"Hoy si la gente se ríe es porque realmente causamos gracia, no porque sean parientes". Así se refiere Fernando Pallas a las 200 funciones de La Cachila, grupo del cual forma parte junto a Care González, Daro Conde, Juane Carrasco y Leo Gene. El equipo, a cuyos integrantes Pallas prefiere definir como "actores haciendo comedia" en lugar de "estandaperos", va por su quinta temporada y ya mostró su humor en ciudades de Santa Fe, Buenos Aires, Córdoba, San Juan y Mendoza y hoy festejará con una presentación, a las 21.30, en Plataforma Lavardén (Sarmiento y Mendoza).
—Vos sos uruguayo, aunque hace 40 años que vivís en Argentina. ¿El nombre del grupo hace referencia al tango o la acepción uruguaya?
—Queríamos armar un colectivo de artistas y no me llegaba el presupuesto. En Uruguay a los autos viejos se les dice cachila. Como soy uruguayo y me quedó ese recuerdo, le quedó porque no llegamos a ser un colectivo, pero llegamos a ser como un auto viejo que vamos todos juntos para algún lugar.
—¿Cuál fue el objetivo del grupo?
—Creo que el objetivo fue lograr que seamos comediantes. No somos estandaperos. Lo que queríamos era formar un grupo de comediantes. Somos actores haciendo comedia, no ser estandaperos. Por ahí los estandaperos se enojan cuando digo esto. Cuando sos comediante hacés comedia, y comedia hacen los actores. Duele, pero es así. Y no lo digo en detrimento de lo que es ser estandapero porque es muy difícil. Uno escribe sobre sí mismo, que es lo duro que nos cuesta tanto a los actores porque uno en su formación siempre está tratando de ser otro, no uno, y uno tiene distintas herramientas para ser otro. Y exponerse es lo último que quiere un actor. Los actores son muy tímidos muchas veces y no quieren mostrar su vida, justamente, que es todo lo contrario a esto.
—¿Por qué el stand up creció tanto en Argentina en los últimos años?
—Pasan dos cosas. Primero, hay un crecimiento exponencial, que es real, pero que está más expuesto de lo que es realmente. Hay muchas personas que dan cursitos de stand up y sacan camada tras camada y esos chicos se presentan. Como no tienen herramientas o estructura, se presentan durante diez o doce veces que es cuando agotan el círculo primario. Por eso son tan importantes las 200 funciones. Nosotros hace muchísimo tiempo agotamos los parientes y amigos que nos vengan a ver. Hoy, si la gente se ríe, es porque realmente causamos gracia, no porque sean parientes.
—¿Cómo cambió la forma de hacer humor?
—Hay un cambio grande de paradigma sobre de qué nos reímos. Antes nos reíamos del gordo, del pelado, del gay, del borracho. En cambio la mirada del stand up es sobre uno mismo. En mi rutina hablo de las relaciones de pareja, de ser uruguayo viviendo en Argentina, de cómo nos tratan, de las películas, es mi visión del mundo. Para mí lo fuerte que tiene el stand up es que puedo dar mi visión del mundo con mucho humor e irónicamente. Siempre digo que es una denuncia social en primera persona pero a la inversa, porque lo hacemos con ironía.
—¿Qué lo diferencia del monólogo?
—A veces me dicen, pero es lo que hacía Gasalla o Pinti, pero no es así porque en los monólogos hay una cuarta pared que tal vez en algún momento se rompe. Acá la gran diferencia es que esa cuarta pared no existe ni para el espectador ni para el actor. Primero porque lo primero que hace una persona cuando sale al escenario es preguntar cómo están. Y el público responde, y según lo que responde, el actor tiene ensayadas varias respuestas. Hay un ida y vuelta, por eso es un diálogo abierto, no es un monólogo. Y trabajás sin red todo el tiempo. En el teatro hay una ficción que te sostiene. Nosotros podemos ir de la realidad a la ficción, y el teatro va al revés, de la ficción a la realidad. Y cuando pasan estas cosas uno tiene unas herramientas como para solucionarlas.
—¿Cómo se diferencian de la competencia en una actividad que crece de forma constante?
—Primero, no creo en la competencia, ni siquiera en obras de teatro. En el arte todo es muy subjetivo como para llegar a pensar que algo sea mejor que otra cosa. Hoy los que vienen de Buenos Aires a Rosario realmente la diferencia la hacen porque la mayoría son influencias, con cien o doscientos mil seguidores, y la gente va a ver eso. Por ahí se encuentran que no es un producto de la calidad que esperaban. Hay muy buenos y hay muy malos. Hay veces que uno no puede comprender cómo puede subirse a un escenario, pero sin embargo venden 500 ó 600 tickets por función, pero eso no tiene que ver con el show, sino con otra cosa. Y esto no dicho por mí, sino por ellos mismos.
—¿Las redes sociales potenciaron el éxito en el teatro?
—Tanto en Instagram como en YouTube uno puede hacer un material editado en un minuto, pero sostener un show de una hora sin la opción de la edición es otro universo.
—¿Se agotan los temas?
—El material siempre se va modificando porque se va puliendo en pequeñas cosas. Y además, y esto me parece más interesante que el motivo que le podamos dar al humor, es que hay temas que son lugares comunes, pero también el público recién está empezando a meterse en esta historia y ojalá podamos crecer al punto de poder hablar de cualquier cosa. A mí me encantaría hacer humor político, pero no se puede porque la sociedad no te lo permite. Yo me acuerdo que tiraba un chiste pavo, muy light, y me silbaron, me gritaron cosas, así que dije, bueno, de política no hablamos más. Analizaba literalmente los dichos, cosas como "donde pongo el ojo pongo la bala", y en un momento decía "en el país de los ciegos, el tuerto es el rey". Yo me quedaba como pensando en el escenario y decía "bueno, acá puede ser... acá era el rey". Decía eso y me comí un par de puteadas, y era un boludez. Por eso cuando digo que es una denuncia social, denunciamos boludeces, que el colectivo no para en todas las esquinas, que los taxis están en mal estado. Estados Unidos tiene una historia de stand up de 70 años, ellos hoy sí pueden criticar a un gobierno, un municipio, a cualquier cosa. Nosotros todavía estamos muy lejos de eso.
—¿No se puede hacer, o es una forma de autocensura o intolerancia de una parte del público?
—Sí... Y la otra cosa, si no, es el humor partidario. Los cordobeses, como Thelma y Nancy, hacen un humor político partidario, no político. Yo entiendo que el humor, si es humor, no puede ser partidario porque si no, en realidad, es panfletario. Es lo que yo entiendo. Si subo a un escenario le voy a pegar a todo el que pueda de los políticos. No a fulano o al kirchnerismo o al macrismo, si le pego a uno o no. Le pego a los dos. Aparte, si realmente hay algo que tienen lo políticos en este país es que uno les puede pegar a todos. No se salva nadie (risas).