¿Leyeron alguna vez sobre aquellos conciertos de Lou Reed en Nueva York donde la gente iba para verlo morir sobre el escenario, cuando el rocker agregaba un bonus a sus shows aplicándose un pico de heroína en público y entonces daba zarpazos en plena escena a un enemigo invisible, rebotando contra los parlantes y olvidándose las letras? Bueno, Charly en su época dura de drogas, alcohol y anorexia tuvo momentos parecidos. ¿O acaso no terminó tirándose de un noveno piso a la pileta de un hotel en Mendoza, donde había viajado para hacer un recital? Un recuerdo: una noche, sobre la hora de inicio de uno de sus recitales en Rosario, estoy en la boletería retirando mi entrada y frente a mi nariz veo a Charly intentando ingresar al Astengo atravesando la doble puerta de vidrio del teatro que ya estaba cerrada, vestido de mujer antigua, con volados y puntillas, los labios pintados de rojo, medias elastizadas negras y la mirada perdida como buscando al legendario fantasma que habita los rincones del teatro de la calle Mitre. Y nuestro Charly, de ahí directo al escenario. Como podía, pero por voluntad propia. En cambio, este Charly del presente es otra cosa. Quiero decir, después de aquellas internaciones de desintoxicación en 2008 arrancó otra historia y parecía ser que poco de lo que hacía era por voluntad propia.
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Cuando en marzo de 2009 subió al escenario en un improvisado regreso frente a la Basílica de Luján, se lo vio lento y anestesiado. Como lobotomizado. Desde aquel mini recital televisado en directo por TN Charly tuvo mejores y peores momentos sobre los escenarios, hasta llegar a estos últimos shows con entradas agotadas en 20 minutos y una tan extraña como efectiva estrategia de divulgación, algo que dejó a todos satisfechos: a su público que todo lo resiste, a los periodistas aduladores del entorno y sobre todo a los productores. El tema es que a Charly se lo ve cada vez peor, porque le cuesta moverse por sí mismo y lo tienen que sostener entre dos personas hasta para entrar a la habitación del hotel. Ergo, es entendible que si hay próximos recitales de García, algunos vayan para verlo morir sobre el escenario como pasaba hace 50 años con Lou Reed.
Por eso la pregunta sigue siendo la misma: ¿Era necesario?
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