La democracia es, hasta ahora, el único régimen político que, pese a sus imperfecciones, permite al hombre vivir en libertad. Sólo la democracia garantiza el traspaso pacífico del poder, la independencia de los poderes, la libertad de prensa, el pluralismo ideológico; el respeto por la dignidad humana, en suma. Todos estamos de acuerdo en que la democracia es una filosofía de vida sustentada en la tolerancia, el respeto, la justicia y la paz social. También todos coincidimos en que lejos está de ser, como régimen político, perfecto. La historia ha demostrado que puede corromperse, transformarse en un régimen político que, pese a conservar la apariencia democrática, nada tiene que ver con sus valores liminares. La democracia se degrada cuando quien gobierna ejerce el poder en beneficio propio, cuando miente descaradamente, cuando se cree omnipotente. La democracia se degrada cuando quien detenta el mando político envía mensajes plagados de odio, racismo, xenofobia e intolerancia. La democracia se degrada cuando desde la cima del poder se hace apología de la prepotencia, la soberbia y la fuerza bruta. Silvio Berlusconi es un ejemplo, entre tantos otros, del gobernante que degrada a la democracia. Desde que asumió el poder no ha hecho otra cosa que desplegar un arsenal de actitudes, decisiones y palabras lesivas de su esencia. Sus recientes declaraciones sobre la inmigración como factor fundamental de la violencia y criminalidad que reinan en Italia confirman su desprecio por el ser humano como persona, el rechazo que le provoca aquello que viene "de afuera". La democracia se degrada cuando personajes como éste acceden a la cúspide de la estructura política. La complicidad del pueblo es, qué duda cabe, evidente.