Tiago Galíndez ya había hecho muy bien su trabajo: le regaló a la gente un puñado de canciones bellas de su autoría para que el plato central tenga el mejor aperitivo posible. De pronto, se apagaron las luces, un cenital alumbró en el fondo de Metropolitano y asomó una voz cristalina entonando “Les jours heureux”. “¿Dónde está?” le preguntó a su mamá la niña parada en la silla de la fila 5. “Atrás” le señaló su papá. En medio del murmullo, los celulares filmando y las caras de alegría y sorpresa del público, apareció Zaz, diminuta y gigante. “Bajo nuestras aburridas máscaras, si se distinguen tantas sonrisas, es porque la esperanza está ahí”, dice la letra del tema con el que la cantante y compositora francesa nacida en Chambray-lès-Tours abrió su gira Organique Tour ante unas 2000 personas en Rosario.
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Zaz abrió el show cantando en medio del público.
Lo que transmite Zaz en escena es tan fuerte, con tanta luz y energía, que no hace falta entender francés para captar el pulso sensible de sus canciones. De hecho, eran los menos quienes pudieron descifrar sus palabras entre tema y tema o el mensaje contenido en sus hits (más allá de que el bienvenido traductor de Google todo lo puede). Pero si un ser de otro planeta hubiese aterrizado el viernes pasado en el show de Metropolitano seguramente también se hubiera sentido atrapado por ese torrente de calidad y calidez que bajó Zaz desde el escenario.
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Tiago Galíndez abrió el show con canciones de su autoría. Fue muy bien recibido por el público.
Como si fuera poco, se acompañó de una banda de lujo (un tecladista, dos guitarristas, un bajista que además tocaba contrabajo y un baterista), que supo darle los matices necesarios a un gipsy jazz sutil, en un mix sonoro entre la canción francesa tradicional y unas baladas pop que coquetean tanto con el jazz o con el rock según los casos.
Para acercarse aún más a su público, Zaz encendió una vela y dijo: “Cuando todo está demasiado oscuro enciendo velas, me hace recordar que la llama sigue viva dentro de mí, me encantan los actos simbólicos porque convierten los actos invisibles en visibles”. Luego llegó “Si jamais j’oublie”, ese que dice “si alguna vez lo olvido, las noches que he pasado, recuérdame quién soy, porque estoy vivo”.
Con una capacidad artesanal para crear climas, Zaz emocionó al público con la intimista “Ma valse”, acompañada solamente por el tecladista. “Me está sacudiendo la garganta hoy, mi libertad” reza la canción y parecía que un tema sobre otro, capa sobre capa, iba configurando su declaración de principios.
Zaz era pura energía: saltaba sobre el escenario, le hacía cosquillas al guitarrista en medio de un solo y hasta tocó los platillos del baterista en medio de la zapada final de “La fée”, que terminó siendo tan festiva que desnaturalizó la esencia del tema.
Después se animó a cantar un bolero en español con “Esta tarde vi llover”, dio un golpe al corazón en “De couleurs vives” y, ya llegando al cierre, se aferró al tema que la hizo popular “Je veux”, con la gente de pie tarareando el estribillo “na na na na na na na ”.
El tema de despedida fue la frutilla del postre: “La vie en rose”, para que el ángel de Edith Piaf, que ya estaba presente, no se vaya del escenario. Entre regalos, autógrafos y selfies, Zaz se fue de escena saludando una y otra vez, parecía que quería que el show no terminase nunca. Un sentimiento compartido con todas las almas presentes. Otro más.