En una época de privilegios para unos y otros, siempre hay un sector que paga lo que el resto recibe; sea por no tener poder económico, sindical o ser un desgraciado que no tiene donde caerse muerto, es relegado y olvidado. Ejemplo: trabajadores de la construcción, empleados de comercio, cuentapropistas, pequeños comerciantes, taxistas, talleristas. Son personas que han dedicado su vida al trabajo, a la educación de sus hijos, a la construcción de su vivienda ladrillo por ladrillo, que se arreglan su auto y pintan la casa los feriados largos, cortan su césped, van al supermercado (no al shopping) los domingos, preparan el disfraz de sus hijos para la escuela y cocinan todos los días para su familia. Para cada cumpleaños colaboran la abuela, la madrina, los tíos hacen los choripanes, los centros de mesa y souvenires también son caseros y siempre hay un conocido para la música. Termina la fiesta y todos colaboran con la limpieza, que no se haga muy tarde, porque mañana a la escuela y al trabajo. Claro, esta clase social habita en su mayoría en los barrios, esos barrios queridos donde los vecinos entraban sin llamar o: “Doña Mari, soy yo. Llevo la carretilla un ratito”, ya estaba adentro, la puerta de calle no tenía llave y el perro no mordía porque conocía a los vecinos. Y al rato volvía: “Doña Mari aquí se la dejo, gracias”. Doña Mari sólo levantaba la mano y saludaba amistosamente. Ahora eso ya no existe, esos barrios fueron invadidos ya sea por la construcción de viviendas sociales o por asentamientos. Esos nuevos vecinos no tienen pertenencia, vienen de otros barrios (desplazados por el progreso urbanístico, por la apertura de calles, avenidas, costaneras, torres habitacionales prémium, barrios privados, casinos) o vienen de otras provincias encandilados por la ciudad que les permite vivir sin obligaciones. No respetan la escuela, ni la iglesia, rompen la plaza y nos miran con rencor como si fuéramos culpables de sus necesidades o problemas. Gana más un cuidacoches que un albañil, se come casi igual pidiendo que comprando. La escuela alimenta, la Iglesia viste, el Estado da subsidios y viviendas, ¿para qué trabajar? ¿Quién pensó alguna vez en nosotros, quién nos ofreció alguna vez un crédito blando para mejorar nuestra calidad de vida? Como somos propietarios no accedemos a un hipotecario, ni a un Procrear, como tenemos trabajo tampoco hay subsidios para nosotros, es más “no lo queremos, tenemos demasiado orgullo para ello”, en realidad sólo quisieramos lo que nos sacaron: nuestra paz del barrio. Volver a compartir unos mates o una charla en la vereda, que se pueda caminar, esperar el colectivo, andar en bici, volver a cualquier hora y recuperar a mis vecinos que por miedo los veo de vez en cuando y a veces me entero demasiado tarde que se fueron de este mundo y no les di mi último adiós. Pedimos muy poco, tan poco que se resume en una sola palabra: paz.