Ethan Hawke no es el tipo de actor que me estimule ver alguna de sus películas, pero debo admitir que en su composición de Chet Baker en el biopic "Born to be Blue", el actor tejano logra una interpretación magnífica, profunda, sensible y desgarradora. Ahora bien, la película de Robert Budreau reproduce la peor parte de la torturada existencia —sí, tuvo algunos años más felices— del hombre que mejor cantó "My Funny Valentine", el trompetista de Oklahoma, tan autodestructivo y amenazante como pocos otros mitos de la música popular. La peli no se inmiscuye en los luminosos años 50 cuando Baker grababa para Pacific Jazz y era retratado por William Claxton y las chicas se ponían locas de amor por él; Dizzy Gillespie y hasta Charlie Parker hablaban maravilla de su sonido (para esto podemos leer la ajustada biografía "Como si tuviera alas : las memorias perdidas", sino que Budreau eligió retratar esa especie de larga y oscura noche que ocupó sus últimos 10 años de vida, hasta el momento en que se cayó o lo tiraron del tercer piso de un hotel de Amsterdam. Tal como dice el título del biopic, Chet fue un ser nacido para estar triste, aunque podríamos agregar, amén de algunas alteraciones biográficas del filme (aquí hay que decir que Carmen Ejogo es una bella delicia interpretando a una supuesta actriz que tiene un romance con el trompetista), el hombre le plantó lucha a su desquicio pero que no pudo y que terminó hundiéndose en la ciénaga de la heroína. También la película muestra como al pasar el profundo odio que Miles Davis sentía por su colega Chet. "Born to be Blue" es una hora y media donde vemos al buenazo de Dizzy siempre dispuesto a echarle una mano, a su manager sacándolo una vez más a flote, a su custodio de libertad condicional dándole otra oportunidad y a su novia jugándosela por él, y vemos también a Chet, siempre tan vulnerable y pusilánime, alimentando todo el tiempo los demonios de su autodestrucción.