Dos presos alojados en la cárcel Nº 6 de Rosario fueron imputados junto con otro hombre de integrar una banda que cometió unas 200 estafas y extorsiones por teléfono en un mes. Según la investigación de la fiscal Valeria Haurigot el grupo recibía información sobre víctimas potenciales, hacían las llamadas desde un pabellón y si los engaños prosperaban uno de los acusados iba a retirar el botín.
Los dos reclusos y su cómplice fueron imputados de asociación ilícita, extorsión y amenazas coactivas. Agustín Massoni, quien cumple condena por robo a mano armada, fue acusado como jefe. Su compañero de pabellón Adrián Gerónimo Giglione, sentenciado a 15 años por un crimen, fue imputado como miembro igual que Lucas T., quien completaba las operaciones en la calle.
Si bien la pesquisa logró identificar a tres miembros de la organización los investigadores presumen que, a partir de las voces de fondo captadas en intervenciones telefónicas, el pabellón funcionaría como una suerte de call center delictivo y que más reclusos podrían haber participado de estas acciones.
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En ese sentido, además de dictar prisión preventiva por plazo de ley a Lucas T., el juez Nicolás Foppiani ordenó un régimen de comunicación con el exterior para los otros dos que ya estaban presos. Consistirá en “limitar el contacto con personas no privadas de la libertad a una videoconferencia de media hora cada 15 días, con presencia de guardias en sala de conferencia”, medida que regirá al menos hasta el 18 de mayo.
Cuentos y amenazas
Los hechos imputados a la organización se enmarcan en lo que se conoce como “cuento del tío” en varias de sus modalidades; desde el llamado a una persona para decirle que un familiar tuvo un accidente o el ya típico engaño a ancianos a quienes se convence de entregar un dinero para un “nieto” o “sobrino”. Y también los ya típicos falsos secuestros en los que se amenaza a las víctimas con matar a un familiar si no pagan un rescate.
Más allá de esos ardides, al parecer el grupo incurrió también en las extorsiones que hoy por hoy proliferan a mansalva desde las cárceles bajo consignas como “plata o plomo”. De hecho, a partir de la denuncia por un hecho de esos fue detectada la banda que le atribuyen comandar a Massoni. Fue el 1º de noviembre del año pasado cuando un hombre recibió un Whatsapp en el que le pedían dos millones de pesos.
“Ponés 2 millones en un bolso, te decimos la dirección donde lo tenés que llevar. Si no lo hacés, sabés lo que te va a pasar, conocemos todos tus movimientos”, decía el mensaje amenazante al que siguieron fotos de la puerta de la casa de la víctima, del negocio donde trabajaba y del domicilio de su madre. La víctima luego recibió un mensaje de otro teléfono que decía: “No te cagués, dale a mi jefe lo que te pide, no te enojés conmigo, soy un mediador”.
El denunciante aportó capturas de pantalla de los mensajes porque pasados unos minutos eran borrados por los emisores. Posteriormente, con lógico temor, se fue de su casa. Pero fue peor cuando pasó un día a ver cómo estaba la situación y se encontró con cuatro balazos en el frente y una nota que decía: “Comunicate urgente, dónde estás, gil”.
A partir de la denuncia se investigaron las líneas y números de Imei de los celulares desde los cuales se habían proferido las amenazas. Así se supo que esos teléfonos se estaban usando cerca de la Unidad Penitenciaria Nº 6 de Francia al 5200, detrás de la Jefatura rosarina.
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Así, se ordenó la intervención de las líneas y se identificó a Massoni. Se supo que éste usaba una línea para llamadas personales y otra para extorsiones y estafas. Las escuchas permitieron presumir, por voces que se escuchaban de fondo, que había más presos cometiendo esas tropelías telefónicas como si el pabellón fuera una suerte de un call center delictivo.
Organizados
Las escuchas establecieron que entre el 29 de noviembre y el 31 de diciembre de 2021 se hicieron unas 200 estafas —algunas quedaron en el intento, lo que también es un delito— y extorsiones telefónicas desde ese pabellón de la ex alcaidía. Se perfiló una organización que “funcionaba de manera estable, con continuidad, división de tareas y roles”. Y se descubrió que recibían información, incluso de personas que los visitaban, para orquestar sus acciones.
Esos datos en general eran recibidos por Massoni, quien según la acusación elegía las víctimas potenciales y bajaba a Lucas T. las órdenes para que completara las operaciones y fuera a retirar el dinero u objetos de valor que pudieran conseguir. En cuanto Giglione, se lo acusó de “prestar su voz” en la mayoría de las comunicaciones extorsivas.
Algunos de los hechos imputados se detallaron en la audiencia. Uno sucedió el 5 de diciembre cuando llamaron a una pareja de jubilados simulando ser oficiales de tránsito que informaban que un hijo había sufrido un accidente. En un momento un preso finge ser el hijo que pide desesperado ayuda a su madre. Pero de pronto el ardid cambia y absurdamente los “oficiales de tránsito” se convierten en secuestradores que exigen 500 mil pesos a la pareja para no matar de un tiro al hijo. La estafa no se concretó porque en medio de la charla las víctimas constataron que su hijo estaba bien.
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Otra fue el 13 de diciembre pasado cuando un hombre simuló ser nieto de una anciana y la convenció de que les entregara 20 mil pesos —le habían pedido 40 mil— para una compra en el supermercado. De igual forma, el 29 de diciembre lograron lo mismo con otra mujer a la que su “falso nieto” convenció de que estaba en el súper y necesitaba 15 mil pesos para pagar las compras.
Otro caso, distinto, fue la llamada que Massoni le hizo a un hombre el 16 de diciembre para amenazar de muerte a un hombre si se acercaba a una mujer que podría ser su pareja.
Dos cuartos de helado
Las intervenciones telefónicas permitieron detectar las actividades de Massoni, de 29 años, y Giglione, de 25, aunque se presume que no eran los únicos del pabellón que formaban parte del emprendimiento delictivo. Y también a través de las escuchas se estableció la identidad de Lucas T., con cuyo teléfono Massoni se comunicaba muy asiduamente.
El muchacho de 25 años fue arrestado a partir de un diálogo que sostuvo con la empleada de una heladería a la que le encargó dos cuartos de helado para que se los enviara a su domicilio de Arteaga al 6300, donde un día lo fue a buscar la policía.