y su “banquito de los personajes”, como lo apodó él mismo. La fotógrafa se subió, tomó las imágenes y devolvió el asiento. “Gracias” de un lado, “de nada” por el otro. Con un gesto simple, desinteresado y predispuesto, el canillita, que fue condecorado en el Concejo Municipal con la distinción de Diploma de Honor, habló con La Capital.
Daniel Alfredo Díaz, alias “Mandarina” para los más cercanos, hace más 45 años que tiene el puesto de diarios de Mitre y Rioja. Todas las mañanas se levanta y cumple con su deber. La gente pasa y lo saluda, es un vecino más del barrio sin tener casa. “Me trajeron suerte”, dice con gracia Díaz a este diario: durante la entrevista pasaban clientes y clientes que se iban con sus revistas y periódicos bajo el brazo. “Antes venían y te pagaban en mano, era cash”, reconoció el comerciante que esperaba la realización de la transferencia bancaria para entregar el pedido. Hoy las compras en los quioscos de revistas reciben un 70% de sus pagos de manera virtual.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
Canillita por oficio y obligación, Mandarina no se achicó ante la presencia de este diario, un cartel en su lugar de trabajo anunciaba la distinción que fue entregada el jueves 9 de octubre en el Concejo Municipal. Su Diploma de Honor llega por su sonrisa contagiosa, su apertura para los vecinos, quienes muchas veces lo tuvieron como confidente, y su amabilidad para sostener un rubro de los más golpeados luego de la pandemia de coronavirus.
Pero antes de dar a conocer su historia respondió la pregunta más importante: ¿por qué le dicen Mandarina? “Tenía 8 o 9 años y en el verano ayudaba en una verdulería de mi barrio. Mi mamá no quería que me pagaran, sino que me enseñaran el oficio. Lo tenía amenazado al verdulero. Entonces el señor cuando me iba me ofrecía una fruta y yo siempre pedía mandarina. Me llenaba la canasta. Entonces, ‘mandarina de acá, mandarina de allá’ y me quedó. La gente que me conoce realmente me dice Mandarina y me gusta que me digan así”.
Una vida de noticias
Daniel Alfredo Díaz tiene 73 años; realizó la primaria en el barrio Belgrano y la secundaria en el Nacional Nº 1. Desde los 14 años vendía Crónica y La Tribuna en la esquina de Ovidio Lagos y Urquiza, tiempo después su padre alquiló un puesto a 300 metros, en Córdoba y Lagos, donde estuvo durante muchos años y hasta recuerda el bar El Indio que funcionó en esa esquina.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
Luego, por gestión de su suegro, consiguió el lugar en Mitre y Rioja, en 1978. Desde fines de ese año se mantiene firme en su lugar de trabajo entre revistas, colecciones y otros artículos a la venta.
Sus hijos varones, aclara, trabajaron en el puesto, las mujeres no, pero pasaban a tomar unos mates cuando el centro las convocaba para algún trámite y le daban una mano. Vendedor nato en su puesto no existe revista estancada: “Hay público para todo. Mucha gente viene diciendo que busca artículos por todos lados y los encuentra acá”.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
El canillita comparó su trabajo a lo largo del tiempo y remarcó que “hay mucha mercadería que no sale más, revistas que desaparecieron. Los diarios siguen vigentes. Las colecciones hoy nos dan aire en la venta, muchas para los chicos o de autos, que siempre se vendieron”. Para Díaz, la esquina céntrica es “un lugar privilegiado” y explicó con palabras agridulces que el cierre de los puestos de diarios en los barrios volcó a los clientes hacia el centro de la ciudad: “Eso nos trajo un beneficio que yo no hubiera querido porque quedaron muchos compañeros sin vender”.
Díaz expresó que le gusta su actividad, que es lo que sabe hacer hace tantos años y lo que le llena el alma. Ya no es el canillita que despertaba con los primeros rayos del sol o incluso antes de ellos, pero lo fue. Ahora tiene un horario comercial a raíz de un cambio de época y a que la gente llega a las noticias también por las plataformas online.
Las tapas de su historia
En su memoria están aquellas mañanas leyendo “de punta a punta” el diario “desde la cuna porque mis padres compraban La Capital y aprendí la cultura de leerlo ”. No se olvida del diario del 3 de abril de 1982 que enunciaba el inicio de la guerra de las Malvinas, los triunfos de la selección argentina en el Mundial 1978 y la llegada de la democracia con Raúl Alfonsín como presidente.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
“Era una satisfacción vender todos los diarios. Hay muchos adherentes mensuales”, apuntó Díaz y reveló que “su único secreto para vender es llegarle a la gente” con educación y predisposición.
Otras de las publicaciones que le generaron nostalgia son las revista Goles, ya extinta, o El Gráfico; siempre ojeaba las páginas de su amado Newell's, lo "único" que le hizo cerrar el puesto antes de horario. También recordó los diarios La Tribuna y Crónica, que comenzó a vender en la zona de Córdoba y Ovidio Lagos.
El canillita amigo
En más de cuatro décadas vio pasar muchas cosas en la esquina de Mitre y Rioja, punto clave de Rosario. Inclusive reconoció que su puesto de diario se convirtió muchas veces en un “confesionario”.
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Foto: Virginia Benedetto / La Capital
“La gente viene y te cuenta. Dice cosas que nadie sabe. Confía en mí y relata temas de sus familias o me pide consejos. No son chismes, es confianza de la gente y eso me hace bien porque uno ayuda de esa manera”, explicó Mandarina.
El proyecto para que Diaz llegara a ser recomendado en el Concejo Municipal vino de parte de Carlos Guevara, un abogado retirado. El letrado tenía una oficina en Mitre 907 y todos los días saludaba a Mandarina. “Es uno de los tantos personajes con los que tuve muy buena relación siempre. Me avisó que iba a pedir que me dieran el reconocimiento y me negué, porque estoy bien en el anonimato. Me siento reconocido por la gente, y con el cariño es suficiente”, contó Daniel.
Cuando frenó en su relato la voz comenzó a quebrarse y sus parpados contenían a las lágrimas que buscaban salir. “Es un orgullo, un mimo”, dijo con emoción.