Entre 1989 y 1990 los argentinos asistieron a lo que se considera una virtual quiebra del Estado. Entre el peso de la deuda externa, el destrato del Fondo Monetario Internacional y unos precios agrícolas en mínimos, se conjuró la asfixia que traería el final del gobierno alfonsinista.
Con la economía sumida en una brutal crisis hiperinflacionaria y recesiva, el nuevo gobierno, llevó adelante un conjunto de políticas económicas que desembocaron en el plan de convertibilidad. El peronismo volvía al Ejecutivo nacional por primera vez desde la muerte de su progenitor, y también por vez primera, intentó encontrar una salida a la bancarrota adaptando sus políticas económicas a los intereses de los acreedores externos y de los grandes conglomerados locales y extranjeros.
Desde la asunción del nuevo gobierno, el 8 de julio de 1989, hasta que Domingo Cavallo tomó las riendas de la cartera económica, en enero de 1991, se había vuelto evidente que el axioma proselitista “salariazo y revolución productiva” se convertía en la primera víctima de la nueva realidad nacional.
Los tres ministros de Economía que transitaron aquellos dieciocho tumultuosos meses llevaron adelante un plan de ajuste ortodoxo clásico para sanear las cuentas públicas: Devaluación y unificación del mercado cambiario, suba de tarifas, recorte de programas e inversión pública, congelamiento de salarios, privatización de empresas públicas y el tristemente célebre plan Bonex.
Si bien las primeras privatizaciones, el achicamiento del Estado y la recesión fortalecieron las reservas del Banco Central, el “Swiftgate” y el malestar social producido por la caída de la actividad y el aumento del desempleo, impulsaron la llegada de Cavallo a Economía.
El éxito del nuevo ministro en su combate con la inflación no puede entenderse sin considerar el aire fiscal que los 18 meses previos de planes regresivos le proporcionaron. Cavallo, a dos meses de su asunción lanzó el plan de convertibilidad. “La criatura” contó con objetivos mucho más radicales que los planes previos. Buscó reiniciar el sistema.
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Cavallo no sólo se planteaba reducir la inflación sino, además, implementar un conjunto de medidas articuladas que profundizaron la reforma estructural en curso. En esta nueva búsqueda, se incursionó en una nueva devaluación, se extendieron las privatizaciones y se descentralizaron las funciones del Estado. También se flexibilizó el mercado laboral, mientras se impulsó una amplia apertura comercial y financiera.
El historiador económico, Mario Rapoport, explica el mecanismo “El nuevo programa tenía tres ejes principales de acción. La piedra angular era la ley de Convertibilidad que, al establecer una paridad cambiaría fija y exigir un respaldo total de la moneda en circulación, trataba de lograr una estabilidad de precios a largo plazo. El segundo eje era la apertura comercial, que buscaba disciplinar al sector privado, inhibido de incrementar sus precios por la competencia externa. El tercer eje estaba constituido por la reforma del Estado y, especialmente, el programa de privatizaciones”.
El primero de abril se estableció la convertibilidad fijando como paridad cambiaria sin límite temporal la de 10.000 australes por dólar (luego el austral se transformaría en peso). A su vez, se prohibió la emisión de dinero sin respaldo y se anularon las indexaciones para no trasladar inflación del pasado al futuro.
Atravesado por el consenso de Washington, otro aspecto central en la estrategia económica menemista fue avanzar en la disminución del peso del Estado. La intención era la de coartar cualquier capacidad y voluntad de intervención que pueda generar una “pérdida de confianza” de los privados en el plan.
Pero la desarticulación estatal tenía objetivos más profundos. Las privatizaciones se constituyeron en el camino para equilibrar el presupuesto. La adquisición de activos públicos por parte de grandes conglomerados económicos podía ser un problema en el futuro pero la venta generó un aumento transitorio de divisas que permitió fortalecer las reservas para robustecer la convertibilidad e invisibilizar problemas de fondo. Cuando se agotó el stock de activos públicos a la venta, el sistema convertible comenzó a derrumbarse.
Además, las privatizaciones podían reducir parte de la deuda. FMI y secretarios del tesoro norteamericano mediante, los compradores podían pagar una parte de las empresas con títulos de la deuda externa.
Los grupos empresarios locales Pérez Companc, Bunge y Born, Macri-SOCMA, Rocca-Techint, Astra-Grueneisen, Soldai, Zorraquín, Massuh, Fortabat, Acevedo-Acindar, Bemberg, Roggio y Richards, entre otros se asociaron con empresas extranjeras y a la banca acreedora para configurar los grupos económicos más grandes del país.
La mayoría de las privatizaciones concretadas durante esta primera etapa carecieron de un marco regulatorio previamente aprobado y tampoco se constituyeron los entes de control correspondientes. Hacia fines de 1990 se había logrado vender Aerolíneas Argentinas, Entel, las petroquímicas Polisur, Petropol e Induclor y los canales de televisión 11 y 13, y concesionar los peajes en las rutas nacionales. Más tarde llegaría el momento de la seguridad social y, la joya de la abuela, YPF.
Mientras tanto, se permitía una apertura indiscriminada a las importaciones que poco a poco comenzaron a corroer el endeble entramado pyme que las políticas de la dictadura habían castigado duramente.
Al aplicarse la paridad fija del uno a uno la inflación no se detuvo de inmediato y continuo por más tiempo que previsto. El resultado fue un gran atraso cambiario que propició un masivo ingreso de productos externos. La sangría pudo compensarse con una aumento de los precios de los commodities y el afluente de divisas de las privatizaciones.
Para 1995 la situación cambió, las divisas por las privatización ya se habían erosionado y la crisis mexicana incrementó el riesgo del endeudamiento, el mismo Cavallo reconoció hace muy poco que aquel era el momento de salir del esquema convertible. Pero el plan continuaba su camino, dejando atrás sus mejores años.
Cuando el dinero de las privatizaciones y el crédito externo se cortó, la convertibilidad ingresó en su aletargado final. Las ventajas en términos de estabilidad comenzaron a mostrar su cara más oscura. El incremento del desempleo, la pobreza y la desigualdad social fueron el caldo de cultivo para que estallido final de las clases medias, fruto del canallesco corralito bancario, provocarán la agonía final de un plan que intentó reiniciar el sistema y terminó por incrementar los niveles de deuda, pobreza y paro como nunca antes se había experimentado en la Argentina. Un nuevo ciclo y un nuevo milenio estaban por comenzar.