Uno defendía la libertad, la apertura, la paz y el acercamiento al mundo exterior. El otro encarcela a los opositores y críticos, amordaza a los periodistas, hunde a su país en el aislamiento y libra el conflicto bélico más sangriento de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Son Mijail Gorbachov, el último líder de la Unión Soviética, y Vladimir Putin, el presidente de Rusia desde hace más de 20 años. En muchos sentidos, Gorbachov, quien falleció el martes a los 91 años, habilitó involuntariamente a Putin. Las fuerzas que Gorbachov desencadenó se salieron de control, condujeron a su caída y al colapso de la Unión Soviética y a una grave crisis económica, señala Andrew Katell, quien fue corresponsal de Associated Press en Moscú y cubrió a Gorbachov de 1988 a 1991.
Desde su llegada al poder en 1999, Putin ha adoptado una “línea dura” que ha supuesto una inversión casi total de las reformas de Gorbachov. Cuando Gorbachov llegó al poder como líder soviético en 1985, era más joven y más vibrante que sus grises predecesores. Rompió con el pasado alejándose del modelo de estado policial, abrazando la libertad de prensa, poniendo fin a la guerra de su país en Afganistán y liberando a los países de Europa del Este que habían estado encerrados en la órbita comunista de Moscú bajo férreas dictaduras. Acabó con el aislamiento que había sufrido la URSS desde su fundación. Fue un momento emocionante y esperanzador para los ciudadanos soviéticos y el mundo.
Gorbachov creía en la integración con Occidente, el multilateralismo para resolver los problemas del mundo, incluyendo el fin de los conflictos armados y la reducción del peligro de las armas nucleares. En marcado contraste, la visión del mundo de Putin sostiene que Occidente es un “imperio de la mentira” y que la democracia es caótica, descontrolada y peligrosa. Aunque se abstiene de hacer críticas directas, Putin da a entender que Gorbachov se vendió a Occidente. Su moderado elogio cuando murió y su ausencia del funeral de Gorbachov son elocuentes al respecto.
Volviendo a una mentalidad de estilo comunista, Putin cree que Occidente es imperialista y arrogante, que intenta imponer sus valores y políticas liberales a Rusia y que utiliza al país como chivo expiatorio de sus problemas. Acusa a los líderes occidentales de intentar reanudar la Guerra Fría y frenar el desarrollo de Rusia. Busca un orden mundial con Rusia en igualdad de condiciones con Estados Unidos y otras grandes potencias, e intenta reconstruir un imperio. Esto es una falacia, dado que la economía de Rusia es mucho menor en tamaño a la de Estados Unidos y también a la de China. Y sería aún más chica de no ser por su gran riqueza en hidrocarburos. Rusia es un productor de petróleo al nivel de Arabia Saudita y además es gran potencia gasífera. El resto de su economía muestra rasgos bastante arcaicos. Incluso su industria militar, entre las más competitivas del mundo, ha sufrido un gran golpe de imagen y prestigio por el pésimo desempeño de las armas rusas en Ucrania.
Gorbachov cedió en ocasiones a las presiones occidentales. Dos años después de que el presidente estadounidense Ronald Reagan le indicara en tono imperativo, “Señor Gorbachov, derribe ese muro” en un famoso discurso ante el Muro de Berlín, Gorbachov lo hizo, indirectamente, al no intervenir en las revoluciones populares anticomunistas de Europa del Este. A ello siguió la caída del Telón de Acero y el fin de la Guerra Fría.
Gorbachov introdujo dos políticas radicales y dramáticas: la “glasnost” o apertura, y la “perestroika”, una reestructuración de la sociedad soviética. De pronto se podía hablar de temas que antes eran tabú, en la literatura, los medios de comunicación y la sociedad en general. Emprendió reformas económicas para permitir la empresa privada, alejándose de la economía estatizada de la URSS.
Desmembró el temido estado policial, liberó a los presos políticos, como Andrei Sajarov, y puso fin al monopolio del Partido Comunista. La libertad de viajar al extranjero, la emigración y la libre observancia de la religión también formaron parte de sus iniciativas liberales.
Putin se alejó de los cambios de Gorbachov. Se ha centrado en "restaurar el orden" y reconstruir el estado policial. Una represión cada vez más severa de la oposición, a la que ilegalizó, ha supuesto el encarcelamiento de los opositores y críticos, tachándolos de “traidores” y “extremistas”, incluso por el mero hecho de calificar de “guerra” a la oficialmente llamada “operación militar especial” en Ucrania. Tacha a sus críticos como colaboradores de los enemigos de Rusia financiados desde el extranjero.
En su búsqueda de control, ha cerrado organizaciones de noticias independientes y ha prohibido las organizaciones humanitarias y de derechos humanos. Exige una completa "lealtad al Estado", que él controla de manera absolutista, y hace hincapié en los valores tradicionales de la familia rusa, la religión y el nacionalismo.
Pero Gorbachov no estuvo exento de fracasos y estos explican en parte el ascenso de Putin. Sus políticas fueron irregulares, como la sangrienta represión soviética de 1991 contra el movimiento independentista en Lituania y el intento de encubrimiento del desastre nuclear de Chernobyl en 1986. Pero en 1988 se dio cuenta de que el viejo método soviético de intentar ocultar los malos acontecimientos no funcionaba, así que cuando un enorme terremoto sacudió Armenia en diciembre de 1988, abrió las fronteras a la ayuda internacional de emergencia y permitió la transparencia informativa sobre la destrucción sufrida.
Tras casi una década de combates en Afganistán, Gorbachov ordenó la retirada de las tropas soviéticas en 1989, firmó múltiples acuerdos de control de armas nucleares y desarme con Estados Unidos y otros países, y ayudó a poner fin a la Guerra Fría. Por estos esfuerzos, recibió el Premio Nobel de la Paz en 1990.
Pero en casa, las reformas económicas de Gorbachov no funcionaron bien. La liberación de las industrias del control estatal y la autorización de la empresa privada con demasiada rapidez y de forma aleatoria crearon una escasez generalizada de alimentos y bienes de consumo, empeoraron la corrupción y generaron una clase de empresarios turbios, los conocidos “oligarcas”. Los crecientes movimientos independentistas en las repúblicas soviéticas enfurecieron a los partidarios de la línea dura del Partido Comunista, que intentaron un golpe de estado contra él en agosto de 1991. El entonces alcalde de Moscú, Boris Yeltsin, lideró la resistencia popular al golpe y derrotó a los alzados. A partir de ahí se transformó en la figura política más importante del país e impulsó la disolución de la URSS ese mismo año. Gorbachov renunció cuatro meses más tarde.
Al final, muchos en Rusia sintieron que Gorbachov los había dejado con promesas rotas, esperanzas frustradas y un país debilitado y humillado. Uno de los que se sintió así fue Putin, alto oficial de la temida KGB. Para él, gran parte de lo que hizo Gorbachov fue un error. El mayor fue el colapso de la Unión Soviética, lo que Putin llamó “la mayor catástrofe geopolítica del siglo”. Pero esta debacle fue impulsada por Yeltsin, no por Gorbachov, que siempre buscó reformar y democratizar la URSS sin destruirla. Aunque es evidente que sus reformas hicieron posible la caída de la URSS. Su visión era rehacer la Unión Soviética para convertirla en una nación humana y moderna, pero en 1991, apenas un año después de recibir el Nobel Gorbachov encarnaba la tristeza y el fracaso. La nación se le desmoronó en las manos y se ganó el desprecio interno, el repudio y una creciente marginación que lo llevó a la irrelevancia política. Con su poder socavado tras el intento de golpe de Estado, Gorbachov pasó sus últimos meses en el cargo viendo como una república tras otra declaraban su independencia. Renunció el 25 de diciembre de ese año. Y al día siguiente, la Unión Soviética pasó a la historia, se disolvió, bajo impulso de Yeltsin.
La Unión Soviética fue desmenbrada en los 15 países que la constituían. Para Putin, el proceso de liberación fue algo personal y negativo. Como oficial de la KGB destinado en Alemania Oriental, vio cómo multitudes protagonizaban el levantamiento popular que condujo al derribo del Muro de Berlín y a la reunificación de Alemania, llegando a asediar su oficina de la KGB en Dresde.
Hasta el día de hoy, las percepciones de Putin sobre las amenazas a su país y las revoluciones populares marcan su política exterior y su profunda desconfianza hacia Occidente. En ellas se basa su decisión de invadir Ucrania el 24 de febrero. Como justificación para la guerra, cita lo que él cree que fue una promesa rota de Estados Unidos a Gorbachov: una supuesta promesa de 1990 de que la Otán no se expandiría a Europa del Este. Funcionarios estadounidenses niegan haber hecho tal promesa.
SUS críticos alegan que Putin distorsiona los hechos e ignora los sentimientos locales para afirmar que los ucranianos quieren liberarse del gobierno de Kiev y alinearse con Moscú, algo que es una evidente falacia propagandística. La guerra de Putin en Ucrania, las masivas violaciones de los derechos humanos y las denuncias e investigación de la Corte Penal Internacional, así como la invasión y anexión de Crimea en 2014 han provocado sanciones internacionales que están revirtiendo los lazos culturales y económicos que Gorbachov fomentó.
Gorbachov apoyó la anexión de Crimea, condenó la expansión de la OTAN al este y dijo que Occidente había desaprovechado las oportunidades que ofrecía el final de la Guerra Fría. Sin embargo, en 2004, firmó junto con Yeltsin un artículo de opinión en el que ambos advertían sobre las tendencias antidemocráticas de Putin. Y en 2011 declaró que Putin había "castrado" la democracia rusa. Fue una crítica abierta y sin anestesia, en ocasión de los 20 años del frustrado golpe en su contra, del que la KGB fue una pieza clave.
Uno que considera que los proyectos de Gorbachov fueron frustrados es Mijaíl Jodorkovski, un magnate ruso que se trasladó a Londres tras pasar una década en una prisión rusa por haber desafiado a Putin. “Gorbachov dio libertad no sólo a los Estados bálticos y de Europa del Este, también dio libertad a la nación rusa”, dijo Jodorkovski tras el fallecimiento de Gorbachov. “Otra cosa es que no hayamos sabido aprovechar esa libertad”.