Es una grosera simplificación reducir el tema del voto a un derecho o no derecho más. Votar implica una decisión, una elección y debiera ser dado su trascendencia un acto racional. Si la mayoría vota bien tendremos un buen gobierno, si vota mal padeceremos un mal gobierno. Mediante las elecciones se dirime nuestro futuro. Como en otros órdenes de la vida para tener más posibilidades de acertar en la elección se requiere conocimientos adecuados y experiencia. Es indudable que los jóvenes de 16 años, ni tampoco los de 17 ó 18, tienen experiencia de vida ni conocimientos suficientes para decidir sobre nuestro futuro como los adultos alfabetizados. ¿Es concebible que un menor que vive con sus padres, que carece de independencia económica, que no ha completado su desarrollo psicofísico, que probablemente conozca muy poco de la historia, geografía y Constitución nacional, y no ha experimentado la vivencia de diversos gobiernos, pueda votar, y que su voto valga lo mismo que el de sus padres o adultos instruidos? Es un verdadero disparate. Si tiene capacidad para elegir, siguiendo el pensamiento del ministro de la Corte, Eugenio Zaffaroni, debiera también tener idéntica capacidad para ser elegido, es decir para ser presidente, gobernador, intendente o concejal. Estas son las derivaciones lógicas, los absurdos a que se llega con esta propuesta de igualar como electores a los menores con los mayores. Es un eslabón más de un proceso que está desarrollando este gobierno y sus aliados progresistas de nivelar para abajo, ya sea por demagogia, populismo o convicción, de imponer un igualitarismo a ultranza que pretende negar las diferencias propias de la biología, la moral, la cultura y el sentido común. Que ha conferido ya el derecho al voto a los presos igualando a los honestos con los delincuentes, que amenaza con reconocer como electores a los extranjeros, igualando a nacionales con quienes ni son ni quieren ser argentinos. Que equipara uniones de distinto sexo con las del mismo sexo (el mal llamado matrimonio igualitario). ¿Adonde o hasta donde nos quieren llevar?