A 15 kilómetros de Humahuaca se encuentra la comunidad coya de Hornaditas,
compuesta por alrededor de 80 familias que viven más o menos cerca, ahisito nomás, unos de otros.
El colectivo deja al viajero en la ruta 9, hay que caminar unos 20 minutos hasta llegar a la casa
de Clarita y Héctor, un matrimonio que hace unos años comenzó a recibir visitantes en su casa para
hacerle frente a la dura situación económica.
Aquí mi experiencia. Me bajé una parada antes y de repente me encontré sola al
costado de la ruta, en el medio del cerro y bajo el sol del mediodía andino. Y con viento
silbándome a los oídos. En el medio de la nada. Me relajé y empecé a caminar. Llegué a destino. Me
encontré con un lugar que espero no describir ilustrativamente, mejor encárguese el lector de
visitarlo y tener su propia experiencia. Sí puedo decir lo que me generó: paz. Fui por una tarde y
me quedé cinco días.
Una tarde me puse a leer al pie de un árbol. Algunos álamos centinela, foráneos,
se mezclaban entre los pocos y los pasacana, batallón de cardones ancestrales y guardianes,
autóctonos y reales centinelas del lugar. Clara me contó que si uno entra enojado al predio, un
cardón te persigue. Pero si semejante batallón te toma distraído, juega a las escondidas con tus
ojos, se cambian de lugar o así me pareció, tal vez como broma para la foránea, y después volvían a
su lugar.
Talco, saratoga, jugo loco, serpentina, trompetas, borrachera y baile prevalecen
en las tardes y noches de la semana de carnaval. Desde su desentierro, hay que seguir al diablo
interno, dejarlo salir y dejarse llevar por el ritmo, por el compartir, por el baile y la comparsa.
Una semana que para muchos es la única oportunidad al año de bailar y divertirse. Daniel, un
viajero suizo, en la Quedabra aprendió a disfrutar en español. Una semana que termina con el
entierro del carnaval, una ofrenda a la "pachita" de bebidas, diablos y agradecimientos que
abonarán la Madre Tierra hasta el año próximo.
Para llegar a los festejos del entierro, ese jueves caminamos casi una hora. Era
medianoche. Y la caminata, a la luz...del cielo. En ese lugar, el cielo no empalidece por las luces
de la ciudad sino que las estrellas reverberan y parecen nuevas, otras, un ejército de luciérnagas
que lo surcaban en toda su magnitud y sin ayuda de la luna, me guiaron por los caminos del cerro,
me advirtieron de pozos, pinches, cactus y con su guiño me acompañaron segura a mi destino, baile o
descanso, para recomenzar.
Camino al Cementerio Sagrado, al Pintao o a Incacueva, la Quebrada me dejó
atónita. Un poco alejado de los circuitos turísticos de memoria ofrecidos y de memoria recorridos,
me fui encontrando con churquis, cardones, espinillos y álamos, o sauces llorones que enjugaban sus
lágrimas a la vera de un río que ya no existe pero aún así dejó grabado su paso en el lecho de
piedra, como los antiguos habitantes lo hicieron en petroglifos. Lecho que con su sequedad
destacaba aun más la imponencia del lugar, dejando al desnudo la Quebrada misma, sus paredones
terracota, estriados, piedras blancas, verdes, marrones y azules cenicientos por la escasa lluvia;
y hasta un caracol, testigo holgazán de su otra vida en el fondo del mar. Vida animal y vegetal se
confunden y agazapan, cómplices de la naturaleza y visibles sólo al ojo entrenado.
Todos para uno
Los responsables de haber podido descubrir todo esto son Héctor y Clara Lamas, y
sus cuatro hijos que, entre todos, trabajan en los quehaceres de la casa para que la visita pueda
descansar, redescubrir historia y por qué no, resignificar valores, la esencia y dignidad humanas
muchas veces dejadas de lado en el trajín de lo cotidiano.
Todos colaboran, hasta Carolina con sus dos añitos que, de tanta ternura, te
adopta ni bien llegás. Gabriela, de 11, es tan buena guía como sus hermanos y hace un queso de
cabra exquisito sin celos de enseñarme a separar y colar el suero para lograr su punto justo.
Fabio, un muchacho de pocas palabras, sólo las necesarias, linda sonrisa y buen sentido del humor,
poco descansa en el carnaval para bajar al pueblo a buscar víveres. Finalmente Marina, la mayor,
una pequeña mujer de infancia difícil, esquiva a las fotos, evalúa alternativas de futuro
profesional.
La familia Lamas recibe visitantes sin interrumpir su ritmo de vida: ordeñar las
cabras, hacer pan, lavar cada uno su ropa, hacer el queso, arrear las cabras y las ovejas al
corral, preparar las cuatro comidas diarias, son todas tareas hechas sin prisa pero sin pausa. De
la comida se encarga Clarita; de levantarse a las seis para encender el fuego, uno por día; de las
caminatas por la zona, Héctor o cualquiera de sus tres hijos mayores, de las cabras, Gabriela, y
así todo. Esta familia puede carecer de lo que a muchos les sobra pero sabe y posee lo que otros
tantos no tienen, o han olvidado: el respeto por el otro, por el mayor, por el par, por la palabra
dada, por la palabra escuchada, la dignidad, el sentido de pertenencia y el conocimiento del
silencio, a quien no le tienen miedo. Y además, doce brazos abiertos.
Para contactarse con la familia Lamas, hacerlo al mail:
clara—hornaditas—[email protected] o al teléfono 03887-156 30537. La respuesta puede
demorar pues en el cerro no hay señal. Reciben los mensajes cuando suben a Humahuaca.
Larisa Ambroggio