"Días perfectos": el hombre que siempre hace lo mismo y es el más feliz del mundo
Calificación: Muy buena.
Elenco: Koji Yakusho, Tokio Emoto, Nari Saito.
Género: Drama.
Dirección: Wim Wenders.
País: Japón.
Cines: Del Centro (en cartelera), El Cairo (14, 15, 16 y 17 de marzo).
3 de marzo 2024 · 06:10hs
Hirayama es un empleado que se dedica a hacer la limpieza de los baños públicos de Tokio, actividad en la que con el paso del tiempo fue ascendiendo, por lo que también es supervisor. Tiene 50 o quizá 60 años, su edad es indescifrable, ya que si bien tiene hábitos vintage (escucha rock de los 60 y primeros 70 en cassettes; apenas usa el viejo celular con tapita, no tiene televisión ni mira series, tiene una máquina fotográfica a rollos, lee libros antes de dormirse con la luz de su velador), por momentos parece tener la inocencia de un niño. Es más, hasta parece un salvaje, porque casi ni habla, solo asiente o niega con la cabeza, a lo sumo expresa “ah” o “mm” y con eso le basta para comunicarse.
Hirayama tiene una particularidad: hace todos los días lo mismo. Se levanta antes de que amanezca, riega sus plantas con un rociador y hace una media sonrisa en ese acto, recoge prolijamente la lona en donde duerme cada noche en el piso, se recorta el bigote, se afeita, se lava los dientes, se pone su mameluco, sale a la calle y, atención, lo primero que hace es mirar al cielo. Y ahí va otra media sonrisa. Luego compra café en lata en la máquina que está a pocos metros de su casa, se sube a la combi y sale a limpiar excrementos de los inodoros. Todo el día, todos los días.
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En el medio almuerza en la plaza y aprovecha para sacar fotos a las nubes, a los árboles o a desconocidos, que luego guardará en cajas celosamente membretadas. Jugará al Ta-Te Ti con un amigo invisible que le deja un papelito en uno de los baños públicos, después regresará a su casa, comerá algo rápido, leerá un libro hasta que se le caigan los anteojos por el sueño y fin del día.
Tirado para el lado de la comedia, se podría asociar con “Hechizo del tiempo”, también conocida como “El día de la marmota”, pero la diferencia es que ese personaje, interpretado por Bill Murray, sufría, se angustiaba y refunfuñaba por quedar atrapado en el tiempo y vivir todos los días el mismo día; pero aquí pasa todo lo contrario: Hirayama es un tipo feliz, que vive el ahora como nadie. “¿Cuándo podremos cruzar el océano?”, le dice su sobrina. Y él responde: “la próxima vez”. “¿Por qué no ahora?”, retruca la adolescente. Y él simplifica: “Porque ahora es ahora y la próxima vez es la próxima vez”.
Wim Wenders vuelve a regalar una obra maestra plagada de metáforas sobre el sentido de la vida, en una línea que podría tener un hilo conductor con ese vaquero errante que fue Travis en “Paris, Texas”, o con los ángeles de “Las alas del deseo” y “Tan lejos tan cerca”. Todos son personajes extraños que, al igual que Hirayama, ven más allá o, mejor, ven más acá.
Es apostar a que a veces menos es más. Por eso sonríe cuando el joven empleado al que supervisa le pide dinero para salir con una chica que le gusta, o se sorprende mirando la loca vida de los demás cuando la suya es tan tranquila y, si bien puede parecer aburrida, tiene lo suficiente para arrancarle momentos de felicidad.
En esas aguas nada Wenders. En lo poco que alcanza para sentirse bien. Por eso no podría ser mejor elegida la canción “Feeling Good”, de Nina Simone, para ese cierre inmejorable en el que Hirayama disfruta escuchando ese tema en su combi mientras va a trabajar, y expresa mirando a cámara dolor, alegría, angustia, felicidad, frustración, esperanza y vaya a saber cuántas cosas más en gestos mínimos y a la vez gigantes. Todo y nada a la vez, como la vida misma, en otro nuevo vuelo de los ángeles terrenales de Wim Wenders.