En exactos tres meses sabremos quiénes serán los dos, a lo sumo tres, ciudadanos argentinos con chances de sentarse en el sillón de Rivadavia. Faltan noventa días para que las primarias abiertas a nivel nacional funjan de primera gran vuelta electoral y decanten a los cincuenta aspirantes a ser presidente que se pasean hoy por los medios de comunicación, consagrando “útiles” al oficialista y al opositor (quizá opositores). Entendamos por esta utilidad ponerle nombre y apellido al sucesor kirchnerista y descubrir también al que sea el depositario más poderoso del voto anti K. Falta nada de tiempo. Faltan, también, propuestas concretas para encarar un plan de gobierno.
Es impactante asistir al modo de construir una alternativa de gobierno en la política argentina. Porque de eso se trata la campaña: de contar lo que se ha pensado y diseñado en el tiempo previo a las elecciones. Si ni siquiera se sabe quién será el compañero de fórmula de cada uno de los contrincantes (¿no suena más propio de “Gran hermano” que de un presidenciable ese jueguito de “tengo el nombre, ya van a ver”?), menos es posible pensar en quién sería el arquitecto ministerial de la economía, de la seguridad o de la salud en caso de obtener el triunfo. Se supone que en estos pocos meses apenas habría que contar lo que se pergeñó en años de trabajo. Se supone. Aquí la campaña es apenas un modo de recitar lugares comunes sin compromiso a nada concreto en vistas de sumar votos a como dé lugar. El clásico “no nos juguemos por nada y juntemos votos, después vamos viendo”.
Daniel Scioli ha decidido que su budista pasado de soportar agresiones sin despegar los dedos de su meditado silencio político en todos estos años, le ha rendido frutos. Sus asesores aseguran que la bendición de Cristina ya es un hecho y preanuncian para los próximos cuarenta días la aceptación pública de Florencio Randazzo dando un paso al costado. “Con eso nos endosan el treinta por ciento del voto duro K”, aseguró en off uno de sus lugartenientes. “El diez o quince por ciento restante lo aporta Daniel entre el voto empresario y clase media que lo ve previsible”, concluyó la misma fuente.
Es que el sciolismo está seguro de ganar en primera vuelta. Así de eufóricos están, si es que se puede usar este adjetivo alrededor de un candidato que hasta estornuda sin hacer ruido. Vale la pena aclarar que el ministro de Interior niega rotundamente su dimisión a la candidatura y que sigue siendo una incógnita que el kirchnerismo dogmático acepte al ex motonauta aún con la venia de la jefa. Pregúntenle, si no, a Hebe de Bonafini.
Mauricio Macri está exultante. Su triunfo porteño doble (en la totalidad de los votos y en el doblegar con estrategia peronista, caja y estructura partidaria, a la desobediente Gabriela Michetti) y su performance santafesina funcionan como estrella luminosa. Cuando se consulta a la gente del PRO por la madre de todas las batallas, la inabordable provincia de Buenos Aires en donde María Eugenia Vidal no arranca, se escucha decir: “Mauricio tracciona solo”.
Por fin, Sergio Massa intentó no bajarse del tren de los posibles candidatos con el acto del viernes en Vélez Sarsfield. Fue un evento contundente hacia afuera que pretendió frenar la sangría interna de los intendentes bonaerenses que lo abandonan con la misma facilidad y habitualidad que muestran sus tradiciones políticas. Los barones son sólo fieles al poder y al olfato que tienen para descubrirlo.
Ellos son los tres que tienen apenas noventa días para explicar qué piensan. Dicho con todo respeto por candidatos como Margarita Stolbizer o la izquierda, que volverán a intentar capturar el diez por ciento del votante desencantado. Si los que lucen expectables para disputar el poder esconden las precisiones de su eventual acción de gobierno, es porque cuentan con una notable ausencia de pregunta del electorado que pendula entre el cansancio político y el deliberado modo de hacer superficial el debate de ideas. Es bueno recordar que la comodidad o la frivolidad tienen severas consecuencias.
Santa Fe avanza. Antonio Bonfatti quedó casi disfónico luego de su extenso discurso inicial en la Legislatura. Había gran expectativa por saber cómo encararía el traspié del conteo provisorio de los votos de las primeras locales. El tino le ganó a su bronca y reconoció el error (“Problemas instrumentales”, fue el eufemismo), comprometiéndose a evitar repeticiones. Es correcto decir que con los números obtenidos no hubo intento de fraude, como se dijo desde alguno de los partidos políticos. De allí a consolarse con la ineficiencia hay un trecho largo. No hay nada que celebrar para el socialismo luego de concluido el escrutinio definitivo. El error y la torpeza existieron.
El partido de la rosa y el peronismo se unirán de ahora en más, sí, para combatir el espanto que les provocan los guarismos de Miguel del Sel. Es interesante escuchar a los operadores de ambos sectores desarrollar los mismos argumentos para imponer la idea de que el debate por la casa gris debe darse sólo entre Miguel Lifschitz y Omar Perotti. Algunos creerán que esto es una suerte de corporativismo de la profesión política ante la irrupción de un outsider que se creyó era un fenómeno pasajero. Quizá haya algo de cierto. El electorado santafesino les dijo dos veces en las urnas a peronistas y socialistas que estaba bien disconforme con lo actuado desde 1983. El punto es saber si este descontento se cura con una propuesta que va a seguir apuntando en toda la campaña a lo no hecho por las dos fuerzas tradicionales de Santa Fe y a la exacerbación de formas simpáticas de los candidatos.
Raro dilema para los que el 14 de junio concurran a las urnas. Optar por “lo conocido” que no dio evidentemente todos los resultados (ni aun los más elementales en materia de seguridad) o la opción del “por conocer”, que se afirma en la negación de esa tradición con base escasa en la alegría cumpleañera y en un no explícito pero evidente guiño hacia la derecha.