Alberto Migré era una figura sagrada del star system local cuando produjo el milagro que sigue sin explicación: de un argumento elemental —rubia, rica y caprichosa se enamora de muchacho simple pero laburante— sacó una de las pocas criaturas nacidas en la tele capaces de atravesar un siglo. Rolando Rivas. ¡Taxista!, la ficción más exitosa de la televisión local, sobrevivió a la crítica de izquierda que la condenó por mersa y falseadora de conciencias, y a la censura de la derecha, que en 1979, cinco años después de la emisión original, volvió sobre ella para mutilarle secuencias que seguían molestando a la Junta Militar en el poder.
Con Rolando Rivas, Migré marcó un nuevo estándar en el modo de producir y de mirar televisión, pero además —algo completamente insospechado para un autor de telenovelas— postuló un proyecto de país, tan inviable como otros proyectos de su época: una argentinidad sobre ruedas, locamente enamorada y políticamente neutral. El público eligió seguirlo en masa, probablemente fuera un modo de despedirse de un presente barrial y sencillo que, por otra parte, nunca había sido tal como se lo empezaba a añorar.
Las escuelas nocturnas terminaban las clases una hora antes. Los estudiantes de Sociología colgaban el póster de Soledad Silveyra al lado de la foto del Che. El presidente de facto, el general Alejandro Lanusse, cambió para los lunes su reunión de gabinete. El registro civil anotó más Rolandos y Mónicas que nunca, y solo a un extraterrestre o a un turista se les habría ocurrido buscar un taxi en Buenos Aires los martes a la noche de 1972. ¿Cómo lo hizo?
El fenómeno no se agotó aquel año. Medio siglo después, la pregunta por Alberto Migré sigue provocando una respuesta idéntica incluso entre quienes no lo miraban: "Rolando Rivas. ¡Taxista! paraba el país". Síntesis de lo que fue un flechazo histórico pero también de un país que "se paraba" en sentidos opuestos según quién lo estuviera juzgando. ¿Se levantaba o se paralizaba la Argentina? A pocos meses del regreso de Perón desde el exilio y cuatro años antes del 24 marzo de 1976, Rolando Rivas fue la representación de una tregua social que duró lo que dura un capítulo, celebración y fracaso de una boda entre contrarios —hombres y mujeres incluidos— que por una vez en la vida miraron juntos la novela.
Hoy, como parte del curso para obtener la licencia en el sindicato de taxistas de Buenos Aires, transmiten escenas de la telenovela, "para que sepamos qué nos puede deparar la calle", arriesgan los principiantes. "Para ver si levantamos la mística del oficio", reconocen los veteranos.
La protagonista de la tira, Soledad Silveyra, interviene en la polémica sobre la irrupción de la empresa Uber en el mercado tachero con un tweet que se vuelve trending topic: "Perdoname, Rolo, pero me voy con Uber". Todo el país entiende el chiste y los choferes reaccionan indignados con quien consideran "su novia" desde hace casi cincuenta años. Entonces con un segundo tweet, la actriz actualiza el espíritu caprichoso de su personaje Mónica Helguera Paz y genera un segundo trending topic: "¡No, perdón! ¡Jamás mi Rolo! ¡Siempre con ustedes!".
Cuanta más gloria alcanzó, más títulos le fueron concedidos: lo nombraron "Fábrica de Engendros", "el Empalagoso", "el Amanerado" y "el Insufrible Migré". Las revistas Satiricón y Humor lo eligieron como un blanco indiscutido, representante de una población devaluada por femenina o afeminada. Ni kitsch, ni camp, ni pop. Para las inteligencias críticas de los setenta Migré siempre fue, sencillamente, cursi. Para el público que lo devoraba, para los actores y actrices que su pluma lanzó a la fama, también.