Cada vez que "Carmen", una de las óperas más populares de todos los tiempos, se inscribe en alguna marquesina aparecen, con la sola mención de su nombre, los interrogantes, las inquietudes, las curiosidades: ¿Qué se verá esta vez? ¿De qué modos será resignificado su texto? ¿Seguirá ambientada en Sevilla? ¿O ya no? ¿La Carmen será joven? ¿Vieja? ¿Y qué de Don José? ¿Seguiremos viendo un paisaje español de mediados del siglo XIX, cuando fue escrita? ¿O la puesta aparecerá cargada de camarógrafos y plasmas digitales? Todas y cada una de estas opciones son posibles, en parte, en tanto "Carmen" fue (es) una obra que comenzó a ser zamarreada, modificada, casi a partir de su mismo y fracasado estreno, en 1875, en la Opéra-Comique de París. Tal vez con esa frustración como punto de partida, y de la muerte casi seguida de su mentor y compositor, Georges Bizet, "Carmen", que había sido concebida como una opéra-comique (por caso el precedente más lejano de la comedia musical) fue convertida después en una ópera seria, fueron quitados de su texto los diálogos, ya transformados en recitativos acompañados por orquesta. Es esa aggiornada versión de "Carmen" la que surca el siglo XX haciéndose cada vez más famosa.
Pero las relecturas no se harían esperar y ya desde hace unas décadas, con el teatro de representación en plena crisis, entonces sí, la novela de Prosper Mérimée, con libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy, empezó a ser vista por los puestistas más afamados del mundo no como una dramaturgia a representar, sino como una argamasa para moldear. Y todos esos directores de escena, quien más quien menos, siempre han advertido a la prensa que su meta es devolverle a la obra su espíritu original, ser fieles a su alma, encontrar la quintaesencia que se oculta tras el pintoresquismo tan cargado de rojo y de muerte -tan arcaico también- de la Andalucía de hace un siglo y medio.
La puesta de "Carmen" que llega hoy a las 19 al teatro El Círculo está en manos de Pablo Maritano, en tanto la dirección musical corre por cuenta de Carlos Vieu. Con la soprano Anabella Carnevali en el papel de Carmen; Enrique Folger en el de Don José; Ivana Ledesma en el de Micaela, y Mario Ledesma en el de Escamillo.
Pablo Maritano es uno de los nombres que más han sonado en los últimos años por sus trabajos en la ópera actual argentina, reconocidos de manera casi unánime por la crítica porteña. Pocos meses atrás tuvo a su cargo la régie de "Faust", de Gunoud, que también desembarcó en El Círculo. Y en esa oportunidad, a propósito de aquel desafío, declaraba: "A mí me parece fascinante la grand opéra francesa como género casi pop. Esta (Faust) es una ópera que pertenece al género de la opéra comique, como «Carmen», de Bizet. Como ella, tenía originariamente diálogos, que luego se sacaron. Creo que es interesante devolverla a ese lugar. Es decir no pretender lo que en la época de su composición nadie pretendía ...". Así las cosas, Maritano despierta expectativas, genera ilusiones, y dice (ver reportaje aparte) que la Carmen, en esta puesta que llega a Rosario, será una estrella del varieté, haciendo así un homenaje -explica- al famoso lugar del legendario barrio de Pichincha regenteado por Madame Safó.
Como se ve, cada época, cada lugar, le encuentra al texto el sentido que necesita. Si la tragedia de la Carmen en el siglo XIX era casi un ligero drama de mujer fatal del Romanticismo, hoy, cuando Don José le hunde el puñal en su pecho, la misma tragedia puede ser vista, sin más, como un inconfundible ejemplo de violencia de género ¿Cómo funcionará la Carmen como estrella de varieté? ¿Cómo serán los públicos omniscientes que la acompañan en la ficción en esa plaza de Sevilla donde se cruzan ejércitos de contrabandistas, cigarreras de la fábrica de tabacos y soldados del regimiento de caballería? "Carmen" ha recorrido un largo camino, pero su aura artística nunca envejece: su simbología ha ido mutando y permite una multiplicidad de significados sorprendente.
En cualquier caso, ya sea que el regisseur fuera tocado por la varita mágica o por el infortunio de la hora, el espectador escuchará siempre, en cada puesta de "Carmen", una de las músicas más bellas que se hayan escrito. En esa fantástica partitura de Georges Bizet -trabajada con el desparpajo de un sabio que apela también a retazos de obras suyas anteriores (y ajenas) para construir la siguiente- han descansado, más de una vez, los éxitos de las distintas puestas en escena de esta ópera. El auto-prestámo en toda la obra de Bizet es una característica que, con curiosidad y sorpresa, historiadores y melómanos han analizado y también calificado de genial (La célebre "Habanera" de Carmen es una variación de una pieza de Sebastián Iradier, "El arreglito", que Bizet afirmó haber tomado suponiendo que se trataba de un autor anónimo). Lo cierto es que insulsas o cargadas de emoción; con cantantes espléndidos o mediocres; con mezzosopranos, sopranos o contraltos en el rol de la Carmen; con orquestas que estaban o no a la altura de la hora, en cada representación la música de Bizet, única, se abrió camino.
Poco se sabe de los avatares de Bizet durante la composición de esta ópera. El Diccionario Grove -sin dudas la referencia más seria de la historiografía musical- dice que fue orquestada en el verano de 1874, que Bizet tocaba el piano en los ensayos, y que algunas mujeres se negaban por entonces a fumar y a entablar peleas en escena. El Grove aporta otros datos no menos curiosos sobre el talento de Bizet, a propósito de las melodías que incluye Carmen: "Son familiares para millones de personas, y su evocación de España, país que Bizet nunca pisó, ha hecho que se utilicen para propagar los elementos del estilo y de la propia música española".
Pero nada de lo que Bizet hizo en su breve vida pareció sorprender a nadie mientras él estuvo entre los vivos. Si fue incomprendido cuando el estreno de "Carmen" (tenía 36 años), en esa misma temporada había dado a conocer La Arlesiana (otra obra monumental que incluyó nada menos que un saxo en el seno de una orquesta). Y ya a los 17 años había escrito su primera sinfonía (que fue interpretada casi un siglo más tarde), y a los 25 la ópera "Los pescadores de perlas". Y en 1872 el drama de la esclava Djamileh.
Es probable que el público de París no haya estado preparado para escuchar tamaña música la noche del estreno de "Carmen", el 3 de marzo de 1875, y que de allí haya partido su indiferencia. Bizet se retiró triste de la función esa noche. Aplastado por el peso del desdén, se fue a Bougival a recuperarse de una angina. Las notas de la época dicen que allí tuvo síntomas de reumatismo y que temerariamente se bañó en el Sena. Nunca supo el compositor del descomunal éxito futuro de su nueva ópera: tres meses después cayó muerto.
Desde hoy y sólo por unos días, la Carmen estará en la ciudad. Será una estrella del varieté rosarino de los años recientes, acaso como una mujer más que se confunde entre las marchas que, por estos días, caminan estas calles en el marco del Encuentro Nacional de Mujeres. Tan lejos de la plaza de Toros sevillana, tan cerca de Rosario y su vida cotidiana.