Estimada Florencia, respecto de su carta "Llamar a las cosas por su nombre", publicada el 14 de junio pasado, deseo expresarle que si hay algo móvil en la sociedad son las instituciones y hechos que la caracterizan. Así surgen socioneologismos como piquete, corralito, salidera, cacerolazo, etcétera, que se inscriben en el repertorio lingüístico de una sociedad con el peso de su vigencia indiscutible. Cuando se habla de matrimonio entre personas del mismo sexo, se refiere a la unión de las mismas en idénticas condiciones y con los mismos efectos del que se celebra para los heterosexuales. El problema de cómo nombrarlo diría que no es lo más importante, ya que lo que se pretende es plena y absoluta igualdad civil ante la ley, para que no existan ciudadanos de 1a y 2a categoría en una sociedad que se dice democrática. Eso sí que no es natural ni justo, ya que todos somos personas y miembros libres de una misma comunidad. Con respecto a si es normal o no, habría que remitirse a la norma y no es normal entonces que por un lado una norma nos considere a todos iguales y otra norma por otro lado, restrinja arbitrariamente los derechos de una parte de la sociedad, tal es el derecho a casarse. Por lo que respecta a Aristóteles, usted y él tienen razón: si se es ciudadano libre, se es precisamente eso y no se puede sino tener los mismos derechos que cualquier otro ciudadano libre, con prescindencia de la sexualidad de cada uno.