Entre las beneméritas instituciones en las que se sustenta la sociedad, está la de los bomberos. Existen los cuerpos de Zapadores y los de Voluntarios; pero más allá de categorías, los bomberos provienen de una estirpe distinguida por una profunda vocación, solidaridad, sacrificio, esfuerzo y coraje. Allí donde haya que jugarse la vida ante el peligro de llamas, humo y derrumbes; allí donde haya que rescatar a personas atrapadas entre los hierros de un accidente de tránsito, debajo de escombros o caídas en la profundidad de un pozo, estarán presentes los bomberos. La palabra bombero proviene del sufijo "ero" de origen latino que significa oficio o profesión, y de bomba, haciendo alusión a la bomba hidráulica utilizada para sofocar el fuego; o sea que bombero quiere decir el que maneja la bomba en los incendios. El Cuerpo de Zapadores está compuesto por un personal que cobra sueldo cumpliendo horarios como cualquier trabajador, y dispone generalmente de elementos, escaleras y herramientas especiales para llegar a sitios de difícil acceso en los que se ha iniciado un foco ígneo o producido un derrumbe. No es fácil comprender la denominación de "zapadores", porque zapadores son los soldados que cavan trincheras, tienden puentes provisorios, abren caminos, colocan minas y manejan explosivos. Pero lo importante no es como se los llama, sino la profesionalidad con que combaten el fuego; profesionalidad que alcanza también a los Bomberos Voluntarios, cuyo nombre es más entendible. Estos tienen su trabajo particular y en el tiempo libre acuden al cuartel para estar de guardia y salir urgentemente cuando son solicitados sus servicios por los que no perciben remuneración. Su cuna fue el porteño barrio de La Boca, donde el inmigrante italiano Tomás Liberti fundó el primer Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Argentina el 2 de junio de 1884. Por ese hecho se instituyó el 2 de junio como Día del Bombero Voluntario. Desde hace un tiempo va cobrando fuerza en algunos legisladores, la idea de que los voluntarios debieran cobrar un sueldo por parte del Estado; aunque hay gente que opina que ser bombero voluntario responde a una vocación que no reclama un sueldo. Yo creo que ese pensamiento romántico ya no se adapta a este tiempo económicamente difícil, porque muchos empleados deben realizar otro trabajo, aunque sea unas "changas" para poder mantener dignamente a sus familias, y los bomberos voluntarios no son la excepción.
Me pregunto dónde ponen sus oídos los funcionarios que bregan por lograr lugares en la vida cívica con las próximas elecciones parlamentarias en la mira. ¿Podrán decir que cada uno de ellos tiene un oído puesto en la Constitución y las leyes, y otro oído en el pueblo que representan, escuchando sus demandas y percibiendo sus necesidades? Tal vez lo hagan, pero los resultados distan de lo que se esperaría si se tomaran en serio su misión. Es más que evidente que con frecuencia, por no decir casi siempre, priorizan las conveniencias partidarias cuando no las de su posicionamiento personal en el partido o en el cargo público. Creo que los años que llevamos de democracia nos han educado como ciudadanos hasta ir logrando paulatinamente una valoración crítica de los actos que generan gobiernos, funcionarios, y políticos en general. Poco a poco nos animamos a descreer de lo que se nos asegura que es lo mejor para nosotros, los ciudadanos. La autocrítica necesaria para una sana gestión no es frecuente: predomina la autojustificación de todo lo que hacen, dicen y resuelven nuestros representantes. Paulatinamente va creciendo el cansancio del pueblo que rechaza los argumentos que sospecha mentirosos y que le son presentados por quienes, apartándose de las conveniencias partidarias, debieran ampliar su capacidad auditiva para identificar las reales necesidades ciudadanas. Tal vez, nuestro proceso de educación en civismo también alcance a nuestros funcionarios y paulatinamente se hagan más creíbles, considerando a sus cargos como servicio y no como conveniencia personal o sectorial.
Cinco casos de violencia extrema entre alumnos en menos de una semana se sucedieron en Rosario y la región. Escenas de pugilato entre compañeras difundidas en las redes sociales, niños armados en la escuela, y un alumno al que un compañero le fracturó el maxilar. Me pregunto cuál es el rol de los padres en este presente que afrontamos. Qué pasa con la familia. Adónde quedaron la preocupación y ocupación por los hijos. Hacia dónde están mirando los adultos. Qué pasó con la obligación de velar por la enseñanza en el seno familiar sobre buen comportamiento. Los problemas radican en los grandes, no en los chicos. Qué duda cabe. Muchos padres dejan librado al azar la suerte de sus hijos, ya no ponen límites, se desentienden de la educación de ellos, no dialogan ni acompañan a quienes deben atravesar las complejas situaciones de un presente donde la violencia es permanente y la tecnología impide que haya una mejor comunicación entre pares. Es preocupante asistir a esta realidad. En las últimas décadas, se perdieron los valores, el afecto al prójimo, el respeto, la buena convivencia, las óptimas relaciones humanas, y el ejemplo de los padres, que hoy, en diversos casos, hacen notar su ausencia en la atención a sus hijos.
Una eterna tragedia
Si al gobierno de Argentina lo integran gente culta y de fortuna, todo igual; ventajas para los que tienen, postergación para los que no, que quedan relegados en el camino. Si al gobierno lo integran ignorantes, patoteros, rufianes, bandidos y ladrones, éstos, de tener una mano atrás y otra delante, se llenan los bolsillos, y el pueblo queda relegado, postergado, varado en el camino. Tal el inexorable destino de los habitantes de este país. Parásitos y trabajadores, vagos y luchadores, oligarcas y desposeídos, siempre ganan los primeros, siempre pierden los segundos. Si a eso le agregamos la inseguridad, la inoperancia de la Justicia, la proliferación de delincuentes y corruptos, y una juventud enviciada y embrutecida, está todo dicho.