“Argentina ha sufrido, en estas décadas, una importante decadencia del amor por la cultura”. Quien lo dice no es otro que Carlos López Puccio, a quien le sobra autoridad para afirmar esta frase.
Por Pedro Squillaci
“Argentina ha sufrido, en estas décadas, una importante decadencia del amor por la cultura”. Quien lo dice no es otro que Carlos López Puccio, a quien le sobra autoridad para afirmar esta frase.
Les Luthiers, el grupo que cumple 55 años en escena, decide despedirse definitivamente con su último espectáculo hecho de puño, letra y música, precisamente, por este referente de la agrupación junto con otro histórico como Jorge Maronna. Se trata de “Más tropiezos de Mastropiero”, que llega a la ciudad el viernes 15 de septiembre en Metropolitano (Junín 501), con la nueva formación vigente desde 2019, integrada por López Puccio, Maronna, Roberto Antier, Tomás Mayer Wolf, Martín O’Connor y Horacio “Tato” Turano, más los alternantes Santiago Otero Ramos y Pablo Rabinovich.
En esta nota, López Puccio habla del cariño por su Rosario natal, elije cuál fue a su criterio el mejor momento de esta agrupación de instrumentos informales, destaca la importancia de saber irse a tiempo y lo hace con humor, como no podía ser de otra manera, al citar que es “un aviso preventivo de senilidad”. Y rescata el valor de irse en plenitud: “Qué bueno es poder retirarnos con la alegría de un éxito en lugar de languidecer gradualmente con la mera evocación del pasado”. Lo dice Carlos López Puccio, de Les Luthiers, con la humildad que sólo suelen tener los grandes.
El espectáculo nació en Rosario y se despide en Rosario, qué significa esta ciudad para una agrupación de la trascendencia internacional que tiene Les Luthiers?
Para mí, como integrante de Les Luthiers, Rosario aunó siempre dos mismos significados: es la ciudad natal. Natal tanto para los espectáculos de Les Luthiers como de mí mismo. El público de Rosario siempre tuvo el suficiente cariño y la tolerancia como para recibir con beneplácito nuestros espectáculos recién nacidos, pese a las imperfecciones de su inmadurez. Y también hacía eso mi mamá.
¿Qué es lo que tiene de distintivo este nuevo espectáculo “Más tropiezos de Mastropiero”, que a la vez será el último, para que sea la obra elegida para la despedida definitiva?
“Más tropiezos de Mastropiero” es un espectáculo muy bueno, muy divertido. Tal vez sea el más divertido de todos los espectáculos de Les Luthiers y esa podría ser razón suficiente (claro que esto es discutible y habrá opiniones diversas). Pero, además, el hilo conductor es una supuesta entrevista a nuestro numen inspirador, el compositor Johann Sebastian Mastropiero quien, por primera vez, aparece encarnado en escena como eje de la narración. Porque, aún dentro del modelo clásico de collage de los espectáculos nuestros, hay una narración; leve, velada, pero significativa. A lo largo de las dos horas que dura, se van revelando facetas desconocidas de Mastropiero (y obras) que concluyen en un final inesperado. Así, el espectáculo se convierte en una suerte de homenaje al gran compositor. Y un poquito a nosotros mismos.
Hay decisiones difíciles de dar, y no creo que sea sencillo tomar la determinación de dar por cerrada la historia de un grupo como Les Luthiers. ¿Cuál fue el motivo por el que decidieron despedirse y cuál sería el motivo por el que seguirían por siempre?
Lo de seguir por siempre debe haber sido un típico caso de alegre inconsciencia juvenil. Lo de cerrar es fruto de la experiencia. Cerrar a tiempo: algo así como un aviso preventivo de senilidad. El éxito de “Más tropiezos de Mastropiero”, que escribimos conjuntamente Jorge Maronna y yo a lo largo de tres años y medio, fue sorprendente aun para nosotros. Antes de su estreno sufrimos mucho la carga de estar osando crear un espectáculo nuevo de Les Luthiers sin el concurso de nuestros viejos compañeros, en especial de Marcos (Mundstock), junto con quien, a lo largo de muchos años, constituimos el motor creativo del grupo. Pero a partir del estreno recibimos con mucha alegría las buenas devoluciones tanto de la crítica, como del público. Fue entonces, sólo entonces, cuando con Jorge llegamos a la decisión. Nos dijimos: “qué bueno es poder retirarnos con la alegría de un éxito en lugar de languidecer gradualmente con la mera evocación del pasado”.
Son 55 años y será difícil elegir los grandes momentos del grupo. ¿Pero cuál es la etapa o el espectáculo que ustedes coinciden con que fue el pico de popularidad de Les Luthiers?¿Fue la etapa que más te gustó o hubo otro gran momento de alta calidad que no coincidió con ese momento más exitoso?
Es una pregunta para una respuesta muy personal, dado que el tal pico de popularidad puede definirse tomando en cuenta variables muy diferentes (cantidad de público, recaudación, furor inconmensurable, críticas). Y hubo muchos. Elijo uno. Recuerdo como un momento especial el estreno de “Mastropiero que nunca”, en 1977. En mi opinión, y por varias razones, ese fue el espectáculo que definió gran parte del formato de todos los posteriores. Por primera vez habíamos tomado un teatro grande en pleno centro de Buenos Aires (el Odeón que, lamentablemente, pocos años después fue demolido) y presentamos, con enorme incertidumbre, un repertorio totalmente nuevo. Lo que recuerdo de ese tiempo es la explosión, el aluvión de público que sucedió al estreno y que creció día a día. Tanto que al año siguiente nos mudamos al Coliseo, que doblaba en tamaño al Odeón.
Ustedes marcaron una manera distinta de hacer humor, en la delgada línea entre lo culto y lo popular. ¿Por qué no salieron otros grupos similares que siguieran ese estilo?
Tengo una sola respuesta: para transitar esa delgada línea hay que haber habitado los dos espacios que la definen. Hacen falta artistas que hayan habitado lo culto tanto como lo popular. Pero Argentina ha sufrido, en estas décadas, una importante decadencia del amor por la cultura. En ese sentido, creo que para el Estado, a través de la Educación (N de la R: lo expresa intencionalmente en mayúsculas), tendría que ser primordial, hasta obligatorio, sostener y enaltecer el disfrute de la cultura, la admiración y el goce del patrimonio cultural de la humanidad. Quienes podrían hacerlo, desde el poder, apenas si consideran lo inmediato, lo que da votos hoy. Y muchas veces no tienen ni siquiera la formación como para intuir la imperiosa necesidad de construir ciudadanía alerta y con espíritu realmente crítico.