Hay veinte actores de gran nivel en la Argentina, pero ninguno podría hacer "Yo soy mi propia mujer" mejor que Julio Chávez. La obra de Doug Wright, que se repuso con dos funciones el fin de semana pasado en La Comedia, es compleja, atraviesa las crueldades de la Segunda Guerra Mundial, la libertad de las elecciones sexuales y la cruz que significa ser funcional al comunismo y al nazismo, aunque sea para sobrevivir. Pero Chávez simplifica todo, porque es capaz de abordar en solitario un texto extenso y supuestamente lejano para convertirlo en cercano y accesible. Cosas de intérpretes de gran nivel, de esos que están en el podio del top 20 de actores. Chávez lo hizo de nuevo.
Charlotte Von Mahlsdorf fue un travesti coleccionista de relojes, fonógrafos y muebles antiguos, que nació en Berlín del Este en 1928 y tras superar los regímenes nazi y comunista se convirtió en un personaje tan polémico como respetado, y con ese estigma murió en 2002.
Creó un museo con mobiliario antiguo y objetos de arte, por el que recibió la Orden Alemana del mérito tras la caída del muro, pero debajo de ese rescate al patrimonio cultural había un cabaret para albergar homosexuales, lesbianas y sadomasoquistas.
Esa ambigüedad, la aparente y la oculta, con todo el contexto político de aquellos días de guera lo plasmó Chávez en escena, con la ayuda de un vestuario acorde, una escenografía cuidada y sutiles aportes sonoros y de iluminación.
Julio Chávez juega el mejor juego y el que más le gusta. En los años 70, cuando el mundo deportivo se preguntaba por qué motivo Pelé era el mejor jugador del mundo, una opinión certera deslizó: "porque hace simple la jugada más difícil". Y Chávez actúa a lo Pelé, aunque hoy suene anacrónico en tiempos de la messimanía.
La puesta de Agustín Alezzo tiene un ritmo vertiginoso. Chávez le da vida a Charlotte y a Doug Wright, a veces lo hace con un vestido y otras sin él, pero atraviesa toda la obra con medias de lycra, tacos altos y un collar.
Charlotte copa el centro de la escena, no sólo porque es el personaje más querible y divertido, sino porque cuando habla Wright _el autor de la obra premiada con un Tony y un Pulitzer_ brota de su relato la admiración y hasta un amor platónico hacia esta figura extravagante.
El derrotero de un hombre que elige vivir en femenino se coronó cuando Charlotte dijo: "Yo soy mi propia mujer", y el silencio y la emoción ganaron la sala. Un golazo actoral de Chávez, quien generó otra fantasía para ser el dueño de la pelota. Sí, como Pelé.