El fútbol argentino durante décadas tuvo en las barras bravas a los mercaderes de la violencia. Hay una extensa saga de muertes en torno a las luchas por el poder vinculado a los dividendos. Pero el transcurrir estableció nuevas formas. Que no reemplaza ni hace desaparecer a las anteriores. Sino que se agregan. Y el escenario se hace más complejo porque surgió una segmentación parida también como reflejo y consecuencia de lo que ocurre en la sociedad. Los clubes tienen un nuevo problema: la aparición de grupos radicalizados y fundamentalistas también violentos. Aunque con una ilógica diferente. Con otras formas. Menos vertical. Y por todo ello más peligrosa. Basan su pensamiento y acción en la negación de la existencia del otro. Propio de un comportamiento que no fue forjado en la cultura del trabajo, sino que proviene de una idea facilista donde todo es ya y ahora sin sacrificio para obtenerlas. Nativos de la comodidad y del cómo sea. Y fundamentado en la esencia de su tan mentada idea de superioridad, relativizando los nombres, los hombres y la historia. O lo que es peor, acomodando el pasado acorde a su conveniencia.


































