El domingo por la noche fue especialmente cruel, 5 grados de temperatura, un viento sur que helaba los huesos y una tenue llovizna que coronaba un clima que hizo que las calles estuvieran absolutamente desiertas. Salí de mi casa a las 23 y al pasar por la esquina de 1º de Mayo y Mendoza vi una humilde mamá con un bebé en brazos esperando el colectivo, con otro chiquito de unos dos años su lado, y un tercero algo más grande, sentado sobre varios bolsos amontonados junto al poste de la parada de ese colectivo que nunca pasó. Después de dos horas y al regresar a mi casa pasé nuevamente por esa esquina. Esa mujer todavía seguía ahí, paseando al bebé que no dejaba de llorar, intentando contener al otro que iba y venia molesto y nervioso, y los cuatro mojados y temblando de frío. "Voy a Baigorria, hace dos hora que estoy acá señor, y el colectivo no viene", me dijo cuando le pregunté qué hacía, dada mi preocupación por los chiquitos y lo que estaban soportando. Realmente era tanto el frío, que después de dos horas temí que les pasara algo a los chiquitos. Pensé, ingenuo de mi parte, que el Estado podía hacer algo para sacar de ese frío y llovizna a la una de la mañana a esa humilde mamá y sus chiquitos, alcanzándolos al menos hasta la Plaza Sarmiento. Me equivoqué. Llamé varias veces a la GUM que no atendió, llamé al 911 donde me informaron que ellos no podían hacer nada y que yo me dirija a la comisaría del barrio. Hasta allí fui para escuchar exactamente lo mismo. Insistiendo logré comunicarme con la GUM para volver a oír lo que dos veces ya me habían dicho: que no podían hacer nada. Pero me aconsejaron que llame al Comando… El Estado ausente, por intermedio de sus integrantes que están imposibilitados de resolver una situación tan simple como necesaria en esos momentos. Esa mamá logró llegar a su casa rápido y sin frío, por el aporte de otro ciudadano que paga con sus impuestos los servicios que después no se prestan. Lo peor de todo, es lo distante que algunos funcionarios están del sufrimiento humano.